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Nombela es uno de esos lugares por los que uno pasa sin darse cuenta. Es un pueblo corriente que no destaca por nada, no tiene ... un gran castillo medieval, ni una plaza mayor monumental ni un puente romano, ni tampoco esas estrechas callejuelas empedradas que nos transportan a otras épocas. Tiene, eso sí, una iglesia de 500 años con un valioso retablo en plena restauración, y su monumento del Rollo de Justicia, la gran columna de piedra erigida en 1570 que es el orgullo de sus 800 vecinos pues simboliza su privilegio real de villa.
Pero entre los ocho mil y pico municipios del país solo este pueblo toledano que frisa con las provincias de Ávila y Madrid puede presumir de una relación única con el mar: es el punto de España más alejado de las costas, a 364 kilómetros (en línea recta, por carretera son bastantes más) de las playas más cercanas, las de Valencia, por el este, y las portuguesas de Espinho, en la costa atlántica, por el oeste. Otros 372 kilómetros le separan de la costa cantábrica, la misma distancia que de la Costa del Sol. Todo la mar de lejos para los nombelanos, que no alardean de vivir tan tierra adentro, de hecho no hay en el pueblo ni una sola señal, ni una sencilla placa, ni una breve inscripción que indique que está usted a tomar por saco de la playa más cercana. Imposible subir a Instagram una foto como esa de la Puerta del Sol con el kilómetro cero de las carreteras españolas. Ser el 'punto Nemo' ibérico, el lugar de la península más lejano a cualquier marejadilla, no tiene aquí en Nombela nada que lo recuerde.
Distancia de Nombela al mar
Km en línea recta
A 372 km del Cantábrico
A 364 km del Atlántico
Nombela
A 364 km del Mediterráneo
Distancia de Nombela al mar
Km en línea recta
A 372 km del Cantábrico
A 364 km del Atlántico
Nombela
A 364 km del Mediterráneo
Distancia de Nombela al mar
Km en línea recta
A 372 km del Cantábrico
A 364 km del Atlántico
Nombela
A 364 km del Mediterráneo
«Pues sí, habrá que poner algo porque sois muchos los periodistas que os interesáis por el tema. Hace unos años vinieron los de Pescanova con idea de hacer un anuncio divertido con la cosa esta de que éramos los que estábamos más lejos del mar, pero no volvimos a saber nada de ellos. Se ve que encontraron algo más interesante», cuenta el alcalde, Carlos Gutiérrez, al que sorprendemos en su despacho vestido de 'agosto', en sandalias, bermudas y camiseta, casi listo para ir a la playa. «Es algo peculiar, pero llama más la atención a los de fuera. A nosotros no nos quita el sueño, lo vivimos con normalidad, salvo que ir a la playa nos sale más caro por la gasolina».
2.688 Punto Nemo
Este remoto lugar, llamado así en homenaje al capitán de la famosa novela de Julio Verne, es el más alejado de tierra firme del planeta. También conocido como Polo de inaccesibilidad del Pacífico, se halla en el Pacífico sur a 2.688 kms. de la tierra habitada más próxima (otra isla) y a 4.223 de una plataforma continental. Los humanos más cercanos al Punto Nemo son los astronautas de la Estación Espacial Internacional (400 kms). Es también el lugar elegido por varias agencias espaciales para dejar caer sus naves espaciales al considerarse el punto de planeta más lejano y aislado de cualquier sitio habitable.
2.648 En tierra
Un polo de inaccesibilidad es un lugar que ofrece una máxima distancia o dificultad de acceso. Además de Nemo, en Eurasia se encuentra el lugar más alejado del mar en la superficie de la Tierra. Concretamente en un desierto de China, a 2.648 kms del mar.
Carlos, 62 años, dedicación exclusiva y 1.700 euros de nómina («lo mismo que cobraba como auxiliar administrativo del Ayuntamiento), encadena su sexto mandato consecutivo por mayoría absoluta, y promete que se jubilará como alcalde no sin antes colocar el mencionado reclamo. «Venga sí, me comprometo», dice garabateando en un papel 'lo de la placa'.
