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ANTONIO PANIAGUA
Martes, 28 de noviembre 2017, 07:45
Nadie sabe qué hacer con una acuarela de Hitler. Pese a que algunas de sus pinturas se han vendido por cientos de miles de euros, en Holanda no quieren mancharse las manos con nada del Führer. El Instituto para la Investigación de ... la Guerra, el Holocausto y el Genocidio (NIOD, por sus siglas en neerlandés) se ha hecho con la obra después de que su dueña se desprendiera de ella porque ninguna casa de subastas le quería dar salida. El NIOD está dispuesto a exhibirla en el contexto de una muestra colectiva sobre la Segunda Guerra Mundial.
La dueña del cuadro, una mujer que prefiere mantenerse en el anonimato, quiso ganarse un dinero con la venta de la acuarela, pero, para su sorpresa, la estampa, en la que se representa la Torre Nueva de Viena, producía urticaria en todos los establecimientos que venden al mejor postor. Y eso que en otras ocasiones las pinturas de Hitler se han cotizado a precios elevados. Sin ir más lejos, un coleccionista de Oriente Próximo pagó hace tres años 130.000 euros por una insulsa pintura del Ayuntamiento de Múnich. Harta de ir dando tumbos, la mujer donó la pieza al NIOD.
Adolf Hitler era un pintor de baratillo. Tanto es así, que el padre de la donante había comprado la acuarela por 75 céntimos de florín en un mercadillo de sellos y monedas, sin saber quién era el autor. Cuando ya en casa se percató de la identidad del artista, «guardó el cuadro asustado». A la luz de los exámenes realizados por peritos, los expertos del instituto dan por auténtica la pieza. No solo la firma parece fidedigna. También los sellos, el cartón de la acuarela y el papel tienen la textura de una pieza que se data entre 1908 y 1913. «Toda la información recabada conduce al mismo autor, Hitler. Nada nos hace pensar que no sea suya», asegura el NIOD.
Se estima que de los pinceles del genocida salieron entre 1905 y 1920 unas 2.000 obras. El jerarca nazi era un pintor mediocre. Dos veces intentó en vano ingresar en la Academia de Bellas Artes de Viena y dos veces le suspendieron. El que luego fue padre de uno de los más repugnantes regímenes totalitarios se sintió humillado. «Estaba tan convencido de que sería aceptado que cuando me rechazaron fue como si me cayera una bomba encima», confesó 17 años después en su libro 'Mein Kampf'. A pesar de la poca maña que se daba con la paleta, Hitler consideró que en su interior latía un corazón de artista. En coherencia con su megalomanía, cuando llegó al poder soñó con hacer de Linz (Austria) el mayor centro mundial de las artes, «una especie de Roma alemana». Mientras Europa se reducía a cenizas, los campos de exterminio se iban llenando de cadáveres y Alemania se hundía en la catástrofe, él alimentaba su delirio de alumbrar la más bella ciudad del mundo.
Uno de los profesores que se apiadó del pintor frustrado aconsejó al joven que se hiciera arquitecto. Pero como Hitler eran tan mal estudiante como torpe artista, para obtener tal título habría tenido que regresar a la escuela secundaria, cosa que no entraba en sus planes. En la acuarela ahora en manos del NIOD se aprecia, no obstante, cierta pericia técnica para recrear los detalles, sobre todo los arquitectónicos, y trabajar la perspectiva. Pintó con denuedo en los años anteriores a la Gran Guerra. Curiosamente, uno de sus principales marchantes, Samuel Morgenster, era judío.
Cuando se marchó al frente en 1914, mucho de su tiempo libre lo dedicó a plasmar en el lienzo casas de agricultores y estaciones. Luego, gran parte de esa producción artística fue incautada por el Ejército estadounidense, pero no toda. De hecho, en 2015, catorce acuarelas atribuidas a Hitler fueron vendidas en una subasta en Núremberg por casi 400.000 euros. En la puja había coleccionistas de China, Francia, Brasil, Alemania y los Emiratos Árabes Unidos. El historiador Frank van Vree, director de NIOD, ha elogiado la donación. Con ese gesto, la que era dueña de la obra ha ayudado a evitar que acabara «en una venta de objetos de la época nazi, cuando se trata de un documento histórico».
Si bien el talento siempre le fue esquivo, nadie puede negar que Hitler tuviera mal gusto. No en balde, junto con el entonces comandante en jefe de la Luftwaffe, Hermann Göring, el Fúhrer montó toda una industria del saqueo y el expolio de obras de arte en los países invadidos. En esos años en que regía los destinos del III Reich, Hitler dibujaba compulsivamente garabatos y caricaturas. Sus secretarias sabían que siempre debía haber una generosa reserva de papel sobre su escritorio.
euros pagó un coleccionista de Oriente Próximo por una acuarela del líder nazi que recreaba el Ayuntamiento de Múnich.
obras salieron de los pinceles de Hitler entre 1905 y 1920. «Pinto lo que quiere la gente», aseguró una vez.
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