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Icíar Ochoa de olano
Sábado, 31 de marzo 2018, 08:08
Desde que la Unión Soviética inauguró la era de los satélites, a finales de la década de los cincuenta, con el lanzamiento del mítico ‘Sputnik’, estos artefactos espaciales permiten a los países espiarse más y mejor, compartir los mejores goles, efectuar predicciones meteorológicas ... más atinadas o comprobar cómo la Amazonía pierde al año una masa boscosa del tamaño de Asturias. Pero estos ingenios orbitales pueden dar mucho más de sí. Pueden liberar vidas. La Universidad de Nottingham se ha propuesto utilizar sus valiosas prestaciones tecnológicas con fines humanitarios. En concreto, para localizar casos clamorosos de explotación de personas, denunciarlos y propiciar así su liberación.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más de 45 millones de personas en el mundo malviven en condiciones de servidumbre laboral, sexual o doméstica. Es la conocida como esclavitud moderna. Como se trata de una práctica ilegal en todos los países, se oculta y encontrarla resulta complejo, pero no imposible. Expertos del Laboratorio de Derechos de esa institución académica británica y especialistas geoespaciales del país se han aliado para desarrollar una innovadora técnica que permite identificar desde el espacio centros de concentración de esclavos en una ubicación específica y calcular con bastante fiabilidad el número de víctimas del abuso. Lo han llamado Estimación de Sistemas Múltiples (MSE, en inglés).
Los científicos han comenzado a aplicarlo con éxito en imágenes comerciales enviadas por satélite para rastrear en Asia la proliferación de hornos de fabricación de ladrillos, señalados por asociaciones en defensa de los derechos humanos como despiadados campos de explotación. El trabajo efectuado desde Nottingham con la ayuda de un ejército de quince voluntarios ha permitido cuantificarlos por primera vez en más de 55.000 a lo largo y ancho de una vasta franja conocida como el ‘cinturón del ladrillo’, que abarca áreas de Pakistán, Nepal, Bangladés y buena parte del norte de la India.
45 millones de personas viven en régimen de esclavitud en al menos 48 países del mundo. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 25 millones de ellos están sometidos a trabajos forzosos de algún tipo (a menudo sexual, doméstico y agrícola) y el resto sufren un matrimonio obligado. El 71% del total de las víctimas de esta explotación son mujeres y niñas.
La India lidera el ranking Se estima que allí viven en condiciones de esclavitud 18,5 millones de personas. Le siguen de lejos China (3,4 millones); Pakistán (2,1); Bangladés (1,5); Uzbekistán (1,2); Corea delNorte (1,1); Rusia (1); y por debajo de un millón, Nigeria, República Democrática del Congo y Egipto, por ese orden.
Esta industria emplea a menudo a familias enteras atraídas por la promesa de un trabajo y un adelanto salarial. Una vez en los peligrosos y altamente contaminados campamentos, descubren que son poco más que esclavos no remunerados, que no pueden salir y son víctimas de violaciones y amenazas. Un informe reciente de Anti-Slavery International, la ONG más veterana en la lucha contra la trata de personas, denuncia sus «niveles endémicos de servidumbre por deudas» y «las peores formas de trabajo infantil».
El proyecto que busca liberarlos es obra de Kevin Bales, un investigador en guerra abierta contra la esclavitud que durante mucho tiempo alimentó la esperanza de utilizar los satélites para rastrear esa práctica y, «con la evidencia en la mano, empujar a los gobiernos a actuar», explica. «Me di cuenta de que los hornos de ladrillos de la India, como las minas a cielo abierto y las canteras, son tan grandes y tienen patrones de color y forma tan distintivos que podrían verse desde el espacio. Tras comprobar que en efecto era así, me puse a trabajar en un programa que sirviera para identificar el abuso laboral», agrega.
El científico ensayó la técnica en Bangladés. En concreto, en los campamentos de pesca en Sundarbans, donde la esclavitud infantil es común. «Localizamos cinco más de los que las autoridades de ese país conocían y así les informamos». Ahora que Bales y su equipo conocen las coordenadas de 4.000 fábricas de ladrillo en la India, ya piensan en ampliar su búsqueda y ‘mapear’ también campos de minería y carbón en Asia y África, donde a menudo se explota a los trabajadores. La única preocupación es que los algoritmos de aprendizaje automáticos que emplean para detectar los rojizos hornos de ladrillos sean capaces de detectar los grandes agujeros en el suelo que son las minas vistas desde el espacio exterior.
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