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Iñigo Villamía
San Sebastián
Viernes, 25 de agosto 2023, 09:07
Si me hubiese pasado a otra hora y sin gente alrededor para ayudarme tan rápido, igual no habría podido salir nunca del agua». Son las sobrecogedoras palabras de Javier Diaz de Guereñu, un vecino de Tolosa (Guipúzcoa) de 58 años, al recordar la picadura de ' ... carabela portuguesa' sufrida el pasado martes mientras se pegaba un baño en la playa de Ondarreta. «Fue, sin duda, uno de los peores días de mi vida y por momentos pensé que me moría» relata a este periódico ya recuperado del susto. Ahora trata de digerir que las numerosas marcas que esta 'falsa medusa' le ha dejado en su piel pueden ser para siempre. Las heridas las tiene en la espalda, axilas, piernas y en buena parte del brazo derecho.
Todo ocurrió sobre las siete de la tarde. Minutos antes, Javier había dejado a su mujer en el polideportivo Bentaberri. Hacía calor y querían pegarse un chapuzón. Ella, alertada por la presencia de estos organismos coloniales en la costa guipuzcoana, fue previsora y optó por hacerlo en la piscina. Él, sin embargo, se decantó por el mar. Conocedor de la situación, «lo primero que hice nada más llegar fue fijarme en la bandera, que estaba verde, y darme un paseo por la orilla», reconoce el tolosarra. «Cuando vi que todo estaba en orden, me puse las gafas y las aletas y me metí al agua». Eso sí, aquel día su recorrido no fue el habitual. «Normalmente suelo ir hasta la isla, pero por precaución decidí quedarme entre los bañistas y el gabarrón».
Tras media hora de un baño «feliz» y miradas constantes a su entorno para ver si detectaba la presencia de alguna 'carabela', Diaz de Guereñu se puso a nadar a espalda hasta que, de repente, notó una «descarga bestial» sobre su hombro derecho. «Enseguida fui consciente de lo que me había pasado porque sentí como si me hubieran envuelto en una red metálica con una corriente altísima continua», subraya. Así que se giró y salió «disparado» hacia los socorristas «porque si no, veía que no llegaba», explica. «Era un dolor insoportable». Tanto, que Javier se vio obligado a sacar «toda la fuerza que llevaba dentro» para poder hacer pie y pedir auxilio. «Se te queda todo colapsado, se te encogen los pulmones y te quedas sin aire», asegura. Le tuvieron que sacar del agua entre varias personas.
Una vez en la arena, le sentaron en una silla y empezaron las convulsiones. «Estaba muy mareado y con los tentáculos todavía clavados en mi piel desprendiendo el veneno». Los socorristas, siguiendo el protocolo, procedieron a retirárselos, pero tenía tantos que, entre gritos, a Diaz de Guereñu solo le nacía pedir refuerzos. «Por un lado solicité a la gente que estaba ahí que por favor se pusiera guantes y ayudasen a quitarme los tentáculos y, por otro, a los niños que me trajeran cubos llenos de agua salada para echarme por encima». Pasados unos minutos, una ambulancia medicalizada llegó a Ondarreta y allí mismo a Javier le pusieron oxígeno, varias inyecciones y le suministraron alguna que otra pastilla para rebajar el dolor.
«Desde ese momento ya no recuerdo nada hasta que me desperté con la bata en el hospital», subraya. «Pese al chute que me habían dado», reitera, seguía con convulsiones y sin poder parar de chillar. Todo cambió cuando le metieron en una ducha a 45 grados durante aproximadamente diez minutos. «De ahí, aún con cierto mareo, me llevaron a una cama con hielos, que es donde por fin se acabó el suplicio». Hasta entonces, Javier había sufrido como nunca durante dos horas y se había partido tres dientes fruto de la tensión.
Gracias a la «espléndida» atención de cinco médicos y diez enfermeras del Hospital Donostia, este hombre de 58 años pudo pasar una plácida noche en observación. «A las cuatro de la mañana dejaron de darme medicamentos y ya a las ocho recibí el alta». Desde entonces toma una medicación para erradicar del todo el dolor de una picadura que le va a obligar a estar durante los próximos meses sin poder tomar el sol. «Voy a seguir bañándome en el mar, pero tengo claro que no aquí, porque me han picado sabirones y diferentes tipos de medusa, pero nada se le ha parecido a esto», destaca. Begoña Sanz, testigo de lo sucedido, remarca que «tuve escalofríos solo de escuchar sus gritos desde que salió del agua hasta que llegó la ambulancia».
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