![La revolución latente](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/201709/09/media/cortadas/cincog-kzAC-U40749483182FgB-624x385@Diario%20Montanes.jpg)
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mikel fonseca
Domingo, 10 de septiembre 2017, 08:38
Que el último vídeo viral de Youtube tarde en cargar o que el WhatsApp no termine de marcar con el doble ‘check’ un mensaje enviado puede resultar crispante, pero si este retraso se produce entre dos coches automáticos a toda velocidad en mitad de una ... autopista, el resultado sería devastador. A esta demora se la conoce en telecomunicaciones como latencia, y es un antiguo enemigo que la futura tecnología de quinta generación, más conocida como 5G, pretende erradicar.
O al menos, reducir hasta lo imperceptible. Concretamente, a un milisegundo, frente a los diez de la actual generación, también conocida como LTE (Long Term Evolution, evolución de largo plazo). El 5G no es, per se, una tecnología; se trata de un término difuso que engloba una serie de requisitos, consensuados por los grandes fabricantes, que debería marcar la hoja de ruta para los productos venideros. Actualmente se encuentra todavía en fase muy experimental, con Corea del Sur y Japón liderando las investigaciones. El desembarco se estima para principios de 2020.
La latencia, ese tiempo perdido entre dos extremos de la red, está dificultando la implantación definitiva de otras novedosas tecnologías. No solo los citados coches autónomos. También está atascando la llegada de las cirugías a distancia, complica el control remoto de drones y aviones y hace que la Realidad Virtual resulte menos creíble.
Pero especialmente, está retrasando la venida del Internet de las Cosas (IoT por sus siglas en inglés), esa utopía –ahora no tan lejan– en la que todos los objetos estarían conectados entre sí y con la red. Las neveras capaces de hacer la compra o las cafeteras controladas por wifi hace tiempo que dejaron de ser ciencia ficción. En la actualidad, hay 8.000 millones de dispositivos en el mundo conectados a Internet. De implementarse el IoT, la cifra ascendería a 20.000 millones en el próximo lustro.
«El 5G solucionará los problemas de conexión en lugares masificados», apunta Jara Suárez de Puga, profesora e investigadora de la Universidad Politécnica de Valencia. «Por ejemplo, cuando vas a un concierto y te quedas sin cobertura porque todo el mundo está intentando envíar un vídeo a la vez». Es una cuestión de espacio: no hay longitud de onda para tanto cacharro conectándose simultáneamente a la red, por lo que hace falta ampliar el espectro para que los ceros y unos puedan fluir holgadamente. De ahí que el cambio sustancial de esta quinta generación sea la frecuencia que pasaría a utilizar, abarcando las bandas entre los 6 y los 100 Ghz. Actualmente, el 4G ocupa entre los 700 Mhzs y los 2 Ghzs.
Cada país decide cómo distribuye las frecuencias entre los operadores. Alemania ha sacado recientemente al mercado estas frecuencias para que las ‘telecos’ puedan empezar a desplegar el 5G. En España, el cambio obligará a desplazar hacia otras frecuencias a las actuales inquilinas de estas bandas, las TDTs. Otra posibilidad sería segmentarlas. «Se está estudiando distribuir las frecuencias en base al tipo de dispositivo. Así, aquellos que usen un menor volumen de datos se quedarían con las bandas más bajas», señala Suárez de Puga.
Resintonizar la televisión es el precio a pagar por eliminar la latencia, que no será la única mejora del 5G. También correrá a una velocidad de vértigo –algunos tests han alcanzado hasta 10 gigas por segundo, 100 veces más rápido que los estándares actuales– y tratará de reducir el consumo energético. «Esto es más difícil», estima Suárez de Puga. «Algún defecto tiene que tener».
Para cotidianizar la tecnología 5G, no basta con que la última iteración del iPhone o el Galaxy incluya una antena o un chip más potente. Se necesita que las ciudades sean capaces de asimilar toda esa cantidad masiva de datos. Las estaciones base son una suerte de ‘chicas del cable’; unas grandes antenas repartidas entre las urbes que se encargan de dirigir el tráfico digital. Actualizar estas estaciones para que cumplan las especificaciones del 5G supondría el principal desembolso, que tendrían que sufragar las operadoras. En España hay unas 60.000, pero su distribución no es uniforme: sólo en el aeropuerto de Barajas hay 9 instalados, mientras que otras zonas, especialmente las rurales, tienen el más cercano a un centenar de kilómetros.
Otra elemento clave para democratizar el 5G son las picoceldas, unos repetidores del tamaño de una caja de zapatos discretamente colocados en algunos edificios. «Se usan para dar cobertura extra en lugares puntuales», señala Suárez de Puga. Tiene un rango inferior al kilómetro, pero son una pieza fundamental en las telecomunicaciones 4G.
España no parece muy interesada en liderar la revolución 5G. El ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital, Álvaro Nadal, aseguró recientemente que la prioridad es completar la cobertura de la presente generación. Esto no significa que no sea partícipe. La Universidad Politécnica de Valencia, a través del Instituto de Telecomunicaciones y Aplicaciones Multimedia (iTEAM), colabora activamente en varias investigaciones relacionadas con esta novedosa tecnología, gracias a la financiación europea de 8 millones de euros del programa Horizon 2020. En esta misma investigación también participan Nokia,Samsung o Huawei.
«Entiendo que no se quiera invertir en el 5G, no se puede instalar una tecnología nueva cuando no se ha terminado con la vieja. Aún hay pueblos sin cobertura móvil o a los que no les llega internet por cable». Es la paradoja de la tecnología: «Avanza muy rápido, pero su asentamiento es un proceso lento», explica la investigadora.
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