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DARÍO MENOR
Jueves, 29 de marzo 2018, 07:22
A las cinco de la mañana Gianni Crea abre el enorme portón de los Museos Vaticanos. Es una operación que le lleva unos minutos por ... la cantidad de cerraduras, aldabas y alarmas que lo protegen. Sobrecoge escuchar cómo el ronco quejido de la hoja al girar sobre sus goznes rompe el silencio de la madrugada en el Viale Vaticano, un lugar habitualmente atestado de coches, turistas y vendedores. Crea da la bienvenida con una sonrisa y tendiendo la mano derecha. En la izquierda lleva un manojo de llaves, principal distintivo de los que desarrollan su particular trabajo: este romano de 45 años es el jefe de los once claveros encargados de custodiar las 2.797 llaves que abren todas las cerraduras de los Museos Vaticanos. Cuando han pasado los invitados, Crea vuelve a empujar el pesado portón de salida. Luego introduce una llave en la cerradura, marcada con una pegatina con el número uno.
«Las llaves están numeradas, aunque los que trabajamos aquí al final las reconocemos por el peso y por la forma», cuenta mientras nos dirige a un ascensor para subir al piso superior. «Hacen falta cinco claveros y una hora para abrir todas las puertas, quitar las alarmas y encender las luces de los museos en la apertura. Para cerrar se tarda más, alrededor de una hora y media». Tras recorrer un pasillo, llegamos a una garita donde espera otro clavero, que ha colocado sobre el mostrador varios cientos de llaves, metidas en grandes aros metálicos según las distintas áreas de los Museos Vaticanos. «Nuestro turno de trabajo empieza en el puesto de la Gendarmería Vaticana que está en la Puerta de Santa Ana, uno de los accesos al Vaticano. Recogemos el primer manojo de llaves, que se dejan allí tras el cierre. Con ellas entramos en el búnker».
Con ese nombre denominan a la habitación donde se guardan las llaves de los Museos Vaticanos. Tras una pesada puerta metálica, encontramos un espacio pequeño y estrecho con armarios en las paredes. Hay también varias pequeñas cajas de seguridad empotradas. Crea abre una de ellas y extrae un sobre lacrado. En su interior se custodia la 'llave sin número', la de la Capilla Sixtina. «Cuando empecé a trabajar aquí, hace 25 años, pregunté por qué no tenía número y me dijeron que siempre había sido así. ¿Cuál le iban a poner? ¿El cero? ¿El uno? Es la llave que abre un espacio con el que sueñan millones de personas en todo el mundo y que para los católicos tiene un valor muy especial, pues es allí donde los cardenales eligen al Papa». El clavero muestra un registro donde él y sus compañeros tienen que anotar cuándo cogen y devuelven la 'llave sin número', de la que sólo tienen otra copia los encargados de la sacristía pontificia. En el cuaderno hay un plano en el que están numeradas todas las cerraduras. En el acceso a la Capilla Sixtina, en cambio, sólo hay dos iniciales en mayúscula: S. N. Se refieren a la 'sin número', que resulta sencilla, metálica y no muy grande. Llama poco la atención.
Crea sale del búnker cargado con varios manojos de llaves que se coloca en las muñecas, sonríe ante una fotografía de Francisco y se dirige hacia la entrada del Pío Clementino, donde se custodian las esculturas clásicas atesoradas por los Papas. Para abrir el enorme portón de acceso a esta zona de los museos hace falta una llave gigantesca. El clavero va encendiendo luces hasta que enfila la Escalinata Simonetti, donde saca una linterna del bolsillo para poder seguir sin tropezar con los escalones. Al otro lado de los ventanales, Roma sigue durmiendo y todavía no hay señales del amanecer. «El único miedo que sentimos aquí es a la omnipotencia de la belleza que vamos contemplando en cada momento», responde al ser preguntado por si se asusta al recorrer en solitario y a oscuras los más de siete kilómetros de salas y pasillos de los Museos Vaticanos. «Aunque conozco cada esquina, siempre descubro algo nuevo. Las mismas obras van cambiando según la luz del momento. El trabajo es similar al de cualquier otro portero, pero nosotros tenemos las llaves del paraíso artístico. Somos unos privilegiados».
