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Viaja con libros; vive entre ellos en la Biblioteca Nacional de Argentina. Sin embargo, Alberto Manguel echa de menos su biblioteca personal. De noche en Buenos Aires, dice, escucha cómo los libros le llaman desde Montreal, donde resisten en cajas hasta que el autor encuentre ... un lugar donde resucitarla.
En la UIMP impartió el curso magistral 'Ficción y realidad, cómo contamos nuestras propias historias'. Lo presentó con la siguiente frase: «Existimos porque nos nombramos y somos nombrados».
-El lector encuentra un texto que define y que lo define. Si yo me encuentro con Robinson Crusoe en una narración estoy, al mismo tiempo, redefiniéndolo y aceptando que ese libro me dé palabras para definirme a mí mismo. En 'La piedra lunar', de Wilkie Collins, uno de los personajes principales es el mayordomo, cuyo libro de cabecera es 'Robinson Crusoe', y lo transforma en un libro que es un espejo de él, y que no tiene nada que ver con el náufrago de Defoe, ni con Defoe mismo, ni con otras lecturas del libro. Todo ser humano, cuando nace, inicia un viaje hacia su identidad. Es lo que Jung entendía como la búsqueda del yo. '¿Quién soy?' es la pregunta que nos lleva adelante; nos equivocamos en el camino muchas veces, damos vueltas, creemos que somos una cosa..., pero solo a la larga encontramos -cuando la encontramos- nuestra identidad. Yeats tiene un verso: «estoy buscando el rostro que tenía antes de que el mundo fuese creado». Todo lector busca ese rostro y algunos lo encuentran.
-Por lo general, escribe sus novelas en inglés y sus artículos en español. ¿Por qué esto es así?
-No es tanto así. He escrito dos de mis novelas en castellano y tres en inglés. Mis artículos, por lo general, están en castellano si me los pide 'El País', pero si escribo para periódicos americanos o canadienses están en inglés. La diferencia es circunstancial. El idioma que me es más cercano es el inglés, es el que aprendí primero, es una relación muy primordial con ese idioma. Con el castellano, como es una lengua aprendida, y si bien la he ejercitado mucho, hay un pequeño paso suplementario.
-La aprende con 6 o 7 años cuando se instala en Buenos Aires procedente de Israel, donde pasa su infancia.
-Sí, exactamente.
-Sobre el Alberto Manguel lector...
-Es el único que tiene una presencia identitaria para mí. Me defino como lector, el resto es aleatorio. Todos mis escritos parten de mis lecturas, influyen en mis escritos esas lecturas. Podría vivir sin escribir, pero no sin leer.
-Incluso ha profesionalizado esa faceta de lector: leyó para Borges en Buenos Aires, y luego, en Europa, para editoriales como Gallimard.
-Quizá pueda decirse así. Siempre he leído, son distintas facetas de lector. Como niño, mi descubrimiento del mundo fue a través de los libros. De adolescente trabajé en una librería. Mis lecturas a Borges fueron unas lecturas distintas: no actué como lector, sino como los ojos de Borges ante textos que él quería revisitar. Luego fui lector en editoriales, después reseñista, crítico, historiador de la lectura..., sí, lector.
- Le llevó siete años escribir 'Una historia de la lectura'. ¿Cómo se embarcó en este ambicioso proyecto?
-Al principio no sabía que era ambiciosa. Había escrito un ensayo en 'The New York Times' sobre la historia de las antologías. Había compuesto varias y me interesaba saber cuál era la historia de ese género literario. Como les gustó, me pidieron otro artículo, y pensé: quizá pueda escribir unas páginas sobre qué es lo que hace un lector. Esas páginas se multiplicaron, me di cuenta de que no era un artículo sino un libro. Pero un libro para el cual tenía que investigar todos los puntos. Yo no sabía nada, ejercía una actividad sin conocer sus distintas facetas, como ser cocinero y no haber leído nunca un libro de cocina, ni conocer sobre la química de los alimentos, sobre agricultura o ganadería. Tenía que aprender mucho.
-Hay una frase en ese libro con la que otorga un gran poder a la lectura: «Puede convertir a dóciles ciudadanos en seres racionales, capaces de oponerse a la injusticia, a la miseria».
-Es algo de lo que hablaré en el curso: el uso que hacemos de las historias que elegimos para enfrentarnos a la realidad, y cómo la lectura de esas historias nos da el poder de usar esa imaginación compartida para imaginar soluciones para los problemas cotidianos. Soy, en ese sentido, un optimista de la lectura. Creo que para cada problema individual o social, la lectura nos ofrece, si no una respuesta, una ejemplificación del problema, una puesta en palabras del problema que nos permite verlo más cerca, de forma más íntima.
