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Carlos Benito
Domingo, 15 de diciembre 2024, 07:42
Solo faltaba Satán. La historia de las monjas cismáticas y excomulgadas de Belorado ya estaba bastante embrollada y repleta de personajes pintorescos, pero esta semana se ha incorporado al elenco el mismísimo Maligno. Según han explicado las propias religiosas a 'The New York ... Times', fue la acción del demonio lo que desencadenó la operación inmobiliaria que prendió la mecha de su conflicto con la Iglesia Católica. Ellas cuentan que en el otro convento de su comunidad, el de Derio, se producían hechos inexplicables: se oían ruidos de arrastre, llantos de niños, lúgubres risas, pasos misteriosos, y las luces se encendían y apagaban solas y los objetos se movían sobre las mesas. Había «algo extraño en el lugar», algo «inquietante» que los exorcismos no lograron erradicar, y eso las empujó a buscar un comprador para esa propiedad y emprender la adquisición del monasterio de Orduña. Según la versión de las exclarisas, el obispado bloqueó la venta y ahí germinó este enfrentamiento tan... endiablado.
El convento de Nuestra Señora de la Bretonera de Belorado se ha convertido en algo así como el campo de batalla de todo este lío, pero exteriormente sigue transmitiendo una intensa sensación de paz, alterada solo por el coro de ladridos de los numerosos perros que crían las monjas, esos mismos que les han valido una multa de la Junta de Castilla y León por carecer de los permisos correspondientes. Eso sí, por el patio cruza de vez en cuando un gato negro, como un sigiloso recordatorio de las historias espeluznantes sobre Derio. La verja de acceso está cerrada, hay un cartel que dice 'Propiedad privada' (al que algún travieso ha añadido a rotulador 'de Laura', por Laura García de Viedma, la abadesa que ha encabezado la ruptura con Roma) y un folio impreso proporciona un número de móvil para contactar con la comunidad. Las monjas, que cuentan con un responsable externo de prensa, atienden a medios internacionales como el diario estadounidense pero han decidido evitar a los españoles, disgustadas por el trato recibido. «Los datos y noticias en la prensa, lejos de ser realidades, eran todo un escenario que todavía añadía más sufrimiento a la realidad difícil que vivíamos, pero que a la vez asumíamos. No se transmitía objetivamente lo que habíamos dicho», aclaran en un texto remitido a EL CORREO.
Así que la única manera de entrar al convento es llamar al número de móvil y comprar algo en la tienda, ese limbo entre la clausura y el mundo exterior en el que las monjas venden sus chocolates. Allí atiende sor Belén, una gallega afable y sagaz que hace prometer a los periodistas que no le sacarán fotos a traición ni reproducirán ni una palabra de lo que pueda decirles. Las baldas están más desabastecidas que de costumbre, porque la intervención de las cuentas del convento y el precio disparado del cacao han dejado a las monjas sin existencias de sus afamadas trufas de siete variedades, pero sí hay rocas con corazón de barquillo, palitos rellenos de naranja y su nuevo producto, unos redondeles de chocolate a los que han bautizado irónicamente como 'R que R', a once euros la bolsita. En materia de dulces, las monjas se mantienen fieles a la tradición: vamos, que las 'R que R' están muy ricas. Una vez fuera, hay que emprender una negociación, con el responsable de prensa como mediador, hasta que las religiosas permiten hacer unos retratos a sor Belén en la tienda, presidida por un gran letrero con el saludo franciscano, 'Paz y bien'.
