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Zdravei! Así se saludan desde hace años en Torre del Burgo, convertido en un trocito de Bulgaria que ha salido al rescate de este pueblo ... agrícola de Guadalajara, un oasis en la España vaciada regado por un padrón que ha pasado de 74 vecinos en el año 2000 a 474 en 2022. La mayoría de los 'nuevos' habitantes proceden del pequeño país balcánico, de siete millones de habitantes.
Torre del Burgo, a 80 kilómetros de Madrid y al que algunos han rebautizado como Torre del Búlgaro, es el municipio español con mayor proporción de extranjeros (el 88%, según los datos del INE), y salvo un puñado de rumanos y marroquíes, el resto han llegado desde Bulgaria. Ellos son los 'culpables' de que el censo haya crecido un 600% y de haber rejuvenecido la población. «Si no lleva bastón, seguro que es búlgaro», bromea Felipa, de 84 años, en bata y zapatillas y a la que acaban de sacar de casa los bocinazos de Alberto, el repartidor ambulante, que han roto el silencio anunciando la llegada de su furgoneta en la que vende pan a 14 aldeas de la comarca.
¿Y qué hacen tantos búlgaros por estas feroces tierras que Cela glosó en su famoso 'Viaje a la Alcarria'? La respuesta está en el espárrago verde, la hortaliza que ha salvado a Torre del Burgo de diluirse en la nada.
Cuenta su alcalde, José Carlos Moreno (PP), informático jubilado del BBVA, que a finales de los 90 una de sus paisanas, Julita, se marchó a vivir a California y desde allí envió a su hermano unas semillas de espárrago muy resistentes, productivas «y mejores que las de aquí, que eran caras y no muy buenas». A partir de entonces los pocos campos dedicados a este cultivo multiplicaron sus hectáreas, y con ello la necesidad de «buenos brazos» para recolectar unas cosechas cada vez más abundantes.
Basilio fue uno de aquellos primeros búlgaros en llegar a Torre del Burgo, en 2006, para estrenarse en la recogida del espárrago, que por entonces era cosa de unas pocas familias autóctonas. A sus 40 años, es el hombre de confianza de Jaime Urbina, uno de los principales empresarios de la región, un tipo de manos recias que empezó vendiendo manojos de trigueros con una motillo por las placitas rurales de la Alcarria. Hoy produce del orden del millón de kilos y exporta a media docena de países, sobre todo a Alemania.
1.700 euros
La campaña del espárrago verde suele durar de marzo a junio y los temporeros pueden ganar del orden de 1.700 euros al mes, el doble del salario medio en Bulgaria (850 euros).
Basilio compró casa en Torre del Burgo -de los pocos búlgaros que lo han hecho- y ya no se mueve de aquí. De España le gusta «todo», lo que más irse a pescar siluros a Zaragoza. Como mano derecha de Urbina se encarga de buscar las mejores cuadrillas entre sus compatriotas, responde de su rendimiento, y si hace falta los acompaña al médico y hace de traductor. Los jornaleros pueden sacar un mínimo de 1.700 euros al mes, el doble del salario medio en Bulgaria. Un estipendio que apenas seduce a españoles. El trabajo es duro, hay que doblar el espinazo, superar las agujetas y aguantan «muy pocos».
«Sin búlgaros no hay espárragos, así de claro», esgrime Urbina, que ha ido ampliando sus plantaciones a medida que el boca a boca atraía a más y más temporeros balcánicos a sus campos. Su llegada desencadenó que un pueblo destinado al abandono tuviera una segunda oportunidad. El empresario extiende el brazo y señala con el dedo tres grandes naves de su propiedad ahora vacías, pero que en un par de meses bullirán de actividad. «Esas naves y toda la maquinaria no valen nada sin buenos trabajadores y el trabajador rinde si está contento y tranquilo». Su receta, «que no he estudiado en ningún libro sino que es mi experiencia de años» no es sólo un salario digno. «Si además les ofrezco alojamiento, les doy un anticipo para sus primeras compras y les proporciono lo que necesitan, se implican, y así es como hemos crecido».
Sólo para esta campaña, Urbina contratará a 300 temporeros para los que Basilio ya anda buscando casas de alquiler en Torre del Burgo y su entorno. Porque esa es otra, los búlgaros engordan el censo, pero la mayoría no reside en el pueblo, o al menos no todo el año, sino que se van moviendo por la península empalmando una campaña agrícola tras otra. «Empiezan aquí con el espárrago y luego siguen con la fruta en Calatayud, el tomate en Navarra, las naranjas en Alzira...», enumera el alcalde, al que ya le gustaría que los 400 guiris del INE vivieran de continuo en su municipio.
Algunos vuelven a sus lugares de origen, otros van itinerando por España «o sabe Dios dónde», y sólo una parte se acaba asentando en Torre del Burgo, «donde el trabajo nunca falta», enfatiza Moreno. «Cerca tenemos Torija, con un montón de naves de logística, y Brihuega, que tiene destilerías de perfumes y aceites de lavanda. Y en el campo siempre se necesitan manos».
