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antonio paniagua
Jueves, 31 de agosto 2017, 07:51
Hamed Sako necesita volver a su patria, Costa de Marfil, antes de que muera su madre. Se lo prometió cuando se enteró de que le quedaban pocas semanas de vida. Regresará a pesar de que por fin ha encontrado en España cierta tranquilidad después ... de años de penurias. Porque se puede decir que Hamed Sako había cumplido su sueño de ganarse la vida como futbolista. Sako juega como delantero en el Ciudad de Murcia, que milita en Preferente. La vida no se lo ha puesto fácil. Ha sentido el aliento de la muerte al menos tres veces desde que dejó atrás su país siendo un adolescente. Para escapar de las acechanzas del hambre y la miseria puso rumbo a Mali con sólo 13 años. Luego cayó cautivo en manos de terroristas islámicos que le utilizaron como esclavo. Escapó y recorrió cientos de kilómetros en medio del desierto y por fin, en Marruecos, se embarcó en una patera con la que arribó a las costas de Canarias. Del archipiélago fue enviado a un centro de menores en Murcia, ciudad en la conoció a su «padre blanco», Pepe Rabadán, el director deportivo del club, que vio en el chaval maneras de jugador fino y elegante. Sus compañeros y amigos le han ayudando a reunir el dinero necesario para que viaje mañana a su país, donde estará un mes. De momento ya han jugado dos partidos amistosos y organizado rifas con el fin de que este delantero de piel azabache acompañe a su madre en sus últimas horas.
«En el viaje en patera estuve tres días sin comer. Éramos 42 a bordo y a punto estuvimos de naufragar. La barca era de plástico», dice Hamed, que durante su vida errabunda tuvo que recurrir en ocasiones a las sobras de las basuras.
El CAP Ciudad de Murcia, club en que milita Hamed Sako, ha montado una campaña que lleva por lema ‘Una historia que no merece un triste final’. Aparte de lo recaudado en taquilla, hay una cuenta corriente en la que se pueden ingresar las donaciones voluntarias. Sus amigos subrayan además la necesidad de un trabajo para Hamed. Porque su equipo es modesto. e
No es lo peor que le ha pasado. Creyó que no lo contaba cuando, en la frontera entre Mali y Mauritania, cayó en las redes de una organización terrorista. «Me han dado muchas palizas», asegura Hamed, que trabajó gratis para los maleantes durante seis meses hasta que pudo huir de sus captores.
Su odisea había empezado mucho antes, cuando, sin encomendarse a nadie, tomó el camino a Bamako, la capital de Mali. Abandonó una casa en la que sus padres y dos hermanos de muy corta edad malvivían con lo justo. Su progenitor, un mecánico de bicicletas, respiró aliviado cuando su hijo le llamó para decirle, después de varias semanas sin noticas suyas, que estaba a salvo en Bamako. Su dicha duró poco, pues cuando reemprendió el viaje se vio sorprendido por una caterva de tipos malencarados y siniestros. «Temí que me mataran por no ser musulmán». Pasaron meses hasta que pudo aprovechar un descuido de sus carceleros para escapar.
Luego de muchas fatigas llegó a Casablanca, donde conoció a un «hombre bueno», un imán que le salvó de la calle y le acogió en su casa durante un tiempo. Pero como la presencia del chico no era bienvenida por la mujer y los hijos del imán, hizo caso del consejo que le dio éste y se fue al Aaiún. Fue allí donde se embarcó en una precaria embarcación. Un traficante le azuzó con el filo de un cuchillo para que buscara acomodo rápidamente. «No sabía el peligro que suponía viajar así. Me habían dicho que íbamos en barco». Con el estómago vacío y las olas amenazando de continuo con hacer zozobrar la embarcación, pensó que moriría tragando agua. Pero la fortuna le sonrió. Tocaron tierra. Los socorristas de Cruz Roja se hicieron cargo de él y tiraron sus pocas pertenencias para evitar la transmisión de enfermedades contagiosas.
A partir de ahí se fueron enderezando las cosas. En el centro de acogida de Murcia aprendió los rudimentos del español. Precisamente el profesor que le enseñaba fue el primero que le preguntó si sabía pegarle al balón. Conocer a Pepe Rabadán, su mentor y amigo, fue providencial. Por algo Hamed, que ahora tiene 18 años, le considera su segundo padre. «Es muy inteligente. Tiene la pasión de aprender. Juega de delantero, aunque también lo puede hacer de medio punta. Su pierna derecha toca el balón como un guante, esconde muy bien el balón y tiene olfato», cuenta Rabadán. Con lo recaudado en taquilla y los sorteos benéficos ya se han reunido dos tercios de los 2.500 euros que necesita Hamed para acompañar a su madre en el lecho de muerte.
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