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Hay una escena en 'El premio', la película de principios de los sesenta en la que un increíble Paul Newman y una no menos sobrenatural Elke Sommer viven todo tipo de peripecias cuando él, un norteamericano crápula, se dispone a recoger el Nobel de Literatura, ... en la que la chica se rinde a los pies del literato. En esas están cuando él estira la mano para bajar la persiana de la habitación del hotel. «No quiero que el Rey lo vea», dice Newman. «Él lo entendería», replica Sommer.
La historia que filmó Mark Robson no podía haberse rodado en ningún otro sitio que no fuera el Grand Hotel de Estocolmo, el lugar donde, desde 1991, se hospedan los distinguidos con el galardón más preciado de la historia y el único de la capital sueca en el que uno puede llegar a tener la sensación de que, estirando un poco el brazo, encendería la luz de la alcoba del rey Gustavo.
Cada año, durante los primeros días de diciembre, los nuevos premios Nobel, sus familias y amigos, van llegando desde todos los rincones del mundo para vivir una experiencia al alcance de unos pocos privilegiados. Y es que, aunque a lo largo de su historia el Grand Hotel de Estocolmo ha sido el 'hogar' de todo tipo de celebridades, sede de los más exclusivos eventos y refugio de más de un conocido 'bon-vivant', si algo lo hace especial es ser el único que puede presumir de haber hospedado a buena parte de las mentes más privilegiadas del planeta.
Hace ya casi un mes que este 5 estrellas Gran Lujo no dan abasto. Decenas de extras echan una mano a su más que bien nutrida plantilla para que esta semana todo esté a punto y sus egregios huéspedes se sientan como reyes. Especialmente mañana, el día en el que, como marca la tradición, recordando la muerte del mecenas, que murió el 10 de diciembre de 1896, los elegidos recibirán su premio de manos de Carlos XVI Gustavo.
El Grand no solo tiene el privilegio de hospedar a los galardonados con los Nobel, haber sido durante un tiempo el refugio de la enigmática Greta Garbo o haber visto cómo el gran Sinatra curaba un par de catarros. En 1915, en plena contienda mundial, el multimillonario americano Henry Ford reservó 70 habitaciones e instaló allí a su equipo decidido a lograr un tratado de paz.
Tras dos meses en el Grand, recogieron sus cosas y regresaron a EE UU no sin antes asumir su fracaso. Pasarían unos años hasta que el personal del hotel vio entrar al controvertido Zog I seguido de media docena de guardas portando cofres en los que, el bueno del rey albanés, había puesto a buen recaudo el tesoro de su país tras la invasión de Mussolini.
Por más que hayan cambiado las cosas desde que el alemán Wilhelm Röntgen recibiera el primer Nobel de física por inventar la radiografía, da la impresión de que en el majestuoso hotel de la calle Södra Blasieholmshamnen todo sigue igual. «Como siempre ha ocurrido, muchos de los galardonados son personas mayores que llegan a Estocolmo desde lugares muy lejanos. Nosotros nos encargamos de mimarlos y de hacer lo que sea necesario para que descansen y puedan recargar las pilas», aseguraba hace solo unos días a un periódico sueco Pia Djupmak, la directora general del mítico hotel que recibe personalmente a cada uno de sus ilustres clientes. Djupmak afirma que suelen ser encantadores, interesantes e increíblemente modestos a pesar de sus logros, y explica que el Grand les ofrece todo lo que puedan necesitar: desde estilistas a floristas, pasteleros, costureros o sastres, o una visita rápida al spa para coger tono.
Y es que, si poco ha cambiado en el Grand, menos aún en la ceremonia de entrega de los Nobel a la que todos lo invitados, premiados o no, deben acudir de rigurosa etiqueta. Incluso la página web oficial de los galardones informa a quienes anden un poco perdidos que no se admitirá el acceso a la sala de conciertos, en donde se celebra el acto, si uno es hombre y no va con frac y si, siendo mujer, no se ha enfundado en un traje de noche. Solo los trajes regionales se consideran una excepción permitida. La organización precisa que es el momento de vestir como un rey y recuerda qué es exactamente un frac por si alguien lo ha olvidado.
Los expertos aseguran que hay muchas razones por las que el Nobel de la Paz se falla y se entrega en Noruega, pero sobre todas ellas prevalece la decisión de su mecenas, que no solo quiso resaltar los enormes lazos de amistad de Suecia con sus vecinos escandinavos por aquel entonces, sino el trabajo del Parlamento noruego en favor del diálogo, el desarme y el arbitraje, para impedir la escalada de conflictos entre naciones. Es por eso que cada año los premiados con el Nobel de la Paz acuden a otro Grand, el Grand Hotel de Oslo.
A la una de la tarde de hoy, en el Ayuntamiento, se celebrará el acto central al que seguirá por la tarde un desfile de antorchas en honor del premiado que termina frente al Grand Hotel a cuyos balcones deberá asomarse el homenajeado.
Aunque para algunos señores acostumbrados a acudir a grandes y ceremoniosas galas, vestirse de pingüino sea algo habitual, la realidad es que la mayor parte de los mortales no tiene por qué saber cómo deben ser los zapatos, calcetines o gemelos de la famosa indumentaria. Por eso, si hay alguien que estos días se pasea por el Grand como si fuera su casa es Lars Allde. El famoso sastre sueco y su equipo lleva décadas (hace ya mucho que los caballeros no suelen llevan el frac en su equipaje) alquilando a muchos premiados y buena parte de su séquito; ayudándoles a vestirse y explicándoles por qué los botones de la camisa deben ser de madreperla. Cada año, desde el Grand le requieren no menos de 120 equipamientos de gala y, aunque el sastre pide por adelantado las medidas de sus clientes, esta semana, y especialmente la tarde de mañana, son para él las más estresantes del año. Todavía recuerda cómo, en 2008, le ataba la pajarita al Nobel de literatura Jean-Marie Gustave Le Clézio en el vestíbulo del hotel mientras el autobús que debía llevar a los premiados a la ceremonia daba muestras de no estar dispuesto a esperar más.
En el colmo de su deseo por agasajar a los clientes, el Grand les ofrece la posibilidad de disfrutar, el 13 de diciembre, Santa Lucía, de una costumbre ancestral en Suecia: ser despertados por una procesión de niñas vestidas de blanco y sosteniendo velas que cantan como los ángeles.
En el Grand reconocen que hace tiempo que preguntan a sus huéspedes si les apetece disfrutar del espectáculo. No quieren que les ocurra lo que en 1930 le sucedió a Sinclair Lewis, ganador del Nobel de Literatura, que pensó que estaba alucinando cuando, sin previo aviso, vio entrar en su habitación a una legión de ángeles entonando cánticos dispuesta a servirle el desayuno. Pero lo dicho, despertar entre doncellas ataviadas con túnicas blancas es opcional. No lo es reservar con tiempo una habitación si uno siente el imponderable deseo de dormir cerca de un Nobel. Si uno quiere darse ese capricho para 2018 hay que llamar ya y preparar los 445 euros que cuesta pasar la noche.
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