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icíar ochoade olano
Jueves, 16 de agosto 2018, 07:36
Luis Quirós (Madrid, 1980) ha cambiado el látigo por el traje de jefe de pista. Desde mediados del siglo XIX, este es el primer verano en que un Quirós se gana el jornal sin hacer pasar a una fiera por el aro. El de domador ... es hoy un oficio maldito por las ordenanzas de decenas de municipios españoles, que han condenado los espectáculos con animales. Charlamos con el último de esta gran saga familiar de los inicios, de los tiempos dorados y del ocaso de una profesión que se extingue.
– ¿Qué sabe de las artes de su tatarabuelo?
– Poco. Era de Cuenca. Trabajaba de equilibrista y de domador de caballos. Yo estoy convencido de que no fue el primero. Que la tradición viene de más atrás, pero no hay modo de saberlo.
– El nieto de aquel pionero, Vicente Quirós, que es su abuelo, fue otro gran domador y aún vive. ¿Cómo está?
– Regulín. En octubre hará 102 años. Hasta hace apenas cuatro meses, salía a ver todas las funciones. Pero ahora está delicado y pasa más tiempo en la caravana. El calor le va fatal.
– ¡Permaneció en activo hasta los 94!
– Sí, domó camellos, caballos, burros, cabras... En los últimos tiempos tenía un número con un pony y unos perritos. A veces le decíamos 'yayo, déjalo ya'. Pero nada. Le veías llegar cojeando y cuando entraba en la pista salía recto como un clavo. 'Me tengo que morir en el circo', sigue diciendo.
– Cuenta que fue novio de la madre de Ángel Cristo.
– Eso cuenta, sí, ja, ja. Pero se casó con la abuela Sole, una vedette famosa en los años 60 que trabajaba en el Teatro Chino de Antonio Encinas.
– Con su padre, Manolo Quirós, llegaron los leones.
– Sí. Mi familia hizo migas con una francesa que tenía leones, a la que mi abuelo había contratado. Cuando terminaron se fueron a trabajar con el padre de Ángel Cristo a Marruecos y mi padre, que tenía entonce 16 años y quería aprender, se fue con ellos. Le acabaron regalando el número y los animales, un macho y dos hembras.
– Su abuelo presumía de tratar a los animales de su circo «como a a mis hijos».
– Mi padre era igual. Los dos querían mucho a sus animales y los trataban bien. Yo les he visto llegar a un sitio, instalarse, montar el circo y, después, hacerse 400 kilómetros hasta dar con un matadero que les vendiera carne para una semana porque se habían dado cuenta de que apenas quedaba.
– Un día, su padre sufrió un ataque espeluznante.
– Sí. Yo tenía unos siete años. Entonces trabajaba con tres machos y tres hembras. Ellas entraron en celo y al acceder a la jaula los machos lo vieron como a un rival y fueron a por él. Le atacaron los tres pero lo hicieron con cierto miedo. Mordían y le soltaban, sin desgarrar. Tiene el brazo derecho lleno de agujeros, pero logró salvarlo. Pasó mes y medio en el hospital.
– Pese a aquello, apenas una década después, usted se plantó y le dijo que quería seguir sus pasos.
– Sí. Me gustan mucho los animales y desde chico me había ocupado de su limpieza y de darles de comer. Un día le dije que quería ensayar con ellos. Lo suyo es empezar con una camada propia de cachorritos, pero mi padre no quería comprar más. Una tarde me vestí para la función antes que él y le dije que salía yo. No había ensayado pero le había visto hacerlo miles de veces. Tenía 17 años.
– ¿Cómo le fue?
– Los leones hicieron sus cosas aunque estaban un poco extrañados.
– ¿Qué sintió dentro de la jaula frente a frente con ellos?
– Miedo, no, y eso que dentro de la jaula parece que en vez de 200 kilos pesan 400. Respeto, mucho. Sabes que son más fuertes que tú. Lo importante es que nunca descubran que, en realidad, tú eres el débil.
– ¿La segunda vez le fue mejor?
– Se resistieron a seguir las órdenes. Fue un tira y afloja. Duré cuatro meses. Mi padre me dijo que la cosa se estaba poniendo peligrosa y lo dejé. Él siguió hasta hace unos diez años.
