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Por nostalgia o romanticismo, por amor a esas primitivas mecánicas animadas por combustibles fósiles, por pura atracción a destripar un motor de ocho cilindros en ... línea o por el íntimo orgullo de devolver a la vida un R8 moribundo... cada aficionado se arranca con sus razones para conducir un vehículo antiguo, esas rarezas con más de 30 años desde su primera matriculación. En España hay 342.000 coches y motos de esa edad, pero muy pocos, apenas un 12%, tienen la clasificación de históricos, un trámite administrativo largo y costoso que Tráfico quiere revertir con un nuevo reglamento que los coleccionistas anhelan. Tres de ellos cuentan su locura por estos viejos cacharros.
Antonio estudió Farmacia, pero montó una empresa de robótica industrial. Hijo de un mecánico, su fascinación por los coches antiguos le viene de niño, aunque el ardor coleccionista no se aceleró hasta que hace cosa de 30 años y por azares de la vida, cayó en sus manos un Seat 127 matriculado en 1977, que reparó y pintó hasta dejarlo en perfecto estado de revista. Empezó entonces a llevarlo a las concentraciones de vehículos clásicos y se enganchó a este mundillo de 'troncomóviles'. El 127, que aún conserva, fue el primero de una impresionante colección que atraviesa tres siglos. Antonio es miembro de la FEVA, la Federación de Vehículos Antiguos, que agrupa a 300 clubes, entre ellos el Veteran Car Club de España, el único exclusivo de vehículos preguerra (de antes de 1940), que él vicepreside.
Entre los más vetustos de sus tesoros destacan un Darrcq de 1900 y un Salvador de 1916, un coche de carreras fabricado en Barcelona del que solo existen dos ejemplares en el mundo. «Los he ido adquiriendo poco a poco. Empecé casi sin darme cuenta en los 90 y en los 2000, ya con capacidad económica, fui comprando coches en diferentes estados de descomposición, pero a base de dedicarles fines de semana los voy reconstruyendo con ayuda de mi hermano y mi padre, que es el que más disfruta».
Entre los tres han reunido una treintena de coches y otra de motos que mantienen a buen recaudo en una nave en Madrid. Casado y con un hijo adolescente, su mujer le acompaña a todos los eventos de vehículos clásicos. «Nos vestimos de época y disfrutamos de esas salidas turísticas en las que al final se trata de ver sitios bonitos en recorridos cortos».
De sus reliquias guarda especial querencia por un 'dos caballos' de un blanco impoluto y apenas 41.000 kilómetros «reales» desde su fabricación, en 1977. «Es rarísimo encontrar un utilitario de esta antigüedad y con tan poco kilometraje. Es la leche porque no está restaurado, está absolutamente nuevo, como recién salido de fábrica. La tapicería está perfecta, las ruedas son las originales… Te subes y retrocedes 40 años en el tiempo», describe entusiasmado Antonio, que apenas conduce su venerado Citroën para preservar esa originalidad. «Lo tengo como coche museo por así decirlo. Si le empiezo a sumar kilómetros me cargo parte de su encanto». Orgulloso de su colección («aunque en Madrid hay colecciones de más de 500 coches, y no una ni dos») niega que para poseer un clásico de cuatro ruedas haya que ser un potentado. «Eso es mentira de plano y cuando vas a cualquier concentración te das cuenta de que el 95% de la gente es de clase media», afirma.
Precisamente la FEVA hizo un estudio que desmontaba el mito de 'afición de ricos', y señalaba que un tercio de los aficionados gana menos de 30.000 euros y que casi el 80% de sus vehículos tiene un valor inferior a los 15.000 euros.
Pedro Juan de Blas, presidente del Club Renault, sólo colecciona automóviles de la marca francesa. Es 'padre' de nueve (para él son como 'hijos'), entre ellos un R8 TS y un Fuego, que levantaba 'ohhs' de admiración por las calles. «¿Ligar? calla, calla... ese coche era fabuloso», se ríe. Dueño de una empresa de suministros industriales, se inició en el repertorio de clásicos hace quince años, aunque su vínculo con Renault venía de antes. «De joven tuve un R8, lo vendí y compré un R14; lo vendí y compré un R11 y así hasta que un día vi a un señor conduciendo un 600 y pensé que si hubiera conservado mi primer R8 podría conducirlo, igual que hacía ese buen hombre».
Ventajas del vehículo histórico
1. ITV El nuevo reglamento de Tráfico exime de la ITV a los matriculados antes de 1950 y amplía la periodicidad (2-3-4 años) a los de entre 30 y más de 45 años.
2. Circular por el centro Los coches históricos tendrán más facilidades para poder circular por las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE) de las ciudades sin ser multados.
