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Sri Lanka se apagó el pasado 9 de febrero. Durante cinco horas el país asiático careció de suministro eléctrico. La isla sufre una grave crisis ... económica y el incidente bien pudo ser uno más dentro de sus problemas habituales de abastecimiento. Pero no, la causa era mucho más exótica y es que el fallo fue producido por un mono que se introdujo en una subestación eléctrica y provocó la avería. Nadie se explica aún cómo llegó el animal al sistema y, menos aún, por qué su travesura privó de energía a 22 millones de personas. En cualquier caso, el suceso ha servido para revelar un problema de enormes dimensiones. La antigua Ceylán alberga a más de dos millones de macacos, tan numerosos que ya frecuentan sin recato las zonas urbanas. No se trata de una singularidad local. La sobrepoblación de algunas especies salvajes constituye un reto global.
El fenómeno no resulta sencillo de abordar. «En realidad, no hablamos de uno solo, sino de dos y, además, de origen contrapuesto», apunta Ramón Pérez, responsable de programas de especies en la sección española de World Wildlife Fund (WWF). El hombre está, a su juicio, detrás de estos comportamientos. «En la isla se ha producido una grave alteración del equilibrio de los ecosistemas», advierte. Sri Lanka es el cuarto Estado del mundo según las dimensiones alcanzadas por su proceso de deforestación.
Muchas razones convergen en esa rapiña. La construcción de infraestructuras, la comercialización de la madera, la extensión de las plantaciones de café y la expansión incontrolada de las zonas urbanizadas, han propiciado la rápida pérdida de bosques primarios. Algunos animales perecen, otros huyen. Los tigres también se han acercado a las villas, pero su presencia rápidamente fue etiquetada como una amenaza. «No ocurre eso con los monos que, además, se pueden desplazar con facilidad y viven más años», indica, y señala que en su forzada migración han encontrado las ciudades. «Constituyen una nueva selva para ellos porque trepan, construyen sus nuevos hábitats en altura y encuentran fácilmente comida. Es algo similar a lo que sucede con las palomas».
No se trata de una mera anécdota. La destrucción supone toda una catástrofe en el Sudeste Asiático. El arco de la degradación es amplio y cubre desde Birmania a Indonesia abarcando grandes áreas de selva tropical. A principios de siglo, el pujante negocio de los biocombustibles aceleró la roturación de grandes superficies, nada menos que 5 millones de hectáreas en Borneo. Por si fuera poco, hace una década, los incendios provocados para despojar a sus tierras de la cobertura vegetal generaron un desastre medioambiental. «Aquí habitan los orangutanes, mucho más grandes y menos adaptables», aduce.
El drama no nos resulta lejano ni ajeno. «Nos beneficiamos de la destrucción en esos países», denuncia Theo Oberhuber, confundador de Ecologistas en Acción y responsable del Área de Conservación de la Naturaleza en dicha organización. «Importamos materias primas procedentes de esas zonas, lo que nos convierte en colaboradores», indica y menciona la existencia de una directiva de la Unión Europea que alude a la necesidad de preservar el medio ambiente en los territorios de extracción. «Nuestro continente recupera bosques y en el resto del planeta, en el Amazonas y el Sudeste Asiático, se sigue destruyendo», lamenta Pérez. «El destrozo mayor lo hicimos hace ya tiempo, ahora existe conciencia y se ha externalizado el problema».
Ahora bien, no somos inmunes al desastre. Los desequilibrios también afectan al Viejo Continente. La superpoblación de ungulados resulta alarmante. En el caso de los ciervos, se habla de más de 11,7 millones e incluye especies exóticas como el moteado o el sika procedente de Extremo Oriente. Su proliferación dificulta la renovación de la vegetación ya que devastan tanto árboles jóvenes como tallos tiernos. En Gran Bretaña se pretende fomentar la comercialización de su carne para incentivar la caza. Ante la opción de organizar cacerías masivas, algunos grupos ecologistas propugnan la introducción conjunta de lobos, osos y linces, para regular las poblaciones.
