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Casi 679 metros separan el suelo de Kuala Lumpur de la punta de la antena del Merdeka 118, el segundo rascacielos más alto del mundo. Inaugurado a principios de año, la estructura alberga una superficie construida de 290.000 metros cuadrados dividida en 118 pisos sobre rasante y cinco subterráneos. Su fachada está recubierta por 18.144 paneles de cristal que cubren 114.000 metros cuadrados, y todo el conjunto se ilumina por la noche gracias a 8,4 kilómetros de luces LED que harían las delicias del alcalde de Vigo.
Llamado 'independencia' en malasio, y diseñado por el arquitecto australiano Fender Katsalidis para emular la figura de Tunku Abdul Rahman, uno de los arquitectos de la liberación del yugo británico, cuando levantó un brazo y proclamó la emancipación del país, la torre se caracteriza por las formas que emulan un diamante pulido y sus peculiares ascensores ubicados en la fachada. Así, todos pueden disfrutar de una vista impresionante.
El Merdeka 118 es una maravilla de la ingeniería que asombra a cualquiera que visite la principal ciudad de Malasia. Aun así, no logra recuperar el trono que le dieron en 1997 las Torres Petronas, que fueron las construcciones más altas del planeta hasta que en 2004 el Taipei 101 de Taiwán les arrebató un título que ahora ostenta el Burj Khalifa de Dubái. Y muchos consideran que en sus 828 metros se va a quedar el récord, porque la era de los superrascacielos parece estar llegando a su fin.
Burj Khalifa
828m
Dubai
Merdeka 118
679m
Kuala Lumpur
Taipei 101
508m
Taiwan
Torres Petronas
452m
Kuala Lumpur
800m
700m
600m
500m
400m
300m
Burj
Khalifa
828m
Dubai
Merdeka
118
679m
Kuala
Lumpur
Taipei
101
508m
Taiwan
Torres
Petronas
452m
Kuala
Lumpur
800m
700m
600m
500m
400m
300m
Burj Khalifa
828m
Dubai
Merdeka 118
679m
Kuala Lumpur
Taipei 101
508m
Taiwan
Petronas
452m
Kuala Lumpur
Burj Khalifa
828m
Dubai
800m
Merdeka 118
679m
Kuala Lumpur
700m
Taipei 101
508m
Taiwan
600m
Petronas
452m
Kuala Lumpur
500m
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300m
«Construir en altura siempre ha sido una manifestación de poder. Los rascacielos más grandes se han levantado en los países que en cada momento han querido liderar el mundo. Es algo cíclico. La carrera comenzó en Estados Unidos y luego se ha trasladado a Asia: primero en China y el sudeste asiático, y ahora en Oriente Medio», explica Vicente Guallart, fundador del Instituto para Arquitectura Avanzada de Cataluña (IAAC).
Vicente Guallart
Fundador IAAC
Una de las claves está en el aprovechamiento del espacio. En los grandes rascacielos, el núcleo de la estructura -la parte central- suele albergar los ascensores y ocupa un porcentaje creciente según aumenta la altura, reduciendo así la superficie que se puede destinar a oficinas, habitaciones de hotel o apartamentos residenciales. Llega un momento, que algunos establecen en torno a los 200 o 300 metros, a partir del cual no resulta rentable continuar creciendo en altura.
Por eso, muchos de los grandes rascacielos alcanzan su cota más alta con una antena de vanidad, una parte de la estructura diseñada únicamente para alcanzar récords. Por ejemplo, el Burj Khalifa de Dubái tiene su último piso ocupado a una altura de 584 metros, 244 metros por debajo de su cota más alta. Entre la última planta funcional, donde se encuentra la maquinaria de los ascensores, y la punta de su antena aún quedan 190 metros. En el caso del Merdeka 118 sucede algo similar: el último piso ocupado está a 178 metros del punto más alto.
Por otro lado, cada vez menos gente desea trabajar en este tipo de edificios. Aunque son una fórmula eficiente para exprimir al máximo el suelo en lugares con poco espacio edificable, resultan un engorro: se producen grandes aglomeraciones en hora punta, y quienes desempeñan su labor en los pisos más altos a menudo tienen que hacer trasbordo de ascensores. «Trabajar en lugares con una comunicación más sencilla resulta más agradable», señala Guallart.
Estas superestructuras tampoco tienen buen encaje en el tipo de ciudad que se promueve, con todos los servicios a 15 minutos del lugar de residencia. «La gente quiere ir en bicicleta al trabajo. Eso es un nuevo símbolo de estatus. Y luego está el teletrabajo, que ha dejado huella tras la pandemia y reduce la necesidad de espacio para oficinas», comenta el arquitecto catalán. A todo esto hay que añadir, lógicamente, el temor que algunos sienten a estar por encima de las nubes. En la retina quedan imágenes de incendios terroríficos o atentados como el que acabó con el World Trade Center de Nueva York.
Sin embargo, para Angela Nikolau e Ivan Beerkus el posible fin de la carrera por arañar el cielo un poco más arriba, o al menos su temporal suspensión, es una mala noticia. Porque esta pareja de rusos afincados en Nueva York se dedica a escalar rascacielos sin herramientas ni medidas de seguridad. Son lo que se conoce como 'rooftoppers' y el documental de Netflix 'Skywalkers' recoge, precisamente, la compleja operación que diseñaron para llegar a lo alto de la antena del Merdeka 118, un hito que otros habían intentado antes y que se saldó con penas de cárcel para ellos
Nicolau y Beerkus lo lograron y dejaron imágenes espectaculares que no se volverán a repetir. Porque desde el principio supieron que debían aprovechar los últimos compases del proceso de construcción, cuando ya se había alcanzado su punto más elevado pero aún no estaban operativas todas las medidas de seguridad, para evitar que les sucediese lo que hace unos días les pasó en Dubái: que los vieron en varias cámaras de seguridad y el equipo de seguridad los evacuó.
En el caso del Merdeka, dar esquinazo a los trabajadores supuso pasar más de un día escondidos en una esquina, sin apenas agua, a la espera del momento adecuado para acometer el último tramo de la escalada, que tenía que coincidir también con un momento de buena luz.
Sin duda, tener Kuala Lumpur a sus pies y poder realizar acrobacias que a más de un espectador le pueden dar vértigo bien mereció la pena el esfuerzo. Ahora, Nikolau y Beerkus tendrán que conformarse con conquistar cotas inferiores.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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