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ICÍAR OCHOA DE OLANO
Sábado, 4 de noviembre 2017, 08:40
Cuando los estadounidenses ceden su cuerpo a la ciencia en su último deseo de contribuir al desarrollo de nuevas técnicas clínicas, a menudo lo donan, sin saberlo, al comercio. Cadáveres y partes seccionadas de cuerpos se venden en un truculento mercado que se ... ampara en la ausencia de regulación para lucrarse. La normativa en torno a este asunto es tan genérica que, en el país más avanzado y poderoso del mundo, prácticamente cualquier zutano avispado puede hacerse con un finado, disecarlo y despacharlo en porciones a cambio de una tarifa, y seguir dentro de los márgenes de la ley. No es la secuela de 'Perdita Durango'. Dos periodistas de Reuters han adquirido dos cabezas humanas por 600 dólares (516 euros). Con esta macabra transacción culminan un minucioso trabajo de investigación que destapa el espeluznante y multimillonario negocio en torno a los muertos que decidieron en vida poner sus cuerpos en manos de la investigación científica y de las facultades de Medicina para la instrucción de futuros galenos.
Los autores, Brian Grow y John Shiffman, han estudiado durante más de un año los movimientos de las empresas que, al otro lado del Atlántico, se dedican a hacerse con cadáveres, diseccionarlos y venderlos a universidades, laboratorios o institutos tecnológicos. Estos intermediarios se hacen llamar bancos de tejidos no trasplantables, un eufemismo que les ayuda a distanciarse de la industria de trasplante de órganos y tejidos, perseguida de cerca por el Gobierno de Estados Unidos. Vender corazones, riñones o tendones es ilegal. Sin embargo, ninguna regulación federal rige la comercialización de muertos o de partes del cuerpo para su uso formativo o científico.
Según exponen en 'The body trade' ('El comercio de los cuerpos'), la turbadora serie de reportajes que han sacado a la luz, el modelo comercial de esta industria se enfoca con especial esmero en los ciudadanos sin apenas ingresos y, por tanto, incapaces de asumir los gastos de un funeral. Los titulares de esos bancos -se les conoce como 'body brokers' (literalmente, corredores de cuerpos)- se aprovechan de su situación doblemente vulnerable para conseguir que les entreguen los difuntos a ellos, en lugar de hacerlo a agencias estatales o directamente a universidades. Despliegan para ello un gancho difícil de rechazar: ellos se ocupan de cubrir los gastos de la recogida y el traslado del fallecido, así como de su cremación parcial. La oferta resulta demasiado tentadora para muchas familias que han dilapidado sus ahorros en hacer frente al tratamiento de un ser querido en la carísima sanidad privada estadounidense.
Lo que ocurre después, a sus espaldas, es espeluznante: «Cuerpos desmembrados por motosierras en lugar de instrumentos médicos», «partes almacenadas en condiciones insalubres o desechadas en incineradoras médicas, en lugar de ser sometidas a una cremación digna»... Una carnicería para nutrir la exigente demanda del sector de la Medicina que evoca la época de los ladrones de tumbas, una práctica habitual en Europa desde la Edad Media y hasta bien avanzado el siglo XIX, cuando los llamados resurreccionistas las profanaban para suministrar cadáveres a las clases de anatomía, de manera que los estudiantes pudieran estudiar los órganos y tejidos humanos.
Doscientos años después, el escabroso oficio parece mantenerse en una versión algo más sofisticada. La ausencia de un registro nacional de bancos de tejidos no trasplantables les pone las cosas aún más fáciles. Tanto es así que operan, prácticamente, en el anonimato. Reuters ha comprobado que a menudo lo hacen en connivencia con funerarias, lo que les permite abarcar una clientela potencial mayor y obtener así más 'materia prima'.
4.300 euros. Es el precio al que los ‘bancos de tejidos no trasplantables’ –las empresas intermediarias entre los familiares de los donantes y las universidades o institutos científicos– pueden llegar a vender un cadáver completo.
El gancho Esas empresas acechan a personas sin recursos como para pagar el funeral de un familiar. A cambio del cuerpo, les ofrecen el traslado del difunto y su cremación parcial de forma gratuita.
34 es el número de ‘body brokers’ (corredores de cuerpos) que la investigación ha identificado. 25 de ellos gestionan negocios con ánimo de lucro.
«Pocos estados establecen normas que regulen el desmembramiento o el uso de esas partes, o que garanticen algún derecho a los familiares del finado. Los cuerpos y las piezas se pueden comprar, vender e incluso arrendar una y otra vez», aseguran los reporteros, que han identificado a 34 'body brokers' activos, 25 de ellos con ánimo de lucro. Lo mismo hay pequeños negocios familiares que grandes corporaciones nacionales con delegaciones en varios estados. Reuters calcula que, en cuatro años, entre todos ellos recibieron al menos 50.000 cadáveres y distribuyeron más de 182.000 partes.
