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ANTONIO PANIAGUA
Sábado, 11 de agosto 2018, 15:29
Hace un año la tienda de la iglesia del Valle de los Caídos apenas vendía libros, postales y discos de canto gregoriano. Hoy también exhibe camisetas, tazas, cucharillas y bolsas con la silueta del faraónico mausoleo y su desmesurada cruz de granito. Al calor de ... la controversia sobre la exhumación de los cadáveres de Franco y de dos anarquistas fusilados, el templo bulle de turistas. El panteón franquista ha experimentado un crecimiento exponencial de las visitas desde que se anunció que el cuerpo del general iba a ser retirado del Valle de los Caídos. La venta de entradas ha crecido un 49,8%. De hecho, mientras en julio del año pasado se acercaron al lugar 25.532 personas, en el mismo mes de 2018 lo hicieron 38.269, según datos de Patrimonio Nacional. A las dos y media de la tarde del miércoles guardaban cola para entrar en el recinto una veintena de coches. Lo nunca visto.
Los despojos de Franco, aparte de controversia, atraen a curiosos. Dentro de la basílica, gobernada por los benedictinos, está prohibido hacer fotos. Dos mujeres vigilantes están apostadas ante la tumba del dictador. Están enfrascadas en la conversación y en un momento dado, de manera deliberada o no, se alejan de la sepultura. En esos escasos segundos los visitantes sacan raudos el móvil para retratar la lápida. Unos se hacen los despistados y otros piden al acompañante que les cubra del acecho de las vigilantes. Enseguida regresan las guardias jurado y todo vuelve a la calma. Sobre la tumba de Franco solo quedan ahora las miradas codiciosas de los turistas y un ramo de rosas y otras flores frescas que cada día se renuevan, una costumbre que debe de contar con la connivencia de los monjes. Nadie sabe quién es el autor de la ofrenda floral, un homenaje que también se repite en la sepultura de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange.
La basílica acoge los restos de al menos 33.847 personas de los dos bandos de la contienda, pero no hay ningún cartel -mucho menos una lista de muertos- que reivindique la memoria de los allí enterrados. La leyenda 'Caídos por Dios y por España. 1936-1939. RIP' es uno de los pocos recordatorios de que el templo es uno de los mayores osarios de la Guerra Civil. Lo hace con un lenguaje nacional-católico propio de la retórica de los vencedores.
María
Bastantes turistas visitan primero el Monasterio de El Escorial y luego recalan en el Valle de los Caídos, distante unos 14 kilómetros uno del otro por carretera. Es el caso de Vicente Pérez, quien ha llegado de Valencia para pasar unos días en Madrid. «A mí la polémica me da igual. Entiendo que haya gente a la que le moleste. Si tienen que quitar los restos, que los lleven a un sitio digno para los familiares. No se debería dejar que se deteriore, habría de conservarse como un recuerdo perenne de lo que pasó y no debería volver a ocurrir. Y que contente a todo el mundo. Esto es historia, no política. Sería una lástima que se perdiera», dice Pérez.
José María Clemente
El monumento se incrusta en un poblado bosque de pinos, rocas y arroyos que discurren por la sierra del Guadarrama. El conjunto es un tipo de arquitectura grandilocuente que «pretende desafiar al tiempo y al olvido», como reza el decreto fundacional de 1941 firmado por Franco. Con la exorbitante construcción se aspiraba a crear un «lugar de meditación y reposo en que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor».
Hoy el Valle está muy alejado del retiro espiritual, salvo para los frailes que pueblan la abadía. Con todo, hay personas que buscan en la iglesia el espacio para la meditación religiosa. María observa la basílica al margen de la política. «Para mí es un lugar de recogimiento y alabanza de Dios. Es un monumento a la muerte vinculada a la idea cristiana de la resurrección. No todo en la vida puede gustar a todos. El Valle de los Caídos tiene una esencia marcadamente humanista con relación a Dios y el espíritu. Se pueden hacer museos y memoriales en otras partes; y esto es lo que es».