Aurelio Zazo, Yeyo, maestro de Primaria de 59 años y uno de los vecinos que más ha investigado sobre la historia de Nombela, cree que ya va siendo hora de que el pueblo recuerde esa singularidad. «Estamos en el pueblo más alejado de cualquier costa, tenemos algo que no tiene ningún municipio de España, es una peculiaridad que nos distingue, pero no hay nada en el pueblo que lo recuerde», se lamenta Yeyo, que está escribiendo una novela, 'Nombela y el mar', que hace justicia al privilegio «de ser distintos». «A mí me lo contó mi tío Marcelino, y lo he investigado y cuando comprobé que es así, lo di a conocer. Tengo, además, las coordenadas geográficas exactas de dónde está ese punto», añade Yeyo sin desvelar el secreto.
De la mano de Carlos, el alcalde, salimos a la caza de algún paisano que no haya conocido el gran azul, pero hacemos agua en todos los intentos por culpa de El Refajo, la dinámica asociación de amas de casa que organiza bingos, comidas, tertulias... y por supuesto viajes a la playa. «El día dos de septiembre nos vamos una semana a Jávea», cuenta Mari, vicepresidenta de un club con 90 socias y 35 años de actividades con los viajes en autobús a la costa como una de sus ofertas más apreciadas. «Pregúntale al Ernesto que ése seguro que no ha visto el mar en su vida. Míralo, por allí viene». Así que nos vamos al encuentro de este viejo campesino que parece recién salido de una novela de Delibes, más Azarías que el señor Cayo.
Ernesto es un figura al que llaman 'El rumbero' por su arte bailongo y que se desloma en el campo desde que su padre lo puso a arar con un par de mulas a los diez años. Ahora, a sus 75 tacos, se levanta antes de rayar al alba para dar de comer a las 30 ovejas de su cabaña y cuidar un terrenito con tomates, sandías y melones. Le faltan algunos dientes y nos saluda con una sonrisa llena de nobleza y un apretón de manos cargado de valores, en trance de desaparición, como su propio estilo de vida.
'El rumbero', que está soltero «para poder bailar con todas mis sobrinas», como llama a sus vecinas, nos confirma que él fue el último nombelano en ver la mar. Toda su vida sin sentir la brisa marina sobre su rostro ajado hasta que una avispada periodista se lo llevó a Motril hará un par de años para montar un reportaje. «Impresiona ver tanta agua, y el azul tan inmenso», resume. ¿Y se bañó? «Claro, claro, pero hasta la cintura que no sé nadar, ¡eh! Y el agua estaba fría la jodida». Y ahí se quedó la relación de Ernesto con los océanos porque al buen hombre lo que realmente le gusta es quitarse las alpargatas y meter los pies en el cercano río Alberche y echarse una cabezada a la sombra de un sauce.
Las cristalinas aguas del Alberche y las de la piscina municipal, que además son salinas, sacian los baños que los nombelanos no pueden darse en el Mediterráneo o el Cantábrico a menos de que inviertan cuatro horas y media al volante.
«No tenemos mar, pero tenemos río. Yo no echo de menos la playa. En el Alberche hay agua limpia y fría en la que te puedes bañar, hay arbolado y arenilla fina. ¡Qué más puedes pedir!», exclama Emilia, de 61 años, que reconoce ser más de secano aunque viene de pasar unos días en Mojácar (Almería). «Lo que sí te digo es que en el pueblo hay más problemas de tiroides de lo normal. Yo misma me he tenido que tratar por hipotiroidismo y es por la falta de yodo, que aquí no nos llega la brisa del mar».
Emilia nos acompaña hasta la plaza de la Constitución, donde se erige el Rollo de Justicia. El termómetro marca los 38 grados y subiendo y ahora sí que se echa de menos el airecillo que mece las olas de nuestros mares. Buscamos un oasis donde refrescar el gaznate. En el bar El tío amable, Paco sirve una Coca Cola cero y un par de Alhambras a los tres parroquianos del garito, que se llama así porque lo heredaron de su tío, de nombre Amable, y que «era de verdad muy amable», como presumen de serlo todos los nombelanos. «Me gusta vivir en un pueblo distinto a todos y que eso tenga relación con el mar, parece una contradicción», apunta Paco, que ofrece para picar una carta de raciones de cochifrito, chuletillas de cordero y salchipapas y, por supuesto, de calamares a la plancha, boquerones fritos, mejillones al vapor y sepia... que ni conviene mezclar el tocino con la velocidad ni la gastronomía marinera con las latitudes por muy 'terrenales' que sean.