La comunidad es ahora mismo un llamativo híbrido: después de algunas deserciones, quedan ocho monjas cismáticas –de las que un par residen en el convento de Orduña– y otras cinco, muy mayores ya, que permanecen ajenas a la controversia y, por lo tanto, siguen siendo clarisas. El arzobispado presentó una demanda de desahucio en septiembre y el juzgado de Briviesca fijó la vista para el 19 de este mes, pero acaba de aplazarla sin fecha. En cualquier caso, las monjas que se mantienen dentro de la ortodoxia de la orden no serían expulsadas. Un juzgado de Bilbao también ha admitido a trámite la demanda de desahucio contra los «ignorados ocupantes» del convento de Derio, el de los supuestos fenómenos paranormales, que las monjas abandonaron en octubre de 2020: el edificio, que contaba con la tradicional hospedería monacal, está teóricamente deshabitado, pero una fotógrafa de este periódico se encontró en mayo con unos rusos alojados allí. En el recinto hay también un caserío alquilado a unos particulares. Mientras tanto, el arzobispado explica que la Federación de Clarisas Nuestra Señora de Aránzazu y otras comunidades siguen asumiendo los gastos corrientes de los monasterios, que entre los tres contaban con «once empleados» externos.
Aunque, en esta mañana de finales de otoño, la temperatura en Belorado ronda el cero, por Nuestra Señora de la Bretonera siguen aventurándose de vez en cuando curiosos que desean echar una ojeada al convento más popular de España. Es el caso de una madre y una hija guipuzcoanas, un poco apuradas al verse sorprendidas en su inocente cotilleo: «Hemos venido a pasar unos días por la zona y, cómo no, hemos venido a ver el convento, aunque prácticamente no vamos a misa». ¿Y cómo lo ven? «Estupendo, grande y hermoso», valora la madre. «Hemos notado que a algunas personas del pueblo no les hace gracia que les preguntes por las clarisas», comenta la hija, que está informadísima sobre la actualidad de la Bretonera: conoce las 'R que R', que eso es de nota, y sabe que el director espiritual de las monjas es ahora un obispo brasileño. «¡No estaría mal que saliese ahora para verlo!», plantean.
Rodrigo Henrique Ribeiro da Silva es ya la segunda figura del sedevacantismo –la corriente a la que se han adscrito las monjas, que no acepta el talante renovador del Concilio Vaticano II y considera usurpadores a todos los papas posteriores a Pío XII– instalada en el convento. El primero que aportó un extra de colorismo a todo este enredo fue Pablo de Rojas, residente en Bilbao, amante de la pompa indumentaria y nostálgico de la España predemocrática, acompañado por su sacerdote José Ceacero, que en su vida 'civil' había alcanzado cierta fama como campeón de coctelería. Duraron poco aquí. Al 'obispo' Ribeiro da Silva se le atribuye una marcada admiración por Hitler y, en su caso, el segundo de a bordo, el argentino Jesús Casas, es juez de boxeo y campeón de cebo de mate, la bebida nacional de su país. A veces la realidad parece una ocurrente directora de casting.
No es la primera vez que este monasterio de la Riojilla burgalesa, en pleno Camino de Santiago, atraviesa periodos críticos. Como explican los paneles informativos, en 1458 fue destruido por la guerra y quedó abandonado, y a principios del siglo XIX las tropas francesas lo expoliaron y volvieron a arrasarlo. Pero lo de 2024 ha supuesto una novedad, con su suma insólita de ruptura doctrinal, desastre inmobiliario (con el convento de Derio hipotecado y las clarisas de Vitoria reclamando que les devuelvan el de Orduña, por impagos) y también, según los expertos en asuntos eclesiásticos, un trasfondo de ambición de la abadesa, que había agotado sus mandatos. Los menos fascinados por el culebrón son los vecinos del pueblo, tan hartos ya que ni quieren dar su nombre al hacer declaraciones: muchos evocan con nostalgia los viejos tiempos, cuando el vínculo de las monjas con Belorado era más estrecho y funcionaba una activa asociación de amigos del convento, responsable en buena medida de la espléndida preservación del edificio.
«Yo solía ir a visitar a las monjas mayores, pero ahora ni siquiera podemos entrar. Estoy muy cabreada por ellas, que se han quedado ahí sin tener parte en todo esto: salió la foto de la comunidad con sus padres y hermanos, pero los familiares de las mayores no estaban», reprocha una mujer. «¿Las monjas? Aquí no las vemos más que por la televisión o en el periódico, ¡como si no existieran! –rechaza un parroquiano en el bar del Hotel Belorado–. El pueblo ya pasa olímpicamente de todo esto».
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