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No ha habido huelga: los jóvenes ejercían de jóvenes. Pero sí una rebelión. Han sido los adolescentes los que han mostrado su conciencia ambiental para pedir la aplicación de medidas globales que frenen el cambio climático. Se expresaron con lemas cortos, como «No hay planeta ... B» o «Hay más plástico que sentido común», escritos en los carteles que portaban. Aunque con menos afluencia en Madrid que otras manifestaciones multitudinarias, como por ejemplo la feminista del 8M, llenaron el Paseo del Prado.
Una característica de esta protesta es el entusiasmo, que confirma que ese espíritu ecológico es más que una inquietud pasajera. Cada consigna, fuera una frase calcada -a veces sin traducir- o una ocurrencia personal, estaba escrita en cartón reutilizado. Cientos de láminas marrones recogidas del contenedor, que en no pocas ocasiones mostraban el logo de Amazon o de otra marca -de pan, yeso, cocinas o detergentes- en su anverso. «Nos están calentando la cerveza» por delante y celo marrón por detrás. Cuatro jóvenes de la Complutense llegaban con las manos vacías. «¿No regalan pancartas?», preguntó uno. «Hay que pasar los mensajes», dijo otro.
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Como si fuera la firma de la juventud, la espontaneidad de sus denuncias, plasmadas en el momento, en el suelo, con rotulador, sobre improvisados materiales, contrastaba con la de las generaciones anteriores que por allí se asomaron. Veteranos de partidos políticos y sindicatos portaban sus impresos de fábrica: pancartas, banderolas y chalecos de impronta cara y profesional. Desentonaba la vieja ideología entre tanta lozanía de ideas, como las octavillas de imprenta en que se denunciaba el capitalismo, y que no quedaban en el suelo porque los jóvenes las depositaban en la papelera. Había ambiente festivo, pero no de botellón. Un ciclista con mascarilla, unos novios con la impudicia del primer amor, varios perdidos que no encontraban a su cuadrilla y mandaban su ubicación desde el móvil. Selfies, presentaciones entre amigos de amigos, apuros. A las 18:00 horas comenzó a moverse la multitud y veinte minutos después se elevó un grito por el planeta, como una ola que empezó en Cibeles y reventó en Atocha. Aplausos, silbidos que se repitieron cada poco tiempo. Un niño de diez años de largos rizos rubios gritó: «¡Abajo contaminación, arriba bicicletas!», antes de unirse al río de gente de la mano de su madre tatuada.
La juventud española supuso un eslabón más en el puzle de manifestaciones que sacudieron ciudades por todo el mundo. Los adolescentes salieron a las calles de Nueva Delhi y Bombay (India), Tel Aviv (Israel), Atenas (Grecia), Zúrich y Ginebra (Suiza), Abuja (Nigeria) y otras ciudades de Suecia, Dinamarca, Finlandia, Italia, Nueva Zelanda, Luxemburgo, Chile, Argentina, Austria, Holanda, Estados Unidos e incluso Rusia, pese a sus fuertes controles de seguridad. Todas con el mismo reclamo: forzar a una acción decidida contra la emergencia provocada por el calentamiento global, entre otros factores.
Inspirados por Greta Thunberg, la joven sueca que ha confrontado a los grandes responsables -y que este viernes participó en la marcha de Montreal (Canadá)- los españoles de colegio y universidad salieron ajenos a la política local de partidos, sin más emblema que su preocupación por conservar la Tierra, que se degrada hasta el punto de amenazar la convivencia. En 2050, cuando ellos lleguen a la madurez, la desnutrición crónica mundial habrá aumentado un 62%, según divulgó Acción contra el Hambre, y habrá más de 180 millones de personas en inseguridad alimentaria. Las palabras sueltas de los eslóganes no parecen exagerar: «Colapso», «emergencia». «Se queman los bosques», «los océanos crecen», «los combustibles fósiles matan».
-¡Pero qué calor! -lamentó un chico con su pancarta de tapasol.
-Hay que sentir el cambio climático real -le respondió su compañero. Sus pequeñas contradicciones importan poco frente a la magnitud del problema, y la necesidad de un cambio de modelo impulsado desde los gobiernos. Para pedir que se apliquen medidas globales que salven al planeta, los cartones reusados escritos de puño y letra son sus armas.
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