Así que en esta soleada mañana de febrero no habrá desperezándose en Torre del Burgo más de 120 residentes, eso sí la mitad búlgaros. Como Dimitri Ivanov, que ya se ha establecido aquí «para siempre», y no quiere ni oír hablar de regresar a su tierra. «Sólo a ver a los abuelos», dice sin melancolía alguna. De 45 años, vive de alquiler junto a su mujer Diana y su hija Desislava en una casa de dos pisos y patio interior en pleno centro del pueblo por la que paga 250 euros. «Se la vendo por 50.000, pero no la quiere comprar», se ríe Moreno, que además de alcalde es su casero.
«El banco no me da el dinero», responde Dimitri en un castellano más que aceptable. Como tantos otros inmigrantes, recaló en España en 2006 atraído por el imán del espárrago. La experiencia le gustó y al año siguiente ya se vino con toda la familia. Desde entonces es un fijo que ha ayudado a engordar el censo de Torre del Burgo, que sin embargo no tiene escuela, ni tiendas, ni un bar donde tomarse un café.
«La relación con la gente del pueblo es buena, nos tratan como españoles y se vive tranquilo», reseña Dimitri, con el rostro curtido de quien ha trabajado la tierra. Con tantos búlgaros por aquí, ¿te sentirás como en casa. no?, le preguntamos. «¡Mejor!», exclama lamentándose del éxodo laboral que sufre su país por los «bajos sueldos» que se perciben en el campo. «Allí sólo se están quedando los viejos. En mi ciudad, Parvomay, hay casas totalmente abandonadas porque los vecinos se han ido a buscarse la vida fuera. Muchos están en la construcción en Alemania, otros de camioneros en Inglaterra, más los que se marchan a Grecia o vienen aquí», describe el panorama Dimitri.
Zdravei!, saluda Pablo, el novio de Desislava que ha venido a recogerla para llevarla al médico. De 25 años, este chaval fibroso, sonriente, de pendientes y brazos tatuados que habla español con fluidez, lleva la mitad de su vida en Torre del Burgo, a donde llegaron sus padres desde Plovdiv en 2010. Pablo dejó el colegio en cuanto pudo «porque estudiar no se me daba bien» y ahora curra en un almacén en Torija, donde el sueldo le ha dado para comprarse un A3 azul marino.
«Aquí teníamos un 100% de fracaso escolar», recuerda el alcalde, sin dar importancia a la falta de escuela, pese a que el censo de niños le da para reclamarla. «Los vecinos no la piden y tenemos una en Humanes, a diez kilómetros», señala Moreno que, con el dinero del Plan Corresponsables, orientado a favorecer la conciliación familiar, ha contratado a una monitora de tiempo libre para echar una mano a los escolares búlgaros con los deberes.
13% de extranjeros
en España (6,2 millones sobre 48 millones de habitantes). Ese 13% contrasta con el 88% de Torre del Burgo.
«A estos chicos sus padres no les pueden ayudar en casa, así que lo hacemos desde el Ayuntamiento y está funcionando muy bien. Una profesora viene cada tarde a repasar los deberes. Tendremos unos ocho estudiantes y hasta sacan sobresalientes», se congratula. Además, la embajada les ha puesto un taller de escritura cirílica para que los más jóvenes no olviden el alfabeto materno. Jóvenes como Mariela y Nicoleta, las hijas de Dinko, de 50 años, afincado en Torre del Burgo junto a su mujer, Galia, de 39. El matrimonio espera a marzo para reengancharse al espárrago. Llevan de alquiler desde 2012 en una casa de seis habitaciones en la Plaza Mayor por la que pagan 340 euros, y en la que también vive la madre de Galia, que se vino a cuidar de las nietas mientras los padres recolectaban de sol a sol. La casa está a la venta por cien mil euros. «Tenemos que ahorrar para poder comprarla», le reprocha Galia a su marido, mucho más interesado en el motor de un Vectra en el que anda enredando. «Mira, tiene 240 caballos», sonríe orgulloso.
Dinko, Dimitri, Basilio y sus familias aprovechan los domingos para juntarse en 'Torre del Búlgaro' en torno a una barbacoa donde charlan de coches (les vuelven locos, y cuanto más grandes y potentes mejor), del espárrago y «de lo mal que están las cosas» en su tierra natal. «A veces me tomo una cerveza con ellos, pero tienen sus costumbres y tampoco hacen mucho por mezclarse», señala Moreno, que va por el cuarto mandato consecutivo sin haber logrado integrar en su lista a ningún extranjero. «Como vecinos no dan problemas, pero vienen a lo que vienen y la gestión no les interesa», admite el alcalde de esta tierra de la España vacía que ha dado con su particular solución a la búlgara para llenarla, convirtiendo a Torre del Burgo en un pueblo nada corriente pero muy 'bulgar'.
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Ana del Castillo
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