El paraíso del que habla Crea empieza a hacerse terrenal en la Galería de los Mapas. Este lugar, que hace las delicias de cualquier amante de la geografía o la cartografía, resulta aún más impresionante al descubrirlo en penumbras. El clavero va abriendo puertas y encendiendo luces, dando así vida a una perspectiva imponente. «Se podría automatizar todo el sistema de accesos y de iluminación, pero se ha preferido dejarlo así, de forma manual y por tramos, para que por fuerza debamos pasar por todas partes. Así descubrimos si hay una ventana que no cierra bien, un trozo del rodapié que se está soltando o algún otro desperfecto y lo comunicamos de inmediato a los encargados de la conservación y la restauración».
7,5 kilómetros de longitud miden los pasillos y salas de los Museos Vaticanos.
2.797 llaves de puertas, portones, ventanas y sistemas de iluminación tiene este organismo.
70.000 obras de arte atesoran los Museos Vaticanos, lo que explica que su directora, Barbara Jatta, insista siempre en que «tienen que ser declinados en plural».
La 'sin número' vuelve a ser protagonista tras bajar unas escaleras y girar a la izquierda. Un cartel indica que al otro lado de una sencilla puerta de madera está la meta más perseguida por los turistas que visitan Roma. Crea agarra la llave, la introduce en la cerradura dándole un par de vueltas dentro de ella y nos invita a entrar en la Capilla Sixtina. Una tímida claridad empieza a filtrarse por los ventanales, pero la verdadera luz se hace con el encendido del renovado sistema de iluminación. Es progresivo y dura un par de segundos. Bastan para sentirse tan insignificante como afortunado por tener ojos para contemplar lo que Miguel Ángel era capaz de hacer con un pincel en la mano. El clavero se santigua y nos deja unos instantes en silencio para que saboreemos este momento único, en el que es difícil olvidarse de las hordas de visitantes que en unas horas tendrán frente a ellos el mismo panorama. A ellos les tocará estar apretujados mientras los ujieres les piden que circulen para dejar su sitio al siguiente de la fila.
«Para mí es un privilegio único y extraordinario poder abrir la Capilla Sixtina, donde te sientes embriagado por una enorme emoción. Es la belleza absoluta», confiesa entusiasmado Crea, que antes de cada cónclave se encarga junto a sus compañeros de sellar todas las puertas que comunican los Museos Vaticanos con el lugar donde se elegirá al nuevo Papa. Al final del recorrido, nos dirige a las Estancias de Rafael. Ante el fresco de 'La Escuela de Atenas', una de las obras cumbre del genio de Urbino, el clavero jefe desvela que él iba para magistrado, pero los Museos Vaticanos se cruzaron en su camino. «Yo estudiaba Derecho cuando empecé a trabajar como vigilante en la basílica de San Pedro. De ahí pasé a los museos y ya no volví a coger los libros de leyes. Descubrí el arte, que antes apenas me interesaba, y desde entonces sigo aquí, fascinado por lo que veo cada día cuando vengo a trabajar».
‘Buenos días, Museos Vaticanos’. Con este nombre ha sido bautizada la visita a esta institución acompañando al clavero mientras abre las puertas y enciende las luces. Esta nueva propuesta para pequeños grupos acaba de ser puesta en marcha y prevé al final del recorrido un desayuno en el patio de la Piña. Los turistas recorren el Atrio de las Cuatro Cancelas, la Escalinata Simonetti, una parte del Museo Pío Clementino, las Galerías de los Candelabros, de los Tapices y de los Mapas, para acabar con las Estancias de Rafael y la Capilla Sixtina.
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