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Joâo Calada, pescador de sardinas en la costa de Torreira, midió con su vara enrejada el nivel de la marea alta de setiembre, creyó en los augurios y vendió su casa. Lo conocí en aquella playa portuguesa en plena faena de jábega, aguijoneando él ... los bueyes que arrastraban pesadamente la red cargada de un motín plateado, masa de peces agonizantes descargados al fin sobre la arena. El patrón Calada llevaba más de treinta años en esa faena, arar el mar la llamaba él; había colgado aquel mismo amanecer el cartel de la venta sobre la fachada de su casa, solitaria y humilde en lo más alto de la duna, obedeciendo el vaticinio de un sueño, según contó. Alegó también la inundación reciente de los barrios costeros de Espinho y Aveiro, así como la invasión de tractores con mucho brío y escaso sentimiento, que sustituyeron a los bueyes en el tiro de la jábega. Tanta mudanza en aquella latitud ibérica, cruzada además por una falla tectónica, alarmó al pescador y malvendió su casa sin remordimiento.

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