-El libro y la imprenta no acabaron con la lectura en los capiteles, en las cúpulas de las iglesias medievales... Pero ¿qué puede acabar con el libro?
-El libro no tiene que temerle a nada salvo a la estupidez. El mayor enemigo de la raza humana es justamente la estupidez. Hablamos de esa actitud a partir de la creencia en la razón, y cómo a partir de allí podemos tratar de entender esos lugares comunes entre seres humanos para decidir: prohibamos el asesinato, el robo.... Pero fuera de ese campo, si usted no utiliza la razón; si usted dice que la teoría de Darwin es una teoría como cualquier otra, y que el creacionismo es válido; si usted dice: el cambio climático no existe y es un invento de los liberales y vamos a seguir produciendo carbón... Si usted no usa la razón para enfrentarse a los problemas de la realidad, usted se está suicidando. La raza humana elige la estupidez como arma del suicidio.
- ¿Qué recuerda de la librería Pigmalión, ya desaparecida?
-Mucho, mucho. Entré en Pigmalión en los últimos dos años de mi escuela secundaria, y allí aprendí el oficio de librero. Lo aprendí desde bien abajo, porque entendí que no es suficiente que a uno le gusten leer o los libros para ser librero. El primer año me pusieron a pasarle el plumero a los libros, porque un librero tiene que saber dónde están los libros, qué son los libros, leerlos, poder hablar con los clientes de los libros, recomendarlos. A mí me disgusta profundamente el cambio que hay hoy en las librerías, de recurrir siempre, en primera instancia, a la computadora. Si alguien pregunta '¿tiene el Quijote?', en lugar de responder 'por supuesto, tenemos estas ediciones', va a la computadora a ver qué hay. Eso justifica la venta electrónica: si yo tengo que hacer eso, y pasar por esa ceremonia, me quedo en casa y lo hago yo mismo. Entonces, radicalmente, hay que volver a transformar el oficio de librero para convertir al librero en un verdadero librero, que los hay. El librero tiene una gran responsabilidad: saber lo que tiene, elegirlo, recomendarlo, y no ser el robot de la máquina.
-Tiene usted una biblioteca con treinta mil volúmenes...
-Cuarenta mil.
-Disculpe. Entonces, ha crecido.
-Y crece todos los días. En el departamento de Buenos Aires junto libros y después, cuando tengo demasiados, los envío al depósito, y vuelvo a coleccionarlos. Esa biblioteca, ahora en cajas, está en Montreal, en el depósito de mi editora, allí va creciendo. Publico el mes que viene el libro 'En paz con mi biblioteca. Una elegía y diez digresiones'. Allí cuento cómo vendí la casa en Francia, empaquetamos los libros, los mandamos, y cómo esa biblioteca es una muerta viva en este momento, esperando su resurrección. Es muy penoso, pero hasta el momento no tengo una idea de dónde va a ser esa resurrección.
-¿Y un expurgo, lo contempla?
-Un expurgo sería equivalente a una limpieza étnica, a ese tipo de acción. Como toda biblioteca, la mía estaba determinada por el espacio que podía concederle, dependía de las habitaciones y áreas que tenía para poner libros. Eso definía que tenía muchos más libros de literatura en lengua inglesa que literatura vulgar, o escandinava. En las secciones donde el espacio era más pequeño ponía esas otras literaturas. Por lo demás, la biblioteca estaba dividida en grandes secciones: los libros que fueron escritos en una cierta lengua -a pesar de que fueran traducciones-. Y luego había infinitas excepciones: estaban los libros de teología, estaba San Agustín separado, estaba Dante, estaban Borges y Cervantes con su sección; ciertos temas, como 'La leyenda del judío errante' o el 'don Juan', que me interesaban particularmente... Es una clasificación ecléctica que solo yo podía entender. Tenía la ventaja de que, como era una biblioteca privada, no tenía que preocuparme por que otra persona encontrase su camino en ella.
-Su biblioteca entendida como un relato biográfico o como una patria, si es que cree en eso.
-No creo en la patria, pero pienso que mi biblioteca es el lugar donde me sentía más arraigado, por eso me desespera un poco no tenerla montada ahora. Estoy un poco perdido, una suerte de náufrago sin tierra. También es cierto que hay un elemento autobiográfico en una biblioteca. Siempre sospeché que podríamos escribir la biografía de una persona a través de los libros de su biblioteca: entro en casa, veo sus libros, cuento su vida, al menos, su persona.
-¿Qué dice su biblioteca de usted?
-Tendría que decirlo una persona que no me conociese. Pero algunas claves están en el hecho de que tengo más Platón que Aristóteles, que tengo una habitación de literatura policial, que el autor cristiano al que prefiero es San Agustín, que hay poco Maupassant y todo Flaubert, o todo Zola.
