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Pedro Baños
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Pedro Baños
En la portada del último libro de Pedro Baños (León, 1960) aparece la imagen de un globo a punto de ser atrapado en un cepo. ... Asegura que no tiene «una bola de cristal» y que ya estaba antes de la polémica de los presuntos globos espías. Da qué pensar. Porque en el profundo análisis que hace en las páginas de su trabajo nada es casualidad. Militar de los que pisan todos los charcos, el coronel Baños, además, se moja. En la tele, en los textos y en las conferencias. Este miércoles lo dejará claro en el Ateneo de Santander a las 19.30 horas.
–En este contexto que tanto tiende a etiquetar, leyendo las tesis de su libro, no sé de qué pie cojea exactamente.
–Yo cojeo del pie del servicio a todos los españoles. Es el faro de mi vida, soy militar y tengo esa vocación. Hay quien puede interpretar en un sentido o en el otro, pero lo que he intentado es buscar cómo podemos, entre todos, mejorar nuestra sociedad y hacerlo de manera rápida, inminente. Porque en ciertos aspectos se está desmoronando todo con rapidez. Siempre con la intención de servir a todos los ciudadanos.
–Esa tendencia a etiquetar políticamente puede tener algo que ver con la transformación de la democracia en 'partidocracia' que describe en el libro. ¿Corre peligro la democracia?
–Sí corre peligro porque estamos viendo muchas fallas. Esa tendencia a etiquetar la relacionaría con la extrema polarización que se está dando en la sociedad. Social, política y económica. Hay una mayoría de la población que era clase media que está desapareciendo y, en cambio, hay una élite que es mucho más rica. Sólo tenemos que ver lo que ocurre en las redes sociales y muy especialmente en Twitter. Obviamente esto va en detrimento de los pilares de la democracia. A esto se suma una partidocracia en la que, más allá de las personas, mandan unas siglas, estos partidos, que no hacen nada más que un flaco favor a la democracia.
–Cuenta que las fórmulas clásicas (y los partidos) no han sabido tratar el populismo. Y a la vez habla de las promesas falsas de los nuevos partidos. ¿No nos vale nada ni nadie?
–Es que populistas son todos. Vemos como en contextos muy delicados, con una deuda gigantesca, se siguen ofreciendo una serie de prebendas que parecen desmedidas atendiendo a las capacidades reales del país. El populismo ha prendido y calado muy fuerte. Y aunque lo traten de disimular, no dejan de ser medidas populistas para agradar y conseguir votos. Esto es una gran lacra de las democracias. Necesitaríamos líderes que nos dijeran la verdad de la situación. La realidad. Y, tras conocerla, hacer lo suficiente de forma individual y colectiva para mejorar el conjunto de la sociedad.
–¿Se hace política de 'selfies'?
–Es que las redes sociales se han convertido en el quinto poder. El cuarto son los medios, más allá de los tres tradicionales. Y las redes cada vez tienen más importancia. Su uso está cada vez más extendido (cada día se conectan más de 4.000 millones de personas) y cada vez más personas, sobre todo jóvenes, sólo se informan a través de las redes. Esto hace que también estén muy manipuladas y condicionadas por los que tratan de imponer la narrativa, condicionar nuestras actitudes y pensamientos. Hay que estar atento a todo lo que recibimos y no creerlo a pies juntillas.
–Y ahora la guerra en Ucrania. Lo entiende como parte de un conflicto más grande. La lucha por el poder mundial.
–Es exactamente eso. El conflicto en Ucrania, que se venía fraguando desde hace tiempo, también significa un punto de inflexión en este gran enfrentamiento mundial, geopolítico, entre un Estados Unidos y sus aliados (o a los que pretende llevar a esta guerra) y una China, amparada ahora por Rusia y por otra docena de países. Estamos viendo una ruptura del orden geopolítico que conocíamos, que está variando de forma notable.
–¿Es partidario de que España entregue armas a Ucrania?
–Soy partidario de encontrar ya mismo una salida negociada. Todas las guerras siempre se han solucionado mediante un proceso de negociación, y es ahora mismo lo que no estamos viendo. Tenemos que ser conscientes de lo que nos estamos jugando. Sobre todo, los europeos, porque es en suelo europeo y puede degenenerarse con rapidez. En cambio, no vemos a nuestros líderes, ni siquiera al jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, hablar de paz, negociación o de salida negociada. Sólo de alimentar el conflicto sin ser conscientes del daño que supone, no a las élites, pero sí al conjunto de la ciudadanía.
–¿Y para una paz negociada no es necesario reforzar a Ucrania con armas?
–El problema es que esto es más complejo. No es sólo una guerra entre Rusia y Ucrania, sino una verdadera guerra mundial con muchos intereses por parte de Estados Unidos y el mundo anglosajón en general. Echar gasolina al fuego no es la mejor manera de extinguirlo. Hay que buscar otras fórmulas más válidas y, sobre todo, que salven vidas.
–Llega a decir que la guerra mundial ya existe. Que aún no en el plano militar, pero que es cuestión de tiempo.
–Es que la guerra se libra en muchos frentes. Tiene muchas caras, muchas aristas. Se está intentando incluso que se lleguen a implantar sanciones a China. Porque la guerra también se hace con elementos económicos. Las grandes potencias temen llegar a un enfrentamiento directo por el miedo a usar las armas nucleares y por eso se usan esos instrumentos. Y estamos en otra guerra, la cognitiva, donde se utilizan operaciones de influencia, psicológicas, de propaganda y manipulación mediática, para condicionar las opiniones de la ciudadanía.
–Y mientras, Europa da la sensación «de estar discutiendo sobre el sexo de los ángeles»...
