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«Ahora estamos en la vertical del baldaquino de Bernini, a unos 10 metros de profundidad de la basílica de San Pedro». La imaginación se dispara ante las explicaciones de la historiadora que guía a un grupo de visitantes por el subsuelo de las grutas ... vaticanas, que soportan al mayor templo de la cristiandad. En Galilea, junto al lago Tiberiades, una roca recuerda en el santuario del Primado la confirmación de Jesús al apóstol Simón Pedro como pastor de su Iglesia, el primer papa. «Sobre esta roca edificaré mi iglesia», se lee en el Evangelio de Mateo. Pero la metáfora bíblica adquiere en ese escenario de las profundidades romanas todo su significado y resulta inevitable reflexionar sobre la doctrina de la sucesión papal y asociarlo con el peso de la púrpura, un peso que a Benedicto XVI le llevó a la renuncia.
La cita es a las 9 de la mañana junto a la oficina de la Excavi (excavaciones), frente a la sede de la poderosa Congregación para la Doctrina de la Fe, que un día lideró Joseph Ratzinger. Estamos a la izquierda de la plaza de San Pedro y hemos entrado por la Vía Paulus VI ante la atenta mirada de los guardias suizos que vigilan el patio. Sobre nuestras cabezas destaca en una hornacina la estatua de María Josefa del Corazón de Jesús, nacida en la calle de la Herrería de Vitoria como María Josefa Sancho de Guerra, fundadora de las Siervas de Jesús de la Caridad y declarada santa por la Iglesia católica en el año 2000. Fue la primera vasca en llegar a los altares.
La visita dura hora y media no es apta para los que sufren claustrofobia, porque el recorrido serpentea por un itinerario estrecho, con una temperatura propia de los recintos bajo tierra. Una pena, porque es una ruta fascinante plagada de emociones, que también atrapa a los no creyentes. En el año 200 ya se veneraba la tumba de San Pedro en esta colina, al otro lado del Tíber, junto al circo de Nerón, donde la tradición cristiana situaba la sepultura. Los arqueólogos estuvieron diez años (desde 1939) sacando tierra. El Vaticano anunció el 31 de enero de 1950 el hallazgo de la tumba del primer obispo de Roma, enterrado junto a paganos y proscritos tras ser crucificado boca abajo como si fuera un delincuente, según la tradición, por negar la divinidad del emperador. Fue martirizado en tiempos de Nerón y su cuerpo habría sido recuperado por los cristianos. El anuncio causó controversia.
La zona albergó una necrópolis, una auténtica ciudad de los muertos, con un camino de tierra, una vía funeraria entonces a cielo abierto, que ahora se puede recorrer. «Aquí llovía y hacía sol. Este camino se mojaba», explica la historiadora entre hileras de mausoleos de ladrillo de los siglos II y III. Panteones, lápidas y sarcófagos, algunos de alabastro traslúcido de Egipto (el más apreciado y el más caro) con relieves, cuya factura suponía hasta el sueldo de cinco años de un legionario. Mosaicos y representaciones del dios Baco para que no falte el vino, ni la leche y la miel, en el camino a la felicidad eterna. Conchas marinas y pavos reales, símbolos de la inmortalidad para los paganos. Capullos en las tumbas de los niños, porque no habían despertado todavía a la vida (flores). Y juguetes. Dados en las de los hombres. Joyeros y perfumes. 'Duerme en paz' han tallado en una lápida azul lapizlazuri, el color más caro.
El recorrido va cobrando interés. Aparece un mausoleo, la Tumba de los Julios, con frescos adornados con iconografía que se considera cristiana: el pez (pescador), la barca (Jonás), el cordero (pastor) y hojas de vid (eucaristía). Un ábside de la primitiva basílica constantiniana, construida sobre la necrópolis. La visita es indispensable para la comprensión del cristianismo primitivo. Estamos ya en los cimientos de San Pedro, debajo del baldaquino con pilares incrustados en un sarcófago. «Le daba igual a Bernini si encontraba suelo firme», explica la guía. La zona coincide con la vertical del altar central donde sólo celebran los papas. Los cimientos de la Iglesia.
Es la zona donde se identificó el lugar preciso de la tumba que se atribuye al apóstol, pero que estaba vacía. ¿Era la de san Pedro? Pío XII lo anunció así en un mensaje navideño, aunque no se podía certificar con absoluta certeza. Años después se descubrieron en el mismo lugar los huesos de un hombre en un nicho excavado en una pared roja. Habrían estado envueltos en un paño dorado y púrpura, una tela carísima entonces, reservada para los mártires. También se analizaron algunas inscripciones. Una P con líneas horizontales que simbolizarían las icónicas llaves del Reino de los Cielos y unos grafitos en griego que decían: 'Cerca de Pedro' y, el más relevante, 'Petrus está aquí'. El 26 de junio de 1968 Pablo VI anunció que se trataban de las reliquias del santo, aunque no acabó con la controversia.
La visita está llegando al final. Por fin salimos a una galería iluminada donde se ubica la actual tumba del apóstol, con una cruz invertida, lugar del perdón por excelencia, donde se han arrodillado papas y embajadores. 'Sepulcrum Sancti Petri Apostoli', se lee sobre la pared. Se trata de la Capilla Clementina, donde resposaron los restos del papa Clemente VIII hasta que fueron trasladados a la basílica de Santa María Maggiore. Es el altar más cercano a la tumba de San Pedro, bajo el altar central y la cúpula de Miguel Ángel. El corazón de la basílica. A Juan Pablo II le gustaba mucho visitar esta capilla. Fue el primer sitio que visitó Francisco cuando fue elegido papa, donde rezó de manera silenciosa. Antes había bajado a las excavaciones de las necrópolis, un lugar que no había sido recorrido por ningún pontífice.
También visitó la cripta donde reposan los restos de numerosos papas, los sucesores de Pedro, los más antiguos en una especie de sarcófago con una escultura de su cuerpo encima. Este corredor tiene entrada propia. Una de las tumbas más cercanas de este mausoleo es donde fueron depositados los cuerpos de Juan XXIII, primero, y de Juan Pablo II después, hasta que fueron declarados santos. Karol Wojtyla fue trasladado en mayo de 2011 a la capilla de San Sebastián, ya en la basílica, junto a La Pietá de Miguel Ángel, y su tumba quedó vacía. Hasta ahora, que se ha convertido en la morada final de Benedicto XVI, soberano pontificio, a muy pocos metros del príncipe de los apóstoles.
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