-¿Cómo se relaciona con los libros?
-No creo que el libro sea un objeto sagrado. Escribo en todos mis libros, incluso en las ediciones preciosas. El lector tiene que tener una relación de diálogo con sus libros y eso se hace en los márgenes de los mismos. Esa es una de las razones por la cuales no estoy cómodo leyendo textos digitales, no logro encontrar la manera de anotarlos, sé que se puede hacer, pero me resulta artificial, necesito ver mi caligrafía; no me resulta una lectura sincera.
-¿Cómo gestiona 'su' otra gran biblioteca, la Nacional de Argentina; qué mantiene, qué cambiará?
-Hay cosas que estaban bien hechas, y por supuesto mantengo. Había una idea de biblioteca que no comparto: la biblioteca como institución de lecturas, conformada en un centro de actividades sociales y culturales. No la comparto en absoluto. Pienso que una biblioteca es sobre todo una biblioteca: un lugar que se constituye en la memoria de sus lectores, que guarda, preserva y facilita el uso de los documentos que están en ella, que necesita seguir acumulando documentos porque la memoria no se termina. El siglo XXI, las posibilidades que ofrece la electrónica de construir fondos digitales que compartir a distancia, de construir inmensas zonas digitales entre bibliotecas de distintos países, eso es fundamental. Hacia ahí tiende.
-¿Ha hecho planes a largo plazo?
-Es un trabajo para toda la eternidad. Si en el tiempo que estoy pongo las bases para ciertas cosas me contentaré. Afortunadamente, la Biblioteca cuenta con un equipo de trabajadores de gran experiencia y voluntad en un momento económico muy difícil de restricciones presupuestarias. Estoy orgulloso.
-¿Encuentra que estos proyectos reciben el apoyo necesario?
-Lo primero que se recorta es la cultura, lo que se suprime, se ve como superfluo. Está ese prejuicio impuesto donde una sociedad no reconoce sus propias fuerzas e intereses, y se deja convencer de que su fuerza está en otra parte. No hay ninguna sociedad en el mundo que sobreviva únicamente a través de su poder económico.
-'Nuevo elogio de la locura', por citar otro de sus libros, es otro texto humanista que recupera el conocimiento pasado. ¿Es esa una constante?
-No es tanto volver atrás como reconocer, como decía Faulkner, que el pasado no es pasado, el pasado no ha muerto, ni siquiera es pasado. ¿Por qué negarnos a explorar las riquezas que son nuestras, que están en las estanterías a nuestra disposición para entender la experiencia que ocurre ahora?
-¿Qué recomendar al adolescente para forjar al lector?
-No recomendaría libros, es como hacer de celestina, no funciona. Uno tiene que enamorarse de acuerdo a sus propios impulsos. El hecho de amar un libro es una cuestión tan personal que no puede definirse. Lo que hay que hacer es abrirles las bibliotecas, darles acceso a las librerías, decirles hasta qué punto la lectura es subversiva. El adolescente quiere revelarse y paradójicamente lo hace formando parte del rebaño de adolescentes que compran, escuchan o visten igual. Si el adolescente quiere encontrarse a sí mismo, tiene que rebelarse, y la lectura le permite hacer eso.
Manguel es autor ‘La biblioteca de noche’, ‘Historia natural de la curiosidad’, o ‘Todos los hombres son mentirosos’.
-Acaba de recibir el Premio Alfonso Reyes, también el Formentor...
–Sí, es una exageración.
- Cuando supo del Formentor dijo en una entrevista: «Es un lindo absurdo de la vida».
–La modestia es la peor forma del orgullo. Por supuesto que acepto el reconocimiento, el honor; al mismo tiempo soy consciente de la enorme diferencia, del abismo entre algunos de los premiados y mi obra. Pero los premios varían en intensidad. Si se reconoce a Borges no hay nadie que pueda ser reconocido a ese nivel.
-Su encuentro con Borges fue circunstancial y profundo.
–Fue un encuentro circunstancial, al que no le di mayor importancia. Pero al mismo tiempo descubrí que en la literatura existe un antes y un después de Borges, es el punto de cambio entre cómo leíamos antes y cómo leemos ahora. Borges le entrega al lector el reconocimiento de su poder de interpretación, de transformación, de recuperación del texto, incluso de creación. Con ‘Pierre Menard, autor del Quijote’, Borges decreta el fin del prejuicio hacia la autoría de la persona que escribe el texto. Después de ‘Pierre Menard’ no podemos decir que Cervantes es el único autor del Quijote, ni cualquier autor del texto que firma.
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