–Absolutamente. Hablamos de independencia estratégica, pero de independencia tenemos poca. Nos quieren convencer de que esto nos ha servido para estar más unidos y ser un frente homogéneo y no es así. Cada país está intentando solucionar sus problemas porque son variados en el conjunto de los 27 que componen la UE. Tenemos que pensar como españoles y como España qué es lo que verdaderamente nos interesa en todos los planos y no dejarnos arrastrar por los intereses de los demás.
–¿Cuáles son esas discusiones estériles?
–Muchas veces no somos capaces de ponernos de acuerdo ni para temas muy sensibles. Hay una gran rectitud burocrática, como pudo ser con el gas, con compras conjuntas de materiales... Perdemos mucho tiempo en un contexto en el que los acontecimientos se aceleran y deberíamos tener más flexibilidad, más cintura, para reaccionar con una rapidez mayor. Mientras tanto, nos quedamos entretenidos en problemas que afectan a una pequeña parte de la población o que no son especialmente urgentes. Nos olvidamos de lo verdaderamente estructural.
–¿Por ejemplo?
–Hay de mucha naturaleza. Temas que estarían, por ejemplo, más relacionados con la ideología que con planteamientos estratégicos. Son conocidos por todos y no hace falta señalar algunos concretos para no caer, precisamente, en el dogmatismo del que queremos huir.
–Plantea, entre otras, soluciones basadas en la unidad, la educación (con más espíritu crítico y menos 'inercia blanda') o un Ministerio del Futuro.
–Son soluciones revolucionarias en este contexto. En dirección contraria a lo que se está haciendo. Si no recuperamos una educación eficiente (que es preparar el futuro de la sociedad), si no volvemos a recuperar el esfuerzo, el trabajo, el sacrificio... Que sepamos que hay otra parte del mundo que es mayoritaria, que sí que viene en esa dirección y que va a terminar –muy rápidamente– por ocupar nuestro puesto. Nos va a sobrepasar con holgura. Precisamente ese Ministerio del Futuro, con personas con conocimientos variados y transversal, podría vislumbrar lo que nos viene en un futuro inminente para ver cómo podemos seguir respondiendo a las necesidades de todos sin que suponga una gran convulsión.
–Entiendo que habla de China.
–De China, pero no solo. También, por ejemplo, de otro país interesante del que se habla muy poco, que es India. Entre los dos tienen 3.000 millones de habitantes y vienen desde abajo, como nosotros salimos no hace muchos años. Vienen con dinámicas radicalmente diferentes a las nuestras y es importante que tengamos dirigentes que entiendan estas claves geopolíticas.
–¿El liderazgo de China es inevitable?
–Es que ya está aquí en muchos aspectos, y eso es lo que preocupa a Estados Unidos, que lideraba todo. La enseñanza, el ámbito tecnológico, el económico... Y ve que de la noche a la mañana China ocupa su lugar. En la tecnología es más que obvio. Por eso Estados Unidos tiene mucho interés en que en Europa, como puede ocurrir en Alemania, se prohiban los dispositivos chinos o algunas aplicaciones como TikTok.
–Al leer cosas como que nos dicen hasta qué comer pienso en el libro 1984. Pero lo de Orwell es una novela y lo suyo una descripción. Da miedo.
–Sí. Es que esas novelas que consideramos distópicas, irrealizables –como 1984, Un mundo feliz o Fahrenheit 451–, han quedado superadas. Esto es muy preocupante. Nos intentan imponer modelos de todo: alimenticios, de vida, de familia... Los ciudadanos debemos estar muy atentos porque caemos con rapidez en estas trampas a base de mensajes machacones dichos por personas con rostros conocidos. Debemos pararnos a pensar si esto va en beneficio nuestro o de algunas élites que probablemente nos dicen qué tenemos que hacer pero no predican con el ejemplo.
–¿Somos menos libres que hace veinte años?
–Hemos perdido libertades porque hay temas de los que nos da miedo hablar. Construí este libro hablando dos años con personas de distintas ideologías y capas sociales, y había muchos temas en los que me decían que les daba miedo hablar en público. En algunas cosas estamos retrocediendo, y eso no es positivo.
–Por cierto, como militar que no rehúye, le han acusado de prorruso, antisemita, facha y lo contrario. Y dice que ahora hay una campaña pagada contra usted. ¿Cómo lo ve?
–Lo de la campaña es obvio. Sólo tiene que entrar en mi Twitter y ver las campañas y por parte de quién. Me llegaron a prohibir la entrada en algún país porque decían que era comunista. En cuanto se sale alguien del guión, de las narrativas imperantes (que es difícil porque ponen mucho dinero, mucho esfuerzo y compran a mucha gente), hay que descalificarlo y te etiquetan de todo. Pero por ser militar, porque el valor se nos supone y porque yo quiero hacer un servicio a los ciudadanos y a la sociedad que me ha pagado el sueldo muchos años, no me queda más remedio que intentar ver las situaciones de una manera objetiva.
–O sea, que ni prorruso, ni antisemita, ni facha, ni lo contrario.
–Antisemita fue porque en la portada de uno de mis libros aparecía un pulpo. Que yo no tenía nada que ver, que es una cosa de las editoriales. Para que veamos lo fácil que es descalificar a una persona. Como militar soy apolítico. Lo que me preocupa es ver cómo podemos mejorar la sociedad y la democracia. Nunca señalo a ningunas siglas, pero como ciudadano me preocupa el deterioro que podemos estar sufriendo. Tenemos que ser capaces de reforzar la democracia antes de que terminemos por caer en un totalitarismo que esté disfrazado de democracia.
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Ana del Castillo
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