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Jueves, 11 de mayo 2017, 19:10
En noviembre de 2010, el Ministerio de Sanidad aprobó la Estrategia de Atención al Parto Normal, un manual de práctica clínica para impulsar un modelo de parto menos intervencionista y medicalizado. Entre otras recomendaciones, esta guía, realizada en colaboración con la Organización Mundial de la Salud, tiene como objetivo minimizar algunas acciones hasta entonces generalizadas como la anestesia epidural, la episotomía, el rasurado, el enema o la rotura de la bolsa. Además, ponía el acento en el parto en el agua, modalidad poco extendida en nuestro país, recalcando que «la inmersión en agua caliente disminuye moderadamente el dolor, facilita la relajación y reduce el uso de analgesia siempre que se realice durante la fase activa de la primera etapa del parto (mayor a 4 centímetros de dilatación)».
Desde entonces, la Sanidad Pública española ha evolucionado en sus protocolos de actuación y hoy dar a luz en el agua ya no es un método de parto desconocido para las madres que viven en nuestras fronteras: «Aproximadamente, aquí tenemos unos 2.500 nacimientos al año. De ellos, cerca de un centenar se producen en el agua», explica Caridad Amador, supervisora del área materno infantil del Hospital Universitario de Torrejón de Ardoz (Madrid).
Desde hace seis años, este centro médico es pionero, al ser el único de la Comunidad de Madrid que ofrece la posibilidad de parir en el agua en todas sus fases: dilatación y expulsivo.
En total, desde 2011 ya son doce los hospitales públicos españoles que han implementado este método de nacimiento: «En el centro y el norte de Europa es mucho más habitual esta práctica. De hecho, en el Reino Unido es el más utilizado. En España el parto siempre ha estado más instrumentalizado y hasta la entrada en vigor de las nuevas medidas no se ha girado hacia un proceso más natural y menos intervencionista», explica Caridad.
Una mujer que desea un parto en el agua lo hace para tener un efecto calmante natural, no analgésico. Gracias a la temperatura de esta, que suele rondar los 36-37 grados, la tensión muscular es mucho menor y la sensación de alivio y relajación es elevada, a la vez que se tiene mayor percepción de la llegada al mundo del hijo. Ahora bien, no todas las mujeres pueden parir en el agua.
Requisitos
A sus 32 años, Elena dio a luz a su primer hijo el pasado uno de marzo. Fue una niña, a la que ha llamado Anaia, y vino al mundo con unas hermosas medidas 2,960 kilogramos y 48 centímetros. La pequeña ya es uno más de los casi cien bebés que cada año nacen en el agua en el Hospital Universitario de Torrejón
Elena no quería ponerse la epidural. Eso siempre lo tuvo claro. Quería sentir lo máximo posible cómo su pequeña venía al mundo. Así que durante la dilatación, cuando ya bordeaba su umbral del dolor, decidió meterse en la bañera para continuar con el proceso. Una vez inmersa en el agua, reconoce que la poca intervención de la matrona hace que la exigencia física del parto sea alta, pero se sintió tan cómoda y aliviada que también realizó ahí el expulsivo «Si llego a saber que la sensación del agua iba a ser tan relajante, me hubiera metido antes. Ambientaron la sala bajando las luces del paritorio y encendiendo las de la bañera, y una vez dentro del agua sentí mucho menos dolor. Dentro de ella podía moverme cómodamente y elegir la posición en la que estuviera mejor. También me pusieron un espejo para ver como realizaba el expulsivo. La experiencia fue muy bonita. Sin duda volvería a repetirla si tengo un segundo hijo».
Para Elena lo más importante era el bienestar de su bebé, y en el agua Anaia iba a tener un parto de escaso sufrimiento, otro de los motivos que convenció a su madre para elegir este método «Ella no lo notó nada. Me quedé muy impresionada con el pulso de mi hija. Durante el embarazo, Anaia siempre tenía en entre 140 y 150 pulsaciones, y en el parto se mantuvo en esa horquilla. Tuvo como máximo 147, síntoma de que no sufrió nada. Eso me tranquilizó mucho. Además, salió con muy buen color de cara, una respiración normal y ni siquiera lloró», detalla su madre.
Solo quedaba rematar el trabajo con el alumbramiento, que se realizó en la camilla «La salida de la placenta ocurrió minutos después, ya fuera del agua. Su padre, que en todo momento estuvo presente en el parto, cortó el cordón umbilical y así termino un parto que nunca olvidaremos».
Los requisitos son exigentes: «Tienen que ser mujeres con un embarazo de bajo riesgo de principio a fin del mismo, tanto para la madre como para el bebé. Es decir, todas las ecografías deben haber sido normales y no haber sufrido ninguna enfermedad durante la gestación. Además, las mujeres que han sufrido una cesárea anterior también tienen prohibido un parto en el agua por el riesgo de rotura de la cicatriz. Es poco probable, pero puede ocurrir, así que debemos evitar esta innecesaria situación, que de producirse se trataría de una emergencia vital», explica Asunción Aguado, matrona del Hospital Universitario de Torrejón.
Una vez superado ese filtro, durante el propio parto, las precauciones siguen siendo abundantes. Debe haber una monitorización normal que nos indique que existe bienestar fetal. Tras la inmersión, puede haber motivos que nos obliguen a pedirle a la madre que salga del agua, como la rotura de la bolsa y la presencia de meconio. O puede ocurrir que durante la auscultación del bebé se note alguna irregularidad: «Ante cualquier mínima duda, el bebé necesita de una vigilancia mas estrecha y eso requiere hacerlo sobre una camilla. Por ejemplo, la epidural no es compatible con el parto en el agua y tampoco con la oxitocina. Una parto que necesita oxitocina deja de ser de bajo riesgo ya que necesita una monitorización continua. Otro caso que haría salir a la madre del agua sería el enlentecimiento de la dilatación. Hay mujeres que han tenido un embarazo perfecto, pero no es suficiente. A la hora de la inmersión también tiene que ser todo normal. Somos muy prudentes», detalla Asunción Aguado.
Como explica la matrona, en el agua no es necesario una monitorización constante, sino intermitente. En lugar de tener continuamente controlado el latido fetal, se hace en intervalos de quince minutos, antes y después de las contracciones, para comprobar que el bebé tolera bien el proceso: «Hay estudios científicos que prueban que este tipo de monitorización es cien por cien segura», desvela Asunción, que también aboga por el sentido común en el proceso de dilatación: «Yo siempre digo que la mujer tiene que estar de parto para que pueda entrar al agua. Es decir, hay mujeres con dilataciones de solo 3-4 centímetros, pero con un ritmo de contracciones alto, que nos indica que ya está lista. Y luego puede haber mujeres con 6-7 centímetros de dilatación cuyo ritmo de contracciones sea escaso y poco intenso, y eso hace que aún no estén preparadas para entrar en el agua».
Una vez en el agua, no hay un tiempo máximo estipulado. Unas mujeres pueden estar apenas unos pocos minutos, y otras tres o cuatro horas. Lo importante es que la madre esté cómoda, sin síntomas de agotamiento ni enfriamiento, y el nivel del agua le llegue al pecho. Culminado el proceso de dilatación, llega la fase del expulsivo, que se puede realizar en el propio agua o fuera de ella: «No todas las mujeres quieren ambas fases en el agua. Algunas solo prefieren estar en la bañera para conseguir la dilatación pertinente. Luego creen que el agua ya no le aporta más y piden realizar el expulsivo en la camilla. Eso va a gusto de la madre, siempre y cuando no haya un indicador que nos diga lo contrario, pero la mayor parte de ellas hacen también esta fase en el agua. Y aquí es importante remarcar que es mentira esa leyenda urbana de que el bebé puede ahogarse o tragar agua si nace dentro de la bañera. Eso no es real», explica Asunción.
Lo que sí se debe hacer fuera del agua es el alumbramiento, con una pequeña dosis de oxitocina para que el sangrado sea el menor posible, aunque no siempre se puede expulsar la placenta fuera del agua: «Hay algunas que salen muy rápido, y no da tiempo a sacar a la madre del agua», explica la matrona, que también recuerda que parir en el agua no es compatible con la donación de la sangre del cordón umbilical para evitar infecciones.
¿Y cómo vive todo este proceso el bebé? Pues en paz y armonía. La experiencia muestra que los niños nacidos en agua sufren menos, con todo lo bueno que ello conlleva: «Los bebés que nacen en el agua sufren menos estrés. Está claro que influye el filtro previo tan exigente que hacemos, pero la realidad es que es un método seguro tanto para la madre como para el bebé. De hecho, ellos apenas lloran y su pulso fetal es muy parecido al del embarazo. El bienestar es total para ambos», sentencia Irene F. Buhigas, ginecóloga del madrileño Hospital de Torrejón.
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