«¡Claro que hace ilusión! Alguien tenía que vivir en el pueblo más alejado del mar y nos ha tocado a nosotros», resalta José Luis de 71 años en una improvisada tertulia veraniega en la que cada uno habla de sus preferencias costeras dando una vuelta a la piel de toro. «Como la playa de Comillas no hay ninguna» (481 kilómetros por carretera.). «Lo dices porque no has visto la de Islantilla» (572). «Esas están muy lejos, la Malvarrosa la tenemos aquí al lado» (436). «Por un poco más te merece la pena La Malagueta...» (554). Y así hasta que suenan las campanas de la vieja iglesia de La Asunción. Son las doce del mediodía, las once en las playas canarias, que aquí les pilla menos lejos que a otros.
Entramos al interior del templo de finales del siglo XV donde tres conservadoras restauradoras, Noelia, Lidia y Mara, trabajan con la minuciosidad de un neurocirujano para dejar en perfecto estado el retablo mayor del siglo XVI. El mismísimo arzobispo de Toledo y cardenal primado de España asistirá en octubre a la inauguración del retablo. Las tres llevan diez meses metidas en faena (como son de fuera residen temporalmente en la casa parroquial) y el resultado va camino de ser de lujo. «La experiencia está siendo muy bonita», ilustra Noelia, que reconoce que currar en la iglesia más alejada del mar les hace ilusión. «Nuestro trabajo nos lleva a sitios muy curiosos, pero nunca había estado en uno tan curioso», señala esta riojana de Arnedo de 42 años, que resalta que el retablo que están restaurando es una joya, todo un tesoro artístico. «Al parecer estaba destinado a la catedral de Toledo, pero se quedó aquí». Y desliza otro secretillo, un rumor con cierto fundamento relacionado con un panel de cerámica de Talavera que decora la iglesia y que contiene un medallón con la efigie de Juan de Herrera, el arquitecto de El Escorial. Dicen que Felipe II contempló Nombela como una posible ubicación para la imperial morada. Pero, ay, al final se inclinó por la sierra madrileña. De haber escogido esta última trinchera frente al mar, Nombela navegaría con luz propia por el piélago de la historia.
Nombela guarda su propio hueco en las páginas de la enciclopedia del crimen por ser el lugar donde en 1852 detuvieron a Manuel Blanco Romasanta, el primer asesino en serie de este país y único caso documentado en España de licantropía clínica. Romasanta, también conocido como el 'Jack el Destripador' gallego confesó haber matado a trece personas usando sus manos y dientes para comerse sus restos.
Nacido en Galicia, embaucaba a sus víctimas, viudas con hijos, y las asesinaba para quedarse con su fortuna. Cuando lo apresaron, y para librarse del garrote vil, se inventó el ardid de que había recibido una maldición en su tierra natal que lo convertía en un hombre lobo con ansias asesinas. La treta le funcionó y logró que la reina Isabel II levantara su condena a muerte, que fue sustituida por la pena de cadena perpetua. Romasante murió en la cárcel de Ceuta en 1863.
Su historia de terror en los bosques gallegos, donde se ofrecía gentilmente a acompañar y guiar a las mujeres que se atrevían a atravesar aquellos brumosos lares, quedó recogida en la película 'Romasanta' (2004) y en libros como el que está preparando Aurelio Zazo, Yeyo, uno de los nombelanos que más ha investigado la figura del licántropo gallego. Yeyo promete revelar datos inéditos de un criminal del que se decía que descuartizaba a sus víctimas para extraer la grasa para hacer jabón en Portugal, por lo que también fue conocido como el «sacamantecas».
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Ana del Castillo
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