En esta gigantesca loa de piedra a la Cruzada se confunden lo público y lo privado, lo laico y lo confesional. La abadía benedictina recibe 340.000 euros al año de los Presupuestos del Estado por administrar el complejo. El conjunto pertenece a Patrimonio Nacional, pero es una comunidad eclesiástica la que gestiona el monumento donde yace un jefe del Estado.
Pese a su titularidad pública, el Estado no descuella por el buen mantenimiento del monumento. En invierno, al entrar en la basílica -un enorme túnel excavado en la roca-, un penetrante el olor a humedad recibe al visitante. Las goteras deslucen y erosionan la iglesia ante la desidia de la Administración, que no sabe muy bien qué hacer con el Valle de los Caídos. En 2011, un grupo de expertos calculó que se necesitaban trece millones de euros para restaurarlo. Y no es fácil remozar una iglesia en cuya cúpula, sobre el altar mayor, hay un mosaico en el que se aprecian una bandera de la Falange y otra carlista. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha denunciado que hasta los platos y las servilletas de la hospedería llevan impresas el escudo de Franco.
«Cuanto antes se expropie a la Iglesia todos los beneficios y poder, mejor. Esto habría que rellenarlo con más historia de España, porque aquí vienen muchos turistas», dice Patricia Miñanes, que acude al lugar acompañada de su madre y su hijo. Patricia vive en Holanda desde hace 20 años, aunque está al tanto de la polémica sobre el traslado del cuerpo de Franco. «Ya es hora. Mi padre, que en paz descanse, siempre decía: '¡Que quiten ya a este hombre de ahí!'. Parece una visita obligatoria, pero creo que no tiene mucho misterio. Impresiona por la ubicación en la sierra, pero no la recomendaría».
Las obras para la construcción del Valle se iniciaron en 1941 y se acabaron 18 años después, en 1959. El coste se elevó a 1.086.460.331 pesetas, lo que traducido a euros supondría 248 millones. Todo allí tiene dimensiones ciclópeas. La reja de la entrada es enorme, las esculturas tienen las hechuras de colosos, la cruz de granito que corona el templo mide 130 metros, la Piedad que remata la portada es una mole. Esta escultura, como otras, se hizo con piedra de Calatorao (Zaragoza). Era dura y se presumía resistente, pero, cuando llega el frío, el hielo actúa como una cuña y provoca fisuras, de ahí que los desprendimientos sean constantes. Esa perennidad a la que aspiraba Franco se ha revelado un mito. «Si las juntas de los sillares no se sellan ni se les da un mantenimiento, las piezas se deterioran con el estrés térmico», argumenta el arquitecto Juan Ávalos, hijo del artista del mismo nombre que hizo las esculturas que rodean la base de la cruz.
Curiosamente, Ávalos no era afecto al régimen. De hecho, fue depurado por «colaborar con el enemigo». No en balde, era el titular de uno de los primeros carnés que las Juventudes Socialistas expidieron en Mérida, lo que no quita para que se definiera como un republicano de acendrado catolicismo. «Mi padre pertenecía a nueve academias, entre ellas la de Moscú. Los rusos venían todos los años a visitar el Valle de los Caídos porque es un monumento extraordinario. Voy a denunciar en una carta cómo se porta la Marca España con la obra de sus hijos», lamenta el descendiente del escultor.
Cruzada. El conjunto acoge los restos de al menos 33.847 personas de los dos bandos, según los datos de los monjes benedictinos que regentan la basílica. Unos 20.000 son republicanos y de unos 12.000 se desconoce su filiación. El objetivo del Valle, según el decreto fundacional, es «perpetuar la memoria de los que cayeron en nuestra gloriosa Cruzada».
20.000 hombres trabajaron en la construcción del conjunto monumental, muchos de ellos presos políticos. La cruz que preside el mausoleo es de granito y mide 130 metros de altura.
1,8 millones de euros cuesta cada año al Estado mantener el Valle de los Caídos, donde están enterrados en tumbas visibles y con lápida Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera. Visitar la construcción cuesta 9 euros, lo que proporciona a la Administración unos ingresos anuales de dos millones de euros. De ellos, el Estado destina 340.000 a la abadía de los benedictinos, que regentan la basílica.