La visibilidad del jabalí, otro animal en franco crecimiento, ha concitado el interés mediático. Los daños en huertos y cultivos, sobre todo de maíz y cereales, los accidentes de tráfico vinculados a su presencia o la propagación de enfermedades, son algunas de las perniciosas consecuencias que se nombran al hablar de su propagación. La omnipresencia de la bestia resulta sorprendente y es que puede hallarse en las zonas rurales, pero también en las costas, recorriendo playas o adentrándose en los espacios urbanos. «Los humanos estamos detrás de ese desequilibrio», lamenta Oberhuber. «El cambio climático es un factor que favorece a unos y perjudica a otros. Hablamos de especies con envergadura, pero también ocurre con insectos y artrópodos».
Las temperaturas más benignas permiten mayores índices de supervivencia del cerdo salvaje, pero también el abandono de entornos rurales, el regreso del matorral, la mayor espesura de los bosques y, sobre todo, la amplitud de su dieta. Aunque hoy parezca increíble, hubo países como Francia donde se impulsó la cría para fines cinegéticos, incluso mediante la hibridación con los domésticos para impulsar su reproducción.
Las camadas salen adelante con tanta frecuencia por la abundancia de comida y refugio. «Crían más y los rayones no se mueren y son más robustos», explica el representante de WWF. Las medidas para contrarrestar este 'boom' no son sencillas. «La introducción de carnívoros no sólo serviría para reducir el número de ejemplares, sino que también se volverían más esquivos, se esconderían y no se atreverían a mostrarse en zonas de depredación», apunta.
El uso de batidas es más controvertido. «Ha sido el único recurso empleado y, a menudo, no convenientemente. Es preciso focalizarlas en lugares concretos, donde originan complicaciones», señala. «Si cazas en 10.000 hectáreas no controlas». El vaciamiento del campo coadyuva en esa dificultad. «Me decían en un pueblo que antes eran 5.000 y muchos cazaban, que ahora son 10 y de 70 años de media y que, cuando salen con la escopeta, el bicho les toma el pelo».
El conejo es otra de las especies en el punto de mira. «Pero no es completamente cierto, puede abundar en algunos sitios y escasear en otros», indica el portavoz de Ecologistas en Acción. La concentración parcelaria y el deterioro de su hábitat han acentuado la presión sobre el medio agrario. «Les gustan las tierras en mosaico, con zonas de refugio y otras en abierto, pero el bosque se ha cerrado», alega Ramón Pérez.
La sobrepoblación también supone un conflicto al otro lado del Atlántico. Tradicionalmente, los coyotes han vivido en pastizales, desiertos y montañas del este de Estados Unidos, pero la colonización humana les ha permitido iniciar una ambiciosa colonización. El paisaje en mosaico y la posibilidad de acceder a alimentos les ha impulsado a atravesar las Montañas Rocosas y llegar hasta el Central Park de Nueva York.
Los caballos y burros salvajes constituyen un problema en Norteamérica, principalmente por su concentración en las reservas naturales. Como ocurre con otras especies, las medidas de control proporcionan éxitos parciales. La estabulación sólo parchea el problema, no se ha llevado a cabo aún la esterilización a gran escala y la aplicación de anticonceptivos es compleja y cara y limitada en el tiempo.
Los equinos suponen otra pesadilla en Australia. La colonización de las tierras australes propició la aparición de una suerte de laboratorio para la agricultura y ganadería comerciales con resultados devastadores. Los recién llegados la consideraron una 'res nullius' o tierra de nadie donde cabía todo tipo de experimentos con especies traídas de otras latitudes que podían amoldarse a aquellos espacios grandes y variopintos, y generar grandes beneficios.
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El país ahora se enfrenta a fenómenos descomunales derivados de aquella estrategia. Entre otros, se introdujo el búfalo de agua, animal de tiro que también se ha asilvestrado en las llanuras aluviales del norte, y los caballos salvajes o 'brumbies' se hallan presentes en todas las regiones. Además de competir por el alimento con la fauna local, su excesivo número destruye la vegetación en ecosistemas frágiles como el del Parque Kosciuszko, en el sureste. Las controversias han surgido por la decisión de la Administración de abatir a miles de ellos mediante batidas desde helicópteros.
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