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Son las diez de la noche del martes 4 de marzo. Fuera de la T4 llueve y el termómetro marca 6 grados. Hace frío en ... Madrid. O al menos un frío desagradable para dormir a la intemperie. A esa misma hora dentro de la terminal, en un pasillo de la zona de tránsito y facturación, Fernando y Aurora, un matrimonio de 69 y 63 años, extienden un par de mantas sobre el suelo y desenrollan sus sacos de dormir. Es hora de ir preparándose para pasar una madrugada más –y ya son más de mil en su caso– bajo el techo del aeropuerto de Barajas. «Aquí se está caliente, hay baños públicos para asearte y tienes el metro para ir a Madrid. Hombre, preferiría tener mi propia habitación, pero con 500 euros de pensión no me lo puedo permitir», cuenta descarnadamente Fernando, cubano con nacionalidad española, mientras Aurora, su mujer rumana, asiente resignada.
La pareja lleva tres años aguardando a que les asignen un apartamento tutelado, y desde entonces duermen en las terminales de Barajas (ahora en la T4, pero han pasado por las otras tres), convertidas en el hogar improvisado «de entre 300 y 500 'sintecho'», según las cifras aportadas por Alternativa Sindical Aena/Enaire (ASAE), una central independiente (la mayoritaria de los 1.100 empleados de Aena en Barajas) que ha denunciado «el creciente problema del sinhogarismo» en el aeródromo madrileño, abriendo los informativos y la caja de los truenos al ofrecer una imagen tercermundista del primer aeropuerto de España y quinto de Europa.
Fernando y Aurora son dos de los 'sintecho' varados en la T4, donde junto al glamur de los viajeros con destino a París, Londres o Nueva York convive la cruda realidad de hombres y mujeres que no figuran en ninguna lista de pasajeros ni esperan la salida de ningún vuelo. Como David, de 52 años y natural de la vecina Guadalajara, al que un mal divorcio le dejó en la ruina y que desde hace un año vive en la T4 atado a una maleta en la que guarda sus escasas pertenencias y de la que no se separa «porque aquí ya me han robado dos móviles». O como Ángel, un madrileño de 56 años que aparenta 20 más y que culpa a la bebida de su «penosa» situación. «Era camarero, perdí el trabajo por el alcohol, dejé de pagar el alquiler, me desahuciaron y aquí estoy intentando no volver a beber, pero me cuesta», resume una vida que cabe en dos bolsas de plástico de Mercadona. En una sobresalen dos mantas raídas y en el fondo de la otra guarda un paquete de patatas fritas y un batido de chocolate que le acaban de ofrecer dos viajeros 'reales' y solidarios.
Entre la indiferencia de los miles de pasajeros que van y vienen por los pasillos de la T4, hay un puñado que se detiene ante un paisaje humano que podemos imaginar bajo un puente, pero que rompe con la imagen idílica de perfumes caros y 'duty free' de un aeropuerto internacional.
Medidas propuesta por el sindicato ASAE
Desalojo y cierre Propone el desalojo de los 'sintecho', cerrar los aeropuertos de noche y que sólo puedan acceder personas que vayan a viajar.
Seguridad Plantean un mayor despliegue de la Policía Nacional y de las UIP (Unidades de Intervención) así como el regreso de la Policía Municipal.
Atención social Que el Ayuntamiento de Madrid, AENA y la Delegación del Gobierno se sienten en una mesa y habiliten carpas y módulos prefabricados como ya se ha hecho en otras crisis sociales y de refugiados «donde estas personas puedan estar en condiciones dignas».
Aunque son gestos contados con los dedos de una mano, hay turistas que brindan su ayuda a gente como Ángel. O como Nelly, una peruana de 67 años, que se ayuda de una muleta por una artrosis de cadera, y que se echa a llorar cuando relata las circunstancias que le han empujado a vivir, desde hace ocho meses ya, en la principal terminal de Barajas. «Era interna y cuidaba de un anciano en Madrid, pero el señor se murió y me quedé sin trabajo. Lo que tenía ahorrado me lo gasté en el entierro de mi madre en Lima. Y ahora solo espero a que me reconozcan mi pensión de jubilación para poder salir de aquí. ¿Usted se cree que a mi edad quiero dormir de mala manera en un aeropuerto?».