La agencia documenta algunos de sus envíos. Por ejemplo, uno con remite de Florida a un seminario de capacitación ortopédica que incluyó 27 hombros, u otro a un congreso sobre el síndrome del túnel carpiano celebrado en Virginia y que requirió cinco brazos. Los precios no siempre son rígidos. En ocasiones, las ventas entre los clientes habituales se estimulan con anuncios de «envíos gratis por compras superiores a 125 dólares» (107 euros) o con descuentos en momentos de exceso de existencias de pies, hombros o pelvis, como si se tratara de libros, cedés o artículos de decoración.
«En la mayoría de los estados, cualquier persona puede comprar partes del cuerpo legalmente». Los reporteros puedan certificar su afirmación después de lograr que un 'body broker' de Tennessee les vendiera las cabezas de un hombre y de una mujer por 600 dólares (516 euros), así como la sección cervical de una columna por 300 más 150 de gastos de envío (386 euros en total), «tras el intercambio de unos pocos correos electrónicos». «Comprar vino en internet está más controlado. Al menos te exigen una prueba de tu mayoría de edad», escribe Grow en el reportaje.
Por razones éticas y de seguridad, la transacción se efectuó con la supervisión de dos expertos en donación de cuerpos, que quedaron atónitos con la facilidad con la que se había realizado la adquisición. «Cualquiera podría comprarlo, recibirlo en casa y hacer con ello lo que quisiera. Es como el Salvaje Oeste», aprecia con estupor uno de los especialistas.
A 5.000 kilómetros de allí, los profesionales españoles son taxativos a la hora de rechazar que algo así pueda producirse en este lado del 'charco'. «Resulta muy sorprendente lo que ocurre allí. Desde luego, eso sería imposible aquí. Ni la legislación lo permitiría, ni la Sociedad Española de Anatomía tampoco. La donación de cuerpos está muy controlada en nuestro país», asegura a este periódico María Luz Campos, directora del Servicio de Instrumentación Científica de la Universidad Miguel Hernández, en Elche.
A diferencia del sistema estadounidense, en España «no existen intermediarios» entre los donantes y las universidades, que son los receptores de los cuerpos, argumenta esta doctora en Neurociencias. «Cando fallecen, los familiares se encargan de llamar a una funeraria de su libre elección para que los traigan hasta la facultad de Medicina. Aquí es donde nuestros técnicos de laboratorio se ocupan de preparar los cadáveres y también donde se imparten los cursos. Una vez finalizados los estudios, contratamos a una funeraria para que venga a recoger los restos y los lleve a un tanatorio para su incineración, un gasto que cubre la universidad», detalla.
El recuerdo del hallazgo aún estremece. En mayo de 2014, el departamento de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid quedaba precintado después de que se descubriera el hacinamiento, en condiciones deplorables, de más de 200 cadáveres destinados a la investigación científica. Casi tres años y medio después de que estallara el escándalo, la investigación continúa abierta al objeto de arrojar luz sobre un caso que se ha revelado más complejo de lo que parecía y que presenta varias ramificaciones. Una de ellas tiene como protagonista al entonces jefe del departamento de Anatomía. La Brigada Central de la Policía Nacional rastrea su patrimonio familiar para averiguar si se lucró con los cadáveres. En concreto, si recibió ingresos extra de cursos no homologados en los que se utilizaban los cuerpos.
La Universidad, por su parte, ha volcado sus esfuerzos en pasar página y reorganizar la gestión del proceso de donación con la creación de un centro dependiente directamente del rector. El objetivo es nítido: «Garantizar una gestión ética y conforme a las disposiciones legales vigentes para salvaguardar la dignidad del donante, la dignidad humana y los fines de la donación al servicio de la enseñanza y la investigación», explica Teresa Vázquez, profesora de Anatomía y Embriología Humanas y directora del nuevo servicio.
¿Qué garantías ofrecen ahora a las familias de que todo ocurre según ese nuevo protocolo, sin posibilidad de que se dé otros usos a los cadáveres o se comercialice con ellos? «Por un lado, el compromiso de responsabilidad de todo nuestro personal. Y, por otro, la normativa de uso y gestión de los cuerpos es muy estricta y la observancia de su cumplimiento recae en todos, desde los cirujanos a los alumnos», afirma Vázquez.
Con una medida anual de un millar de inscripciones de nuevos donantes y un centenar de cuerpos en sus instalaciones, la universidad alicantina provee en ocasiones de cuerpos a otras instituciones académicas, así como a dos centros de investigación biomédica experimental con los que tiene firmados convenios de colaboración. «Poseen personal médico que imparte cursos similares a los nuestros. Para que los puedan hacer, les cedemos cadáveres por los que no pagan nada», recalca Campos. «Únicamente se cobra lo que nos ha costado prepararlos (productos químicos). Y, lógicamente, el centro de destino debe correr con los gastos de la funeraria que los transporte hasta allí y, después, la incineración. En ningún caso se comercializa con los cadáveres», subraya.
