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IRATXE LÓPEZ
Jueves, 13 de agosto 2020, 07:13
Hay maravillas generadas por la naturaleza y otras creadas por el hombre, genialidades que se alzan en urbes, entre callejas o sobre amplios espacios. Edificios donde se demuestra la capacidad de inventiva y cálculo humano. Algunos sorprenden por su modernidad, otros porque hace tiempo fueron ... el no va más y han logrado mantenerse a pesar de los siglos. Ordenados en su aparente desorden. Macizos sobre piedras antiguas. Vanguardistas en su época. Cada cual aporta metros de arquitectura y años de historia. Todos merecen un instante para detenerse a mirar y disfrutarlos.
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Colorido y singular, de líneas reconocibles sin lugar a dudas entre las obras del maestro catalán. Fue en 1883 cuando el indiano Máximo Díaz de Quijano encargó a Antoni Gaudí la ejecución de un chalé de veraneo que acabarían de levantar en 1885. Deseaba instalarlo junto al palacio de Sobrellano del Marqués de Comillas. Por entonces vivía el genial arquitecto enfrascado en la edificación de la Casa Vicens por lo que puso a pie de obra, en la localidad cántabra, a Cristóbal Cascante, amigo y compañero de promoción. Por supuesto, los planos respondían al diseño del creador nacido en Reus quien, por entonces, comenzaba su andadura. Fueron estas dos sus primeras obras.
El inmueble que nos ocupa, con influencia mudéjar y mágico aspecto. Piedra en la parte baja y ladrillo visto con franjas de cerámica vidriada con girasoles y hojas. La tendencia oriental es obvia, basta echar un vistazo para asentir con la testa. Una torre-minarete se eleva al cielo. Templete sostenido por cuatro columnas de fundición remata la verticalidad. Al imaginarlo Gaudí tuvo en cuenta al dueño, músico amateur y coleccionista de plantas exóticas. Le construyó un capricho basado en la composición musical libre y fantasiosa. Decidió dibujar en sus ventanas una libélula con guitarra, un gorrión sobre un órgano.... Colocar en el banco-balcón una serie de tubos metálicos fue otra de sus genialidades, ya que al subir o bajar las persianas emitían sonidos musicales. Emplear forma de «u» para proteger del viento del norte un invernadero donde el propietario cuidaba plantas traídas de ultramar.
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Hay que acercarse hasta el parque de Salburúa, en Vitoria, para verlo. Señor de acero y cristal, brilla entre los humedales como una planta futurista, estructura metálica que emula el crecimiento natural. Nació en 2007, parido por Javier Mozas y Eduardo Aguirre. Crecido entre juncos. Sobre una idea clara, o eso parece, el concepto del orden frente al caos, la inventiva estructurada y concreta de sus arquitectos y la explosión vegetal desordenada de las masas vegetales del entorno.
Persigue así compartir el mundo que le rodea, trasplantar a localización y fachada el código genético de un organismo vivo. Porque allí, mientras unos se dedican a los negocios otras, las aves, se afanan en esfuerzos de superviciencia. Inmersos todos entre el anillo verde de la capital alavesa. La sede de Caja Vital marca una huella indeleble en el paisaje, la señal genética de un modelo de dirección, desarrollo contemporáneo plagado de oficinas, lleno de vida como lo está la naturaleza.
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Viajamos al siglo XV para admirar una antigua torre vigía. Imponente por sus dimensiones dentro de Zarautz. Muchos la distinguen como mejor palacio-torre gótica civil del Territorio Histórico. Confeccionada a base de sillar con perfecta fachada. Tres pisos dieron forma a su cuerpo, más planta baja. Ventanales góticos dibujaron sus ojos mientras el blasón de los Zarauz, ahora casi ilegible, comunicaba a propios y ajenos la titularidad del edificio. Ideada para la defensa y vigilancia, pues no existieron murallas en la localidad, ayudó a sus habitantes a protegerse gracias a robustos muros y las saeteras por las que entraba la luz.