Como muchos otros sintecho que pernoctan en la T4, Nelly se acerca cada día en el metro a la Casa de Baños de la glorieta de Embajadores para ducharse, y al comedor social de Cáritas para calentar el estómago. Luego regresa a su hogar-terminal, donde la cena depende de alguna ONG que de vez en cuando se pasa por la T4 o de algún viajero caritativo. Ella suele probar suerte con los del McDonald's. «Sé que está prohibido, pero yo me acerco a hablar con ellos, les cuento mi situación y algunos me entienden y me invitan a alguna comidita». La jornada termina para Nelly en un banco de aluminio cerca de los mostradores de facturación. Se recuesta, se hace un ovillo y sueña con su añorada pensión de jubilación.
En otro de esos asientos Liset, una nicaragüense de 42 años en silla de ruedas, busca una postura cómoda que le permita echar una cabezadita. Es su segunda noche en Barajas. «Estaba en un albergue municipal, pero allí hay muchas personas con problemas mentales, con adicciones, gente que grita de madrugada y se pelea... allí no se vive, se sobrevive y no me sentía nada segura. Una señora de Colombia me habló del aeropuerto, y entre dormir en la calle muriéndome de frío o en un albergue lleno de locos, estoy aquí mejor. Hay vigilancia y se está caliente», describe.
A no más de cien metros de Liset, sentada en otro de esos bancos de 'arquitectura hostil' diseñados para torturar a quien se tumbe, la venezolana Marta, de 67 años, da de comer a su hijo Luis Alberto, un joven autista de 36, por el que se vino a España en busca de atención especializada. «Llegué a Madrid hace un mes, pero me han peloteado de un lado a otro y no puedo más, he decidido regresar a Caracas». Su billete de vuelta es para el 17 de marzo, y hasta entonces madre e hijo se cobijan en el aeródromo. «Ponemos unos cartones en el suelo y luego nos echamos encima unas mantas. Es incómodo, pero en Venezuela no te creas que la cosa está mejor». A Luis Alberto los latinos que pernoctan en la T4 le han cogido cariño y le llevan alguna hamburguesa que el chaval agradece con aspavientos de alegría. Muchos son emigrantes con sus trabajos en Madrid, la mayoría en la construcción o «en lo que salga», y regresan al anochecer para dormir y ahorrarse los 200 o 300 euros que les piden por una habitación en Vallecas.
Entre los que han convertido Barajas en su casa hay perfiles tan distintos que convierten el problema en un asunto complejo de abordar. Aena, el gestor de la instalación aeroportuaria, y los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Madrid, a cargo de los 'sintecho', han mantenido esta semana reuniones para tratar de poner coto al 'sinhogarismo' en Barajas, un fenómeno que en el último año «ha crecido exponencialmente, produciendo un efecto llamada demoledor», denuncia Antonio Llarena, secretario general de ASAE, para quien el aeropuerto se ha convertido «en la mayor pensión gratuita de Europa».
En esa amalgama de gentes en riesgo de exclusión social o directamente excluidas del sistema, hay –como hemos visto– trabajadores, personas que se han divorciado y lo han perdido todo, o gente que por circunstancias de la vida o la mala fortuna se ha quedado en la ruina, sin casa y sin trabajo. «Pero estos no hacen daño, pasan desapercibidos, suelen estar de paso o tratan de salir de un bache. Son los que menos problemas dan», apunta Llarena, que pone el acento en los 'otros', en los indigentes con trastornos mentales y en los tipos conflictivos, por no decir agresivos, adictos al alcohol o a la heroína, que montan trifulcas por las noches, tienen atemorizados a los trabajadores, y generan problemas de seguridad, salubridad e higiene.