– Aún era joven para dejarlo.
– Sí, pero dijo que ya no merecía la pena jugarse el tipo, que ya no se apreciaba el esfuerzo.
– ¿Qué hicieron con los leones?
– Entonces tenían 22 o 23 años, cuando suelen durar 15 o 16. Le dije a mi padre que lo mejor era llamar al veterinario y que los pinchara. Contestó que ni hablar, que estarían con nosotros hasta que se murieran. Recuerdo que, al final, como apenas tenían ya dientes, les troceaba la carne y les daba él mismo de comer.
– ¿Lloró su muerte?
– Él, mi madre, yo, todos. Cuando no tenía uso de razón esos animales ya estaban con nostros.
– Luego usted se dedicó a la doma de caballos, camellos, cebúes, llamas, al estilo de su abuelo y tatarabuelo.
– Sí, pero lo he dejado todo. En Murcia tenemos un terreno de 10.000 metros para los animales. Allí han estado un año con dos cuidadores. Pero no era plan tenerlos quietos, así que se los cedí a un compañero. En este país se ha puesto todo muy difícil.
– Más de 350 municipios han prohibido ya los espectáculos con animales. La herida del zarpazo, ¿es profunda?
– No lo sabe bien. Hemos perdido muchas plazas buenas, en las que trabajábamos muy bien. Ahora estamos obligados a hacer una burrada de kilómetros para ir a los sitios que nos dejan. Si antes un viaje normal era de 40, 60 o a todo tirar de 100 kilómetros, ahora estamos haciendo de 300 y 400, con todo el gasto de gasoil que lleva.
– «Esclavistas, estáis muertos», les han amenazado los animalistas, que incluso han irrumpido en su circo con la intención de agredirles.
– Así es. En las Rozas vinieron a pegarnos y entraron hasta la pista con pancartas y gritando. Las gradas estaban repletas de niños, claro. Nunca había visto algo así.
– ¿Qué hay que saber del circo para vivir de él y en él?
– La gente de fuera lo ve como una vida muy difícil, siempre de aquí para allá. Creen que vamos en caravanas como las que tienen ellos para ir de camping, ja, ja. Y para nada. Las nuestras son especiales. Por lo demás, aquí también hay un orden y una rutina. Durante el año, como todo el mundo, también estamos todos en pie a las ocho para llevar a los niños al colegio.
– ¿Cómo lo llevaría si le quitan las ruedas y le dejan en un pisito en Carabanchel?
– Buff, mal. Allí nos pasamos los inviernos y se me hace largo. A los tres meses estoy deseando moverme.
– ¿Se cuentan más deserciones o ingresos del exterior?
– Es más fácil que uno de fuera entre al circo y se haga a esto que al revés. De largo.
– Son una familia enorme: un abuelo de leyenda, nueve hijos, veinte nietos, doce bisnietos, una tataranieta. ¿Cuántos están en pista?
– No todos estamos en el Quirós. En el Circo del Sol tengo tres primos hermanos. Tienen sus 55 y 56 años y siguen en activo. Hacen un número de alambre a doce metros de altura. Y en Canarias tenemos otros primos que hacen números circenses en hoteles.
– ¿Qué planes tiene Luisito, su hijo de 4 años?
– Ese es el amo de todo. Sale a pista cuando a él le apetece. Le encanta acompañar a mi hermana, que es payasa. De vez en cuando viene y me dice 'hoy quiero trabajar' y le pintamos y vestimos con ella.
– También tiene una niña de ocho meses. ¿Qué futuro quiere para ella?
– Si quiere estudiar, estudiará, aunque me encantaría que siguiera en el circo.
Los Quirós ya no tienen animales en propiedad. O han fallecido o los han cedido a compañeros. Aun así, en ocasiones subcontratan números con animales, como es el caso de esta temporada estival, en la que viajan con una familia francesa que hace un espectáculo con pingüinos y con un león marino. «Sale más caro, pero no nos compensa tener animales. Con las prohibiciones, hay que andar dejándolos en 'tierra firme' y cogiéndolos, y no es plan para ellos. Hay plazas en las que aún van a vernos aunque no llevemos animales. En otras perdemos mucho público porque lo que quieren es verlos», asegura Luis Quirós.
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