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Juan Cano
Enviado especial a La Palma
Viernes, 1 de octubre 2021, 00:11
A Juan José Espinosa le cambió la vida en una hora. A las 10 de la mañana del miércoles, la finca de plátanos que heredó de sus padres y la casa que construyó en ella, en la que vivían su hija y su nieta, aún ... seguía en pie. A las 11, el teléfono sonó. Eran unos chavales que habían volado un dron sobre la zona. «Ya se la llevó».
En la parcela, de ocho celemines de superficie (4.296 metros cuadrados), había sembrado Juan José su jubilación: «Pensaba venderla cuando ya no pudiera trabajar. Siempre se lo decía a mi mujer y a mis tres hijas. Con lo que nos diera la platanera, la pensión que me quedara como autónomo y mi casita de Los Llanos, podía ir tirando. Pero ya se me jodió todo. El volcán me dejó sin nada. No tengo nada más».
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Ayer, los agricultores y ganaderos del Valle de Aridane pudieron volver a sus fincas por primera vez desde que comenzó la erupción del Cumbre Vieja para regar o dar de comer a sus animales. Juan José también fue, pero no a la suya, que está justo en una falda de la montaña de Todoque, donde la colada ha encontrado su desembocadura en el mar. «Esta de aquí la llevo a negocio», explica mientras muestra la platanera, situada en El Cardón, en un cruce de caminos que lleva a la parte alta del volcán. «A negocio» significa que el dueño de la parcela es otro y él se ocupa de la cosecha –suele sacar unos 20.000 kilos al año– a cambio de lo que llaman «la tercera» (dos partes para el propietario y una para el capataz). «La mía daba 18.000 kilos. A mí me podía dejar 14 o 15.000 euros al año. ¿Usted sabe lo que yo perdí? Esa era mi jubilación», recalca.
Juan José (59 años) viene de varias generaciones de palmeros. Ha sido agricultor toda la vida, igual que su padre. De ello dan fe cuatro hernias en la espalda y la cara ajada por el sol. De crío, cuando salía del colegio, se paraba en casa a merendar para irse después a ayudar a su padre en la platanera. «Lo aprendí todo él. Siempre me decía: 'Hijo, al agua y al fuego no hay ley que se le ponga delante'. Se me quedó grabado. Y mira…».
Es su segundo volcán. Todavía recuerda la erupción del Teneguía (1971), que le pilló siendo un niño. «Tendría yo nueve o diez años. Iba con papá, que en paz descanse. Pero esto… Esto es otra cosa. Salió por donde más daño podía hacer. Se llevó todo, viviendas, fincas... En un momento te quedas en la calle. No es fácil».
Cuando comenzó la erupción, la Guardia Civil desalojó a su hija y a su nieta, una bebé de un año, de la casa que tenía en esa finca. Le dio tiempo a sacar los coches y la barca en la que suele salir a pescar. El resto se lo llevó la lava. «Todavía no me lo creo. Me estoy haciendo a la idea hoy (por ayer). La parcela la heredé de mis padres, pero el resto lo hice yo. Me gasté un montón de dinero y terminé de pagarlo el otro día, después de 15 años, para que ahora pase esto. Es como si se le fuera a uno un familiar».
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La segunda ruina la dicta el mercado. Los plátanos, dice, tienen que «entrar por el ojo». Y esta cosecha está desahuciada por la lluvia constante de la arenilla que desprende la erupción, que queda depositada en la hoja de las plataneras y también en el fruto. «El almacén no la acepta. No la quieren porque cuando los chicos la cargan en el camión se pone negra. No vale para venderla. De hecho, los almacenes están cerrando. Supuestamente, toda esta cosecha está perdida». Y sólo hay una al año.
Juan José enciende el sistema de riego. A ojos del profano, se podría pensar que es para lavar los plátanos, pero no. Y entonces, ¿para qué riegan? «Ya estamos trabajando para el año que viene. Tenemos que tirar toda esa fruta al suelo y esperar a que nazca otra piña, que son los hijos. Esta es la ruina de los palmeros».
El plátano es el corazón económico de la isla. La mitad de sus 85.000 habitantes viven directa o indirectamente de él y da sustento a unas 10.000 familias de agricultores, como la de Juan José. Uno de cada tres plátanos que se consumen en España procede de La Palma. El precio al que vende el agricultor también varía en función de la temporada. Ronda los 50 céntimos el kilo, aunque puede llagar a un euro cuando escasea. Ahora está a 30 céntimos.
Juan José se encomienda a las ayudas que les están prometiendo para salir adelante. «Nosotros vivíamos de esto. Cada uno tenía su finquita, otros iban 'a negocio'. La mayoría de los que han perdido sus casas son amigos. Volverás a verlos, o ya no los verás nunca más porque se han ido a la Península, Tenerife, Las Palmas…», expresa Juan José con el sonido de fondo de las explosiones del Cumbre Vieja, que está a menos de tres kilómetros. «Yo no quiero ni mirar al volcán. Estoy tomando pastillas para dormir y no escucharlo. Hizo mucho daño a todo el mundo, dejó a mucha gente sin nada, nos arruinó la vida. Y no para. Me da que va para largo. Cada día lo veo más fuerte. Si se aguanta como el de San Juan, que duró 28 días, arma otra isla ahí enfrente».
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