Otras exhumaciones. En los últimos años una decena de familiares ha pedido la exhumación de sus allegados. La Justicia ha dado la razón a las familias de los hermanos Manuel y Antonio Ramiro Lapeña, anarquistas fusilados al comienzo de la Guerra Civil. La recuperación de los restos puede ser una labor ardua, ya que los columbarios han sufrido fracturas y los huesos están mezclados.
Una de las partes más desconocidas del Valle es el poblado; son unas viviendas apartadas donde viven treinta trabajadores de Patrimonio Nacional y dos agentes de la Guardia Civil. En apenas tres calles, hay unas hileras de casas con tejados de pizarra y aspecto descuidado. Apenas once de ellas están habitadas y las restantes empiezan a ser tomadas por la incuria. Es el caso de la escuela, que presenta una estampa destartalada. En ella se celebraba misa los domingos. Había además un economato, una cantina -ahora en estado ruinoso- y garajes.
«Es impresionante, sobre todo la parte excavada en la montaña», dice José María Clemente, que ha venido con su familia desde Murcia para contemplar la edificación. Sobre el exhumación de los restos del dictador, Clemente cree que «los políticos se deberían ocupar de otras cosas. Una parte muy importante de los españoles ni conocen a Franco ni saben lo que hizo. Soy partidario de que se inviertan los recursos en otras necesidades. Eso sí, si está deteriorado, que se destine lo necesario a su mantenimiento», asegura.
Con el desenterramiento de Franco ocurre un hecho paradójico. La familia se opone a su exhumación, pero en ningún momento estuvo en los planes del dictador recibir sepultura en la basílica del Valle. La idea se improvisó en unos días. Según Juan Ávalos, el presidente del Gobierno de entonces, Carlos Arias Navarro, no quería ni peregrinaciones a la tumba ni actos vandálicos, así que decidió que su cuerpo descansara en un lugar retirado y custodiado por las fuerzas de seguridad.
La monumentalidad del Valle de los Caídos esconde un trampantojo. Las descomunales esculturas que rodean la base de la cruz, obra de Juan de Ávalos, se caen a pedazos. Haría falta recubrir las fisuras de que adolecen las piezas, pero hasta ahora las restauraciones han sido parches para salir del paso. La Piedad ha sido remozada, y las tallas que representan a los evangelistas y las virtudes teologales necesitan un buen repaso. Cuando no se cae el dedo del pie de un evangelista –que por sus dimensiones colosales adquiere el tamaño de un sillar–, se desprende un trozo de tablilla de una virtud. El penoso estado del conjunto escultórico ha obligado a la clausura del funicular que permitía acceder a la cruz.
La basílica sufre desde su inicio numerosas filtraciones de agua, que se pueden apreciar a simple vista. Sin embargo, no está claro a quién corresponde ejecutar las obras de reparación, si a la Iglesia católica, por tratarse de un lugar de culto, o al Estado. Prueba de la dejadez en que está inmerso el monumento es que, hace dos años, apareció al lado de la carretera la cabeza de San Juan, de grandes proporciones. La talla era obra de Juan de Ávalos, que esculpió a un evangelista viejo y de barba poblada. Al dictador Francisco Franco no le gustó la pieza, ya que se imaginaba a un San Juan joven y vigoroso, tal como lo describe el Nuevo Testamento. Por eso ordenó crear otra escultura más acorde con sus gustos. La gigantesca pieza desechada fue a parar con el tiempo a una cuneta y, ante las denuncias de este periódico, Patrimonio Nacional la retiró y guardó en un garaje del poblado del Valle, donde residen los trabajadores del organismo.
Adecentar el monumento costaría diez millones de euros, a los que habría que sumar otros tres para restaurar las esculturas de Ávalos, según las estimaciones que en noviembre de 2011 publicó la comisión de expertos creada al efecto, que apostó por una «resignificación» del lugar.
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