Para tratar de contener la situación, AENA ha reubicado a los 'sintecho' en dos alas de la T4, la norte, una zona «más tranquila», como la definen los vigilantes de seguridad, y la sur, «más parecida al Bronx», donde conviven (y no siempre pacíficamente) moradores 'normales' «con otros más peligrosos». Allí es donde el personal de limpieza se topa con «insultos y amenazas» cada vez que acude a hacer su trabajo a las cuatro y media de la madrugada. Esa es la hora a la que empiezan a adecentar las dos alas de la terminal. Lo hacen acompañados por guardas de seguridad, que se encargan de levantar a los indigentes y pedirles que se retiren para que las operarias desplieguen su arsenal de cubos, fregonas y desinfectante. Algunos desinflan sus colchonetas, las enrollan y las guardan en bolsas y mochilas, pero a los que han dormido sobre cartones se los tienen que quitar. «Ellos ven ese trozo de cartón como una pertenencia y si se lo quitas se violentan y descargan toda su furia y sus frustraciones contra nosotras, es una inseguridad tremenda», denuncia Fernanda Correia, empleada del servicio de limpieza de Barajas y sindicalista de USO. «Cuando les retiras los cartones, se sienten agredidos y te insultan y amenazan. La situación se repite cada día y ya es insostenible. Las compañeras del turno de noche trabajan con miedo, van acompañadas de los vigilantes, pero no todo el tiempo porque ellos se marchan cuando los indigentes se levantan, y nosotras queremos que estén allí hasta que terminemos».
Las limpiadoras se encuentran a menudo con orines y vomitonas que impregnan 'el Bronx' de mal olor, pero lo peor está en los baños. «Los utilizan para lavar la ropa y nos hemos topado con jeringuillas», cuenta Correia. Lo confirma el responsable de ASAE. «El personal vive entre el asco y el temor de ver cómo estas personas hacen sus necesidades donde más tarde ellos van a trabajar o se pinchan droga en los aseos».
Los agentes de seguridad consultados corroboran que este «desmadre» en los baños y en otras zonas de la T4 (se han encontrado gente durmiendo dentro de un ascensor y detrás de los mostradores de facturación) es difícil de controlar.
Esta realidad de «ciudad sin ley» es la que ha llevado a ASAE a elaborar un amplio dossier de 27 páginas donde detalla el problema (lo extiende a otros aeropuertos abiertos las 24 horas como El Prat, Gran Canaria, Palma, Tenerife sur o Málaga) y que ha servido de base para que varios grupos parlamentarios (Sumar y el Mixto en el Congreso y el PP y Plural en el Senado) hayan formulado preguntas sobre este asunto, que aún no han sido respondidas.
Lo cierto es que la situación en Barajas está elevando los decibelios del ruido político y mediático, sobre todo a raíz de que el Ayuntamiento de Madrid anunciara el jueves que AENA le había comunicado el «inminente» desalojo de las personas sin hogar así como un control en los accesos, extremos ambos desmentidos por la propia Aena. Y aunque las administraciones siguen sin ponerse de acuerdo, muchos de esos 'pasajeros' que llevan meses deambulando por los pasillos a la espera de un vuelo a ninguna parte empiezan a inquietarse ante la posibilidad de que, más pronto que tarde, les informen de que ese vuelo ya tiene hora de salida.
Gobierno y PP, o lo que es lo mismo AENA y Ayuntamiento de Madrid, han encontrado en los 'sintecho' de Barajas otro motivo para tirarse los trastos a la cabeza. Mientras el gestor aeroportuario insta al Consistorio y al ejecutivo regional a articular «una solución digna» para las personas sin hogar que habitan en las terminales, desde el gobierno municipal señalan que la situación presenta «una enorme complejidad que excede del 'sinhogarismo'» y que no todos los 'sintecho' aