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inés gallastegui
Sábado, 19 de agosto 2017, 08:29
Dice el diccionario que un envase es un «recipiente o vaso en que se conservan y transportan ciertos géneros». Pero la Real Academia Española tendrá ... que actualizar el concepto. Y rápido. Porque ya hay envases que alargan la vida de los alimentos, que calientan o enfrían, alertan de la presencia de microorganismos o de una temperatura inadecuada, interactúan con el consumidor o incorporan chips antirrobo o localizadores por radio. «Los envases activos e inteligentes permiten a los consumidores desperdiciar menos alimentos; a los productores, asegurar que su producto se encuentra en óptimo estado; y a los distribuidores, eliminar del lineal de venta artículos en mal estado», explica Lorena Rodríguez, investigadora del Instituto Tecnológico del Plástico (Aimplas) de Valencia, una entidad privada con 125 empleados que ofrece I+D+i, asesoramiento y formación a fabricantes de materias primas, empresas transformadoras y usuarios finales de todo el mundo.
Juan Pablo Seijo. Exportador
Hay que distinguir entre envases activos e inteligentes. Los primeros incorporan componentes que prolongan la vida útil del producto que contienen. Esa interacción con el alimento puede ocurrir por liberación de sustancias químicas que retrasan la maduración –a menudo, aceites esenciales y extractos naturales– o bien por absorción de gases que emiten estos víveres y que aceleran su deterioro. En cualquiera de los dos casos, esas sustancias deben ser aptas para entrar en contacto con alimentos –por ley– y no alterar el olor, color y sabor del artículo, por conveniencia comercial.
En cuanto a los absorbedores, algunos están destinados a eliminar el oxígeno de los envases, sobre todo en productos como la carne, el pan, los granos y los cereales, lo que permite añadir menos conservantes y aditivos sin arriesgarse a que proliferen microorganismos y hongos.
Otros tienen como objetivo absorber el etileno, un gas que producen de forma natural los vegetales y que controla su crecimiento y maduración. Las frutas y hortalizas climatéricas –manzana, plátano, melón, aguacate, kiwi, melocotón y tomate, entre otras muchas– maduran después de ser separadas de la mata o el árbol porque emiten más etileno o bien son muy sensibles al que producen otros; de ahí la importancia de vigilar las ‘compañías’ de algunos de nuestros víveres en la nevera. El etileno hace que maduren, adquieran su color definitivo, intensifiquen su sabor... hasta que alcanzan su punto óptimo de madurez y se inicia su deterioro irreversible.
Lorena Rodríguez. Investigadora
Para ralentizar ese proceso, la empresa madrileña Blue Teck fabrica absorbedores de etileno en distintos formatos utilizables tanto en casa –una especie de ‘hojas’ para el frigorífico o los cajones de frutas y hortalizas– como en los envases de distribución comercial y en los medios de transporte. Su director técnico, Juan Luis Pedro, que da a conocer por todo el mundo su sistema patentado en 2003 (acaba de quedar finalista entre cien proyectos en el concurso American Dreams en Estados Unidos), explica que la fórmula de sus productos KeepFresh es natural y, al eliminar ese gas, prolonga la vida útil de los vegetales. «La limpieza no produce químicos y garantiza que el alimento se encuentra en condiciones óptimas durante más tiempo, por lo que no es necesario añadir aditivos», resalta Pedro, cuyo producto cuenta con el certificado del Comité Andaluz de Agricultura Ecológica.
Uno de sus clientes es Juan Pablo Seijo, que de octubre a mayo distribuye tomates raf de Almería por toda Europa a través de su empresa soloraf.es. Aunque el compromiso de la empresa es que las cajas de poliestireno expandido –cerradas pero ventiladas– lleguen al consumidor de la Península en solo 24 horas, aconseja a los clientes conservar la hoja absorbedora en el frigorífico para seguir manteniendo frescos los tomates –y todos los vegetales que los acompañen– hasta una semana. El raf madura más rápido que otras variedades de tomate –como el Larga Vida o el Daniela– pero también tiene mucho más sabor. «Además, madura de dentro afuera, por lo que, cuando está muy rojo, ya está pasado –reconoce Seijo–. En invierno, de Despeñaperros para arriba, no ocurre nada, pero al final de la temporada el calor puede ser un problema. La lámina nos viene muy bien para exportar tomates a largas distancias, por ejemplo a Francia, Bélgica, Alemania o Inglaterra. Aguanta dos o tres días más en un estado óptimo».
Juan Luis Pedro. Fabricante de envases
Por su parte, los envases inteligentes interactúan con el producto –pero sin liberar ni absorber ninguna sustancia– y con el consumidor. Normalmente se trata de etiquetas añadidas al envase que monitorizan algunas de sus características e informan sobre ellas mediante un cambio colorimétrico o la aparición de un texto.
Los más extendidos –hay más de cien patentes– son los indicadores de tiempo-temperatura, que informan sobre el historial térmico del artículo, es decir, si ha estado sometido en algún momento a una temperatura crítica –que comprometa la calidad y la seguridad– y durante cuánto tiempo.
El ‘smart packaging’ con indicador de frescura, explica Lorena Rodríguez, incorpora etiquetas que detectan la presencia de volátiles producidos por envejecimiento del alimento –dióxido de carbono, amoniaco, sulfuro de hidrógeno o aminas del pescado, entre otros– o por el proceso de maduración –etileno– y muestran, mediante un código de color, el grado de madurez o frescura del producto.
Por su parte, los indicadores de fuga vigilan a su vez las funciones de un envase activo; por ejemplo, informan si el absorbedor de oxígeno de un contenedor está saturado y, por tanto, ya no está cumpliendo su función y el producto peligra. «Suelen emplearse en alimentación infantil y otros productos que se oxidan con facilidad», señala la química.
La Comisión Europea ha dado la voz de alerta. «Desperdiciar comida no solo es un problema ético y económico; también merma los recursos naturales limitados en el medio ambiente», ha asegurado el comisario de Salud y Seguridad Alimentaria, Vytenis Andriukaitis. 88
88 millones de toneladas de alimentos en buen estado, por valor de 143.000 millones de euros, se desperdician al año en la UE: es un tercio del total de la producción. La investigación, la educación de los ciudadanos, las normas de autorregulación y la redistribución de los alimentos son algunas de las medidas para prevenir el derroche. España desperdicia
Nuestro país es el séptimo de la Unión Europea que más volumen de comida desperdicia, nada menos que 7,7 millones de toneladas al año. Pero si tenemos en cuenta la población, somos el cuarto más derrochador de los 28, con 165 kilos de víveres malgastados por habitante y año, solo por detrás de los Países Bajos (558), Polonia (231) y Reino Unido (223).
Cada vez más productores nacionales se muestran interesados en los envases activos e inteligentes de cara al mercado exterior, pero en España estas soluciones no se han desarrollado tanto como en otros lugares, por varios motivos. Por un lado, en nuestro país, con un potente sector agroalimentario –es la primera industria nacional–, gran parte de la compra de comestibles se realiza en establecimientos donde los víveres no se sirven en envases industriales, sino que se exponen a granel y se despachan en las bolsas y envoltorios de papel de toda la vida. Además, frutas y verduras son muy baratas en comparación con otros mercados europeos, donde representan casi un lujo.
Y por último, al igual que en otros países de nuestro entorno, está en boga cierta ‘quimiofobia’, y la atracción por los productos naturales –o aquellos que aparentan serlo– pesa en las elecciones de compra. «En Europa no tienen mucha aceptación las bolsitas o ‘sachets’; a muchos consumidores no les gusta abrir un envase y encontrarse algo dentro. En los países nórdicos tienen más aceptación y en Asia son considerados un valor añadido», resalta la investigadora de Aimplas, que en los últimos diez años ha desarrollado envases activos ‘personalizados’ para diversos productos frescos, como tomates, lechugas, aguacates, queso y pan de molde.
El caso del pan de molde es un ejemplo de cómo esta nueva generación de contenedores puede suponer un ahorro importante tanto para el usuario final como para productores y distribuidores. Se trata de un producto con una caducidad alta –unos diez días– que, además, el productor recoge de los establecimientos comerciales cuando expira la fecha. Por tanto, alargar una semana su vida útil implica un enorme ahorro en transporte.
La química Lorena Rodríguez destaca, entre las líneas en desarrollo más interesantes, la mejora de los envases activos de modo que las sustancias que liberan no alteren las propiedades organolépticas –sabor, olor, textura y color– de los alimentos que contienen. También se investiga aplicar soluciones que prolonguen la vida no solo de los productos frescos de vida corta –frutas, verduras, carne y pescado–, sino de alimentos con periodos de caducidad más largos.
Respecto al ‘smart packaging’, los sensores capaces de detectar patógenos o microorganismos en los alimentos son la tecnología más prometedora e innovadora, resalta la experta de la firma valenciana.
En los próximos años, veremos la sustitución de las etiquetas inteligentes por materiales imprimibles en el envase, de modo que se ahorrará un paso en la manipulación del producto. «En la actualidad las soluciones en forma de etiqueta te aseguran que no existe contacto directo con el producto envasado, de modo que las sustancias indicadoras no tienen por qué cumplir la legislación –explica–. En el caso de las soluciones de contacto embebidas en el envase, solo se pueden utilizar las sustancias que se encuentran listadas como aceptadas».
Por último, resalta la química de Aimplas, queda aún trabajo que hacer en el ámbito legal, y en los próximos años habrá que ampliar las listas de sustancias autorizadas por la UE.
La ingeniería de materiales ha permitido en los últimos años avances revolucionarios como los recipientes autocalefactables para sopas y autoenfriables para refrescos o los embalajes que sirven para cocinar, por ejemplo, palomitas de maíz o verduras al vapor en el microondas.
Las antenas de identificación por radiofrecuencia (RFID) permiten incluir gran cantidad de información sobre el producto –fecha de producción, de caducidad, garantía de denominación de origen, trazabilidad y sistemas antirrobo– y mantenerlo localizado durante todo el proceso de producción, transporte y distribución. Este tipo de soluciones suelen ser más frecuentes en vinos y licores o en carnes de alto valor añadido.
Además, hay toda una línea de envases inteligentes que tiene más que ver con el marketing que con la conservación o el ahorro. Si las soluciones indicadas hasta ahora podían suponer un coste añadido de unos céntimos a cada envase, las diseñadas para llamar la atención del consumidor y destacar entre las demás pueden suponer un precio bastante más elevado. Es el caso de las cajas con tinta electroluminiscente de la ginebra Bombay Sapphire –que montan todo un espectáculo coral en los lineales del supermercado– o la Heineken Ignite, una ‘smart bottle’ que se ilumina cuando los bebedores brindan, parpadea cuando beben y ‘baila’ al son de la música. Imposible no mirar.
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