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Pocos españoles pueden mandar a hacer puñetas a un juez del Supremo sin jugarse un castigo. Uno de ellos es Enrique Gavilanes (Madrid, 62 años), ... fundador y propietario de la sastrería Gavilanes, la que corta la tela de la justicia en este país, que no es poco. Enrique viste desde hace más de tres décadas a magistrados y fiscales de toda España y sus togas presiden desde los juzgados más pequeños hasta las salas del Tribunal Supremo.
Estratégicamente situada en la calle Argensola, en pleno corazón madrileño de la 'milla de oro' de la Justicia –que concentra las sedes del Supremo, la Audiencia Nacional, el CGPJ y la Fiscalía General del Estado–, Gavilanes está especializada en togas jurídicas y trajes para actos académicos universitarios. La sastrería despacha cada año 300 togas hechas a mano con todos sus complementos posibles: escudos, medallas, mucetas (la pequeña capa que cubre los hombros y que distingue a cada facultad por su color), birretes, mazos de juez... y las famosas puñetas que en Gavilanes bordan con primor y a las que Enrique prefiere llamar «vuelillos o encajes».
Hijo de sastre (su padre confeccionó la toga que el rey Felipe VI luce cada año en la apertura del Año Judicial), Enrique Gavilanes ha tomado medidas a una larguísima lista de abogados, magistrados, fiscales y miembros del Consejo de Estado, la mayoría anónimos y algunos muy mediáticos por los casos que manejan, incluidos los del 'procés'. Pero lo que se habla entre las paredes del 'atelier' judicial no sale de ahí. «La discreción es la norma. Secretos de Estado no me han contado», bromea Enrique, que los ha tratado con esa confianza que da el ponerles la mano encima armado con su inseparable cinta métrica. Él lanza su propia sentencia: «Para todas las dificultades que tienen, podemos estar muy orgullosos de nuestros jueces. Creo que trabajan muchísimo».
Las togas de sus clientes no han pérdido un ápice de solemnidad, pero como explica Enrique, han evolucionado y se han modernizado. «Ahora son más ligeras, más cómodas, más funcionales que las togas antiguas que pesaban más. Buscamos que sean prácticas, que no se arruguen demasiado y que sean útiles para el trabajo». Y aunque es un 'mono de trabajo' de uso diario, dice que es «raro» que un juez encargue varias de estas indumentarias. «Una toga dura mucho tiempo. Por lo menos las que hacemos nosotros», sostiene con orgullo.
Gavilanes tiene togas a la venta (también las alquila) a partir de cien euros. Son las más económicas. Las confeccionadas a medida no bajan de los 400 euros... e incluso superan esa cantidad en función del tejido «y de lo que cada uno se quiera gastar». Las más caras son las de seda natural o las de lana con cachemir, «que están por encima de los mil euros», detalla el sastre, que también recibe pedidos del extranjero, sobre todo de México, Puerto Rico y Guinea Ecuatorial.
El arte que despliega en sus togas Enrique Gavilanes demanda tiempo, esfuerzo, estudio y observación. Y no sólo en el patronaje y la confección de las telas que le encargan. También se ha de documentar para elegir la insignia correcta de entre el abundante catálogo de distinciones jurídicas. «Puede haber hasta treinta escudos diferentes y con los años vas aprendiendo las distintas categorías de cada uno y aprendes también de medallas, de condecoraciones y de otros distintivos oficiales de la justicia, teniendo en cuenta, además, que los hay de distintos países». Y es todo un experto en los colores de cada facultad o escuela universitaria donde hayan obtenido los títulos académicos sus clientes. «En las ceremonias donde van rectores, catedráticos, doctores o graduados tenemos en cuenta los colores que distinguen a cada facultad», dice junto a una muceta y un birrete naranjas, que identifican a Sociología, Económicas y Empresariales.
En estos casi 35 años de actividad en los que ha podido confeccionar no menos de diez mil togas, a Enrique le han sucedido jugosas anécdotas que, por profesionalidad, prefiere poner bajo secreto de sumario. Sí revela una de grato recuerdo protagonizada por Miquel Roca –uno de los siete padres de la Constitución–, cuando era portavoz de la extinta CiU en el Congreso. «Una vez vino a la sastrería. Pasaba por aquí y entró en la tienda. Nos dijo que era jurista, que nunca se había hecho una foto con toga y que a ver si le podíamos dejar una para poder hacerse la foto. Le dejamos la toga y le hicimos las fotos, que supongo que las conservará de recuerdo. Es bastante usual que venga gente a probarse una toga y hacerse una foto», cuenta Enrique.
Por la sastrería también pasan graduados en busca de una toga para lucirla en la orla de sus facultades. Algunos de esos jovenes estudiantes que entraron por la puerta de Gavilanes hace tres décadas sientan hoy jurisprudencia desde la cúspide del poder judicial. Y cuando Enrique ve en el Telediario a sus clientes más famosos distingue con la afilada visión de un ave rapaz si la toga que llevan puesta es una Gavilanes, una tela de altos vuelos.
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Ana del Castillo
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