3. Bonificación fiscal Muchos ayuntamientos aplican descuentos o libran directamente del pago del Impuesto de Circulación a los vehículos históricos
Por ahí le entró el gusanillo y empezó a rebuscar hasta que dio con un R10 de 1967 que vendían en Pontevedra. Fue el primero de la serie y le costó dos mil euros. Así se inició en esta «locura» de ir reuniendo Renaults con solera, que le ha llevado a tunear la mesa de su despacho con hechuras de un Gordini. Pedro Juan preside también el Club de Clásicos Alcarreños. Son 60 socios que salen una vez al mes con sus viejos cacharros. «Vamos a conocer algún museo y comemos en el campo o en algún restaurante. Disfrutas de los coches, les das una vuelta y haces turismo».
Todos sus autos son originales y los ha restaurado desde la primera hasta la última pieza. El R8 TS con el que posa en la fotografía lo rescató literalmente de la tumba. Era chatarra. «Estaba completamente enterrado. Un señor que se quería construir una piscina lo encontró en ese lugar y lo llevó al desguace de un primo mío que me llamó. Nos encontramos toda la documentación en el interior, así que pude localizar al dueño, o mejor dicho a su hijo. Fui a verle a Madrid y le conté que tenía el R8 de su padre y que quería rehabilitarlo, pero que necesitaba ponerlo a mi nombre. No se creía lo que le estaba contando porque llevaban veinte años sin tener noticias del coche».
Logró el plácet de los antiguos dueños, que le pusieron la condición de que una vez arreglado les diera una vuelta, como así fue. Con la pericia de un cirujano devolvió a la vida aquel R8 desahuciado, arregló el motor, restauró la tapicería, cambió los frenos, los amortiguadores y los cristales por otros originales de repuestos antiguos; saneó la chapa, eliminó los óxidos de la carrocería y la pintó del mismo color naranja. «Corre a 140 kilómetros por hora y ¡responde que no veas!».
«Soy un autónomo que he trabajado toda mi vida en mi taller y que llevo dentro la ilusión de mantener y cuidar la historia del automóvil en España». Así se presenta Alfonso Chaves, vecino de Castilleja de la Cuesta (Sevilla), donde repara, mima y conserva su ajuar de clásicos, entre ellos un Seat 1400 de los años 50, el primer modelo producido en la planta de Martorell. Tras una minuciosa restauración, luce impecable con ese doble color que imita a los americanos de época.
Alfonso posee unos 60 'carros', todos del siglo pasado, aunque confiesa que no los ha contado nunca. «Restauro uno y lo guardo, restauro otro y lo guardo y así vamos…». Alineados en dos naves desfilan varios Cadillac, un Dodge Dart fabricado por Barreiros, un Caravelle, una moto con sidecar del África Corps, un Chevrolet Impala, un Simca mil, varios Mercedes, un Fiat Topolino, un Opel de 1934, y una amplísima gama de Seat… el más antiguo ese 1400 por el que siente devoción, pero también un 850 Spider, otro cupé, todas las versiones del entrañable 600 –menos el cuatro puertas–, un 124 sport o un 1500 familiar azul oscuro de 1966 con aspecto de furgón fúnebre. El más antiguo y el primero con el que se inició como coleccionista fue un Ford T de 1920, «que cambia con el pie y acelera con la mano», apunta Chaves.
Su afición no le viene de familia. «Mi padre jamás tuvo coche ni carné», cuenta, «pero a mí me gustaban los coches antiguos. Por eso le agradeceré eternamente que me llevara a estudiar mecánica a la universidad laboral».
Tras terminar y hacer las prácticas en la Seat, Alfonso montó su propio taller, al que sigue sin faltar y donde ahora también trabajan sus hijos. Cuando terminaba la faena del día daba rienda suelta a su «chaladura» y se ponía a restaurar los coches viejos que guardaba. «Era el único trabajador de la empresa, tenía cuatro hijos y atendía a los clientes… pero a partir de las ocho de la tarde hasta las dos de la mañana… esas horas eran para mí y mis vehículos. Y mi mujer me permitió que me dedicara a lo que más me gusta. ¡Merece un monumento arriba de La Giralda!», se emociona al recordar a Conchi, ya fallecida.
A Alfonso le gustaría que el Ayuntamiento de su pueblo promoviera un museo del automóvil con su histórico patrimonio. «Hay vehículos de 1920 a 1970 y no hay dos modelos iguales». Aunque para cumplir su sueño le falta un Pegaso Z-102, el mítico deportivo de los 50, conocido como el Ferrari español. «Vale un huevo aunque esté hecho polvo», ilustra.
–¿Y si mañana le ofrecen un millón de euros por su colección?
–Jajaja, me entran siete dolores de barriga porque a mí me da la vida saber que los tengo ahí cada día.
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Ana del Castillo
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