El observador atento debe fijarse en los espolones superiores que, suponen, servían para sujetar cadalsos o estructuras de madera. Era pues una edificación creada para salvar de luchas, en la que no olvidaron la ornamentación. No deseaban sus propietarios un aspecto tosco, por eso incluyeron ventanales geminados y arcos trilobulados con parteluces. Ayudaba a la belleza el entorno marino y, ahora, un parque donde hallar esculturas del poeta Lizardi y el bertsolari Basarri. Algunos estudiosos creen que, cuando a mediados del siglo XV, Enrique IV mandó demochar las torres para destruir sus aspectos defensivos, el lugar pudo zafarse de la amputación arquitectónica gracias a su aspecto de palacio.
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Si la madrastra de Blancanieves preguntara a su espejo mágico quién es el edificio más bello de la capital vizcaína probablemente respondería que el Museo Guggenheim. O ese imaginamos. Como todos tenemos claro el cuento, vamos a proponer otro lugar para mirar: la sede del Departamento de Sanidad del Gobierno Vasco. Luminosa, reina en la esquina de Alameda Recalde 39 desde 2008, por obra y gracia de los arquitectos CollBarreu. De fachada poliédrica, el cristal de la narración infantil sí tendría competencia con este inmueble, pues son muchos los reflejos que desde su estructura emanan. Reproducen así bloques vecinos y a los transeúntes acostumbrados a revisar su aspecto cuando pasan por allí. Los pliegues de la fachada muestran el vitalismo urbano. Dicen que el edificio respira por su cuenta y produce un intercambio espacial entre interior y exterior. Que el derroche de luz accede al interior convirtiéndolo en un espacio diáfano y brillante. Como dato curioso, el periódico británico 'The Guardian' llegó a compararlo con el Museo Guggenheim. Así que: «Espejito, espejito, quién es…».
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Abrigado por la roca, el templo espera en la entrada principal del Complejo de Ojo Guareña. Imposible no sorprenderse ante la fusión de roca y diseño. Ante el misterio de este centro religioso cuya fecha de construcción se desconoce. Algunos pretenden datarla entre los siglos VIII y IX, otros se alejan más, hasta el XIII. Antes o después, parece cierto que fue dedicada primero a San Tirso, hasta unir también la advocación de San Bernabé en el siglo XVIII. Punto de encuentro entre peregrinos en Las Merindades, fe, leyenda, historia, arte y tradición conviven entre sus muros.
Ha de levantar la vista el visitante hacia sus bóvedas; muestran pinturas en ocasiones deterioradas por el agua de las corrientes que pasan por la gran cueva. Emocionarse ante los frescos y el retablo. Por ese cúmulo de esplendor el lugar fue declarado Monumento Histórico Artístico Nacional. Distinguirán quienes acudan en sus pinturas de pared y techo milagros de ambos Santos, favores a personas con nombre y apellido, lugares de vecindad y oficio. También martirios superados por Tirso. Las más ancianas, en la parte central de la bóveda, de 1705. Las modernas de las paredes y zonas bajas del techo, de 1877.
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Logroño decidió levantar un templo a la cultura del vino de Rioja y a su gastronomía, reinventado sobre los restos del Palacio de los Yangüas (XVI), en pleno casco antiguo. Base anciana, sombrero moderno. El arquitecto Jesús Marino Pascual fue el elegido para combinar patrimonio e innovación, historia y actualidad, impresionante exterior e interior. Los cerramientos acristalados añaden el punto de transparencia a muros de hormigón pintados con el color del vino. Dueño de una manzana completa, entre las calles Mercaderes, Ruavieja y Marqués de San Nicolás, se extiende sobre 3.000 metros cuadrados y eleva en cuatro plantas, fundiendo arquitectura vanguardista y renacentista. Una amplia escalera palaciega vertebra el edificio. Comunica el sótano formado por un lagar, salas de catas, calados del palacio y espacios destinados al museo. La fachada principal queda precedida por un botellero de cristal gigante que remarca el sentido del edificio, lucernario del patio interior. De su propio subsuelo surgieron silos, prensas, ánforas, vasijas y vasos integrados en el proyecto, mimando así la historia del caldo.
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