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Laura velasco
Granada
Lunes, 10 de octubre 2022, 19:48
Los médicos iban a desconectarla de la máquina que la mantenía con vida si en 24 horas no apreciaban mejoría. Verónica, a sus 21 años, estaba en estado vegetativo. Solo un milagro, como se dice en las películas, podía salvarla. Como última opción de apelar a su parte emocional, en la habitación entró su hermana gemela, Victoria. Y le habló al oído. «Verito, no me dejes sola, tienes que luchar. No me dejes aquí», le suplicó entre lágrimas. Contra todo pronóstico, se obró el milagro: Verónica apretó su mano. «Gracias a eso no me desconectaron», cuenta ahora, a sus 29 años, cuando recuerda aquella época en la que rozó la muerte. Aún le queda mucho camino por recorrer, pero en Granada ha encontrado la felicidad que había dado por perdida.
María Verónica Colmenares Castro, natural de Venezuela, estaba en su mejor momento cuando la vida se le paró en seco. Tanto su hermana como ella estudiaban Ingeniería Electrónica y Computación y pertenecían a la Selección Nacional de Esgrima de su país, cosechando grandes éxitos desde que eran unas niñas. En una ocasión, incluso, llegaron a enfrentarse. «Hicimos una competición perfecta y llegamos las dos a la final. Gané yo, pero daba igual, porque íbamos las dos. Dentro de la pista luchábamos por la medalla, pero fuera éramos hermanas«, relata.
Por ser atleta de alto rendimiento le realizaban continuamente exámenes médicos. Nunca apreciaron nada preocupante. Aquella mañana del año 2014, tras desayunar, empezó a sentir mareos y dolores en la cabeza y la mitad del cuerpo. Con ella estaba su madre, médica de profesión, que supo por los síntomas que se trataba de algo cerebral. «Se viene algo muy fuerte. Nos tenemos que preparar todos», dijo su madre. Y la llevó al hospital.
En efecto, era un ictus, seguido de un derrame cerebral que le causó un sangrado extremo. La causa: una malformación de la que nunca tuvo constancia. Había que operar urgentemente. «Me tuvieron que quitar la primera vértebra de la columna para poder drenar por ahí, porque salía mucha sangre, y también tengo una cicatriz en la cabeza de un catéter que me pusieron por el mismo motivo», apostilla.
Y llegó la oscuridad. Tres meses en coma profundo en los que la esperanza de vida disminuía cada día. Hasta que le apretó la mano a su hermana Victoria. Después de aquello, su gemela siguió hablándole al oído para estimularla. «Los doctores le decían: 'Dígale que mueva la pierna izquierda', y yo la movía, solo si lo decía ella. Yo no recuerdo nada de esto, todo me lo han contado», explica la venezolana.
Verónica salió del hospital en silla de ruedas, «despierta, pero no consciente». No sabía hablar ni caminar, era «como un bebé». De hecho, aprendió a gatear antes que a andar. Y no recordaba lo ocurrido. «Mi hermana me decía que cumplíamos 23 años y yo le decía que eran 22, porque no sabía cómo había pasado un año de mi vida sin darme cuenta», relata. También tuvo que aprender a hablar. «Confundía las palabras. Decía: 'pásame la ventana', en vez del celular. Si quería un vaso de agua, le pedía a mi papá una cuchara», cuenta Verónica. A sus 21 años sabía hablar inglés perfectamente, tras el ictus olvidó el 90%. Volver a atarse los cordones, por ejemplo, le llevó tres años.
Aún tiene falta de motricidad, no puede escribir bien, le cuesta mantener el equilibrio y ve doble. «No puedo salir sola a la calle, es peligroso por mi visión. Siempre me acompaña alguien de mi familia», detalla. Pero ella no se rinde. «Quiero ser más independiente», agrega. Y le encantaría volver a practicar esgrima cuando mejore su equilibrio.
Tras el ictus, la familia buscaba los mejores cuidados posibles para Verónica, pero en Venezuela la situación era complicada. «No podía hacer terapia bien porque cortaban continuamente la luz y el agua. Mi padre no podía echar gasolina, no conseguía un trabajo estable... Decidimos venir a España porque sabíamos que es un país que cuida de los discapacitados», cuenta la joven. Las gemelas y sus padres, Juan e Irma, hicieron las maletas hace casi tres años. Pasaron primero por Madrid y allí Cruz Roja les recomendó Granada para vivir. «Dios nos mandó para acá y estamos encantados. Es nuestro hogar», indica. En el Hospital Universitario Virgen de las Nieves la atienden de maravilla.
A la par de su recuperación, la joven ha seguido formándose. El último curso que ha realizado, de servicios administrativos e impartido en Aspace Granada, le ha valido para conseguir un empleo en la academia de inglés donde realizó las prácticas. «Estoy muy emocionada, todos los días aprendo algo nuevo. Tengo errores, pero me siento bien», dice Verónica. A la directora de Afterschool Academy le sobraban motivos para contratarla. «Cuando no puede hacer algo busca un plan B, es muy resolutiva y tiene ganas de superarse», afirma Caroline Levésque. Verónica lleva la web, redes sociales y todo lo que tiene que ver con el diseño. «He tenido a muchísimos chicos de prácticas y ni la mitad hacen eso», añade la directora del centro.
La joven venezolana no se rinde. Su sueño es poder correr y montar en bici. Sabe bien lo que es luchar. Primero, en la esgrima. Después, en el combate de su vida. «Lo gané», concluye orgullosa.
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