Existe un dicho popular en Internet que proclama: «cuando un servicio es gratuito, el producto eres tú». A pesar de su popularidad parece que no ... hemos sabido interiorizarlo al permitir que nuestra privacidad se comercialice a través de decenas de herramientas (Google, Facebook, Twitter, etc). En un par de décadas, hemos pasado del «ten cuidado con lo que subes a Internet» al «si no estás en las redes sociales, no existes». No en vano hemos sido educados para aceptar muchos servicios gratuitos sin entender que, al hacerlo, dejamos de ser «usuarios» (users) para convertirnos en «usados» (used).
Estos días hemos sabido que Facebook ha sufrido la fuga de 50 millones de perfiles a través de la empresa Cambridge Analytics con el objeto de crear una máquina avanzada de propaganda política. Lejos de ser la primera vez que ocurre algo así en Facebook, este tipo de recolecta masiva de información ha sido una práctica habitual en la plataforma, que se viene haciendo durante años, como advierte Sandy Parkilas, ex-responsable de vigilancia e identificación de violaciones de datos. La razón principal de que esto sea así es que, al contrario de lo que pensamos, no somos los particulares los verdaderos clientes de Facebook, sino que lo son compañías como Cambridge Analytics y otras similares.
Bajo esta lógica, el verdadero incentivo de la red social creada por Mark Zuckerberg es satisfacer a sus clientes y ofrecerles el mejor producto posible. Su negocio básico es la publicidad. Se trata de una especie de granja con 2.200 millones de personas cediendo sus datos, que son revendidos y/o analizados para después volver a mostrar publicidad a esas mismas personas.
¿Qué podemos hacer los particulares ante esta situación? En primer lugar, tomar conciencia de esa realidad. Una de las características del mundo actual, que algunos califican de líquido, es la incertidumbre. Y, ante la incertidumbre, siempre es recomendable la prudencia, la virtud que Cicerón definía como «la ciencia de las cosas que es necesario buscar y de aquellas de las que es necesario huir».
La ciencia moderna insiste especialmente en el principio de prevención o precaución, la necesidad de proceder con cautela ante los fenómenos cuyas consecuencias aún no se conocen en toda su dimensión. Y este principio debería tener un lugar importante en materia de protección de la intimidad y de la propia imagen ante los riesgos que conlleva Internet.
Por otra parte, aunque está muy generalizada la idea de que en esta vida casi nada es gratis, lo cierto es que tendemos a hacer una excepción en relación a la red. En este ámbito, solemos cerrar los ojos e imaginar que podemos obtener todo tipo de servicios de forma gratuita: sin pagar dinero y sin dar a cambio ninguna otra cosa valiosa. En resumen, no sólo no vemos el peligro, sino que ni siquiera queremos analizar la realidad con la misma prevención que utilizamos cuando alguien nos ofrece algo gratis en otros espacios.
Es evidente que todos los servicios de Internet que tienen cierta entidad y que no son de pago, necesitan financiarse. Y que muchos de ellos los ofrecen empresas con ánimo de lucro. ¿Cómo es posible que nos despreocupemos de cómo se financian los servicios que nos ofrece gratuitamente una empresa con ánimo de lucro?
La realidad es que muchos de estos servicios se financian mediante la venta a otras entidades de los datos que obtienen sobre los usuarios, datos que resultan muy apetecibles en el mercado global para las empresas publicitarias y, en general, para las que ofrecen servicios de pago. Y Facebook es uno de ellos. Aunque cerremos los ojos a la realidad, la realidad es tozuda.
Todas estas formas de actuar constituyen usos erróneos y nos ponen en peligro, seamos conscientes de ello o no:
–Comunicar nuestros datos y aportar nuestras imágenes sin conocer los protocolos que regulan su uso.
–Desentendernos de la vulnerabilidad de esos protocolos.
–Por último, no tener precaución alguna hacia los servicios que se nos ofrecen de forma gratuita a través de Internet.
Estos modos de proceder constituyen ‘modus operandi’ que ponen en serio riesgo nuestra intimidad y nuestra imagen y, a través de ellas, otros aspectos de nuestra vida que pueden verse afectados. Es más: creo que no es exagerado decir que, a día de hoy, se han alterado de tal forma las condiciones materiales que permitían el ejercicio del derecho a la intimidad y a la propia imagen que los propios derechos están quedando seriamente tocados. Y conviene no olvidar que el derecho a la intimidad, el derecho a poder excluir a las demás personas del conocimiento de nuestra vida privada, no es de naturaleza accesoria, sino fundamental para el desarrollo de la personalidad y para una sociedad libre. Una persona tiene el derecho a controlar cuándo y quién accede a diferentes aspectos de su vida particular. Y sólo una ciudadanía bien informada y consciente puede afrontar con garantías los riesgos mencionados.
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