Quienes seguimos con entusiasmo el Vaticano II percibimos y valoramos, desde el primer momento, la renovación que supuso el Papa Francisco. El Concilio se estaba ... interpretando de forma involucionista y la Iglesia estaba sumida en una profunda crisis y en medio de graves corrupciones. Ratzinger conocía esto de primera mano y estuvo probablemente en el origen de su valiente y lúcida dimisión. Que cada uno lo atribuya a quien quiera, al Espíritu Santo o al instinto sociológico de supervivencia, pero los cardenales en el Cónclave se fijaron en el representante de la Iglesia más dinámica en ese momento, la latinoamericana, y eligieron a quien representaba claramente la renovación y el espíritu conciliar.
Francisco fue un vendaval de aire limpio y fresco desde el principio hasta el final. Estaba claro que su tarea era ingente y que iba a contar con fuertes resistencias en el interior de la Iglesia y en la sociedad. Pero lo que no se sospechaba es que el gravísimo problema de los abusos sexuales en la Iglesia se iba a convertir en la gran piedra de toque de su pontificado. Ya en tiempo de Juan Pablo II y de Benedicto XVI saltaron denuncias, algunas gravísimas, pero el procedimiento fue no hacer caso o echar tierra al asunto para salvar el prestigio de la Iglesia. Es inaudito que Juan Pablo II haya sido canonizado después de ser el gran encubridor de Marcial Maciel.
Pero fue en torno a 2018, ya en tiempo de Francisco, cuando salió a la luz por todas partes la enorme plaga de los abusos sexuales. Descubrimos con horror un abismo de podredumbre, de perversión y de degeneración eclesiástica y religiosa. El Papa actuó con firmeza y transparencia, pero el asunto planteaba la necesidad de profundas reformas de la Iglesia, que probablemente figuraban en el programa de Francisco, pero que el escándalo de los abusos hacía más urgentes.
Su doctrina social se contrapone al mercantilismo avasallador de quienes se creen los amos del mundo
Con acierto se ha comparado la situación que se planteó en este momento en la Iglesia con la que aconteció en el siglo XVI a cuenta de las indulgencias. Lo que era un abuso grave del sistema clerical acabó en un conflicto doctrinal que llevó a la reforma luterana. El cardenal Kasper, gran teólogo y muy cercano al Papa, afirma que la crisis actual es la más grave que ha conocido la Iglesia desde el tiempo de Lutero. Francisco ha ido a la raíz del problema y así se entiende que haya combatido continuamente el concepto autorreferencial de Iglesia, la centrada en su propia reproducción, en su prestigio y poder. Unido a esta lacra va el 'clericalismo', que Francisco ha denunciado continuamente. El clericalismo es considerarse una casta cristiana superior monopolizadora de un poder sagrado y con la pretensión de obtener un especial reconocimiento social.
Francisco, con su sencillez y naturalidad, ha despontificado el papado y ha dejado claro que la renovación de la Iglesia pasa por una clara opción por los pobres. Su forma de exponer la doctrina social ha tenido una concreción, unos subrayados y una claridad sin precedentes. La defensa de «la casa común» y de los pueblos de la Amazonía, así como los límites que señala al mercado se contraponen frontalmente al mercantilismo avasallador y antidemocrático de quienes, en nuestros días, se creen los amos del mundo. El cristianismo de Francisco ha encontrado y encontrará una oposición organizada y muy fuerte dentro y fuera de la Iglesia.
Las reformas de Francisco han supuesto retomar e impulsar el Vaticano II. El Concilio, con muchas dificultades, puso como clave de la Iglesia el concepto de Pueblo de Dios, pero las traducciones prácticas han sido muy escasas. Francisco ha introducido el tema de la 'sinodalidad' como desarrollo de Pueblo de Dios. La sinodalidad implica que «lo que afecta a todos debe discutirse y decidirse entre todos» y exige profundos cambios estructurales y personales. Requiere crear sistemas de participación de todos los creyentes en todos los niveles de la Iglesia. La sencillez de Francisco, su cercanía a los pobres, sus visitas a los países marginales o donde los católicos son minorías insignificantes, su preocupación constante por los migrantes, su clamor contra una Iglesia encerrada en sus estructuras, a la vez que reclamaba una «Iglesia en salida» hacia las fronteras sociales y culturales, su denuncia del clericalismo, la libertad de que han gozado los teólogos, tiene una sólida base teológica: la eclesiología sinodal, que apenas ha dado sus primeros pasos.
Francisco repetía constantemente que pretendía poner en marcha procesos. Sabía muy bien que hacer cambios de calado en la Iglesia católica exige larga maduración. Lo que cabe esperar es que no solo haya iniciado los procesos, sino que haya tomado medidas para que continúen y no se trunquen. Hay dos temas decisivos que señaló varias veces y que nos deja como su herencia pendiente: la configuración de los ministerios y la plena equiparación de las mujeres en la vida de la Iglesia.
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