Campos coincide en destacar, al igual que su homólogo en la Universidad del País Vasco (UPV), Rafael Sarría, la importancia de los donantes para el ensayo de nuevas técnicas quirúrgicas, así como el «respeto» con el que se manipulan los cuerpos. «Es absoluto y es así hasta el final», enfatiza el director del Departamento de Neurociencias del campus vasco, el primero del país en dotarse de un monumento para depositar las cenizas de los difuntos una vez que ya han sido utilizados por la ciencia. 'El Bosque de la Vida', un conjunto escultural de veinte árboles metálicos de gran altura, en cuyo interior se depositan las urnas con las cenizas, es «nuestra forma de agradecer su generoso y valioso gesto».
Nada de eso ha podido tener Cody Sanders, una de las miles de víctimas del feroz mercadeo de cadáveres en Estados Unidos. En su investigación, Reuters ha ido más allá de los números y ha averiguado, con la ayuda de un forense, la identidad del difunto del que provenía la espina dorsal que compró. Para ello, localizó a su supuesta familia y verificó que se trataba de ella con una prueba consentida de ADN. El hijo de Richard y Angie Saunders murió a los 24 años tras una tortuosa vida a causa de varias patologías congénitas que le obligaron a someterse a 66 operaciones y a más de 1.700 sesiones de diálisis en su corta vida. Residía con sus padres, sin apenas recursos, en una vieja caravana en un camping de Tennessee. Cuando falleció, sus progenitores no tenían dinero suficiente para enterrarle o incinerarle. Un 'body broker' al acecho surgió de la nada para sacarles del trance con una propuesta que sonaba digna. Nunca sospecharon que el cuerpo de su hijo sería disecado, seccionado y vendido. Un mes después de que se lo llevara, una empresa de mensajería ponía en manos de los periodistas una caja de cartón marrón. En su interior, la parte superior de la columna de Cody. Siguiendo los deseos de sus padres, se procedió a su incineración y les entregaron sus cenizas.
El nombre de este reputado forense, presidente de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y subdirector del Instituto Vasco de Criminología, está ligado a más de 500 fosas de la Guerra Civil y la represión franquista, de donde ha rescatado a 8.000 seres humanos; a la exhumación y autopsia del cantautor chileno Víctor Jara; a la de su compatriota el poeta Pablo Neruda; o al último análisis realizado a los restos del presidente Salvador Allende, que confirmó su suicidio tras el golpe de Estado de Pinochet. Francisco Etxeberria (Beasain, Gipuzkoa, 1957) lo sabe todo del mundo de los muertos.
– ¿Le escandaliza que dos reporteros puedan comprar en Estados Unidos un par de cabezas humanas como quien compra unos zapatos?
– Me extraña un poco que se pueda dar en Estados Unidos. Sí imagino que puede darse en países en vías de desarrollo. En los noventa, en Colombia, ante la ausencia de cuerpos en la Universidad de Barranquilla, hubo un caso de varios asesinatos a mendigos.
– ¿Es posible que algo así pueda ocurrir en España?
– Aquí hay una cultura de la donación de órganos con una regulación muy específica y está absolutamente bien gestionada por la Sanidad pública. No creo que haya existido error, engaño ni acto delictivo alguno. Lo otro encajaría aquí con un delito de profanación de cadáveres, reglado en el Código Penal. Aparte de eso, no encaja en nuestra cultura con un fin comercial.
– Se lo pregunto de otra manera. ¿Qué impide que ocurra?
– Cualquier proyecto de investigación que se vaya a llevar a cabo con seres humanos vivos o muertos tiene que superar antes el Comité del Control de Ética. Es obligatorio en todos los hospitales y en todas las universidades. A diferencia de lo que pasa en Estados Unidos, lo principal en la investigación médica en España se hace desde lo público. Fuera de ahí, no se me ocurre dónde se podría experimentar con muertos.
– La Universidad del País Vasco, donde usted imparte clases de Medicina Legal, tiene cerrada la inscripción de nuevos donantes.
– Así es. Hay suficientes cuerpos. Por tanto, no hay razón para acumular. Pero le aseguro que si hubiera más de los que se necesitan no se iban a vender a un centro de Brasil o de no sé dónde. Eso es absolutamente imposible (...) Siempre hay excepciones y cosas raras...
– ¿A qué se refiere?
– ¿De dónde saca ese alemán los cuerpos para hacer sus esculturas? Dicen que de China. No lo sé. Desde luego, no creo que algo que esté sobrando en Barcelona, Marsella o París acabe en sus manos. El tránsito aduanero de elementos biológicos está super controlado en Europa. Más aún desde la crisis de las ‘vacas locas’ y la aviar.
– ¿El uso de cuerpos sigue siendo esencial en las facultades de Medicina del siglo XXI?
– Sigue siendo importante, pero las nuevas tecnologías ofrecen hoy otras maneras de adiestrarse.
– Llegado el momento, ¿contempla donar su cuerpo a la ciencia?
– No. Aspiro a que me incineren directamente y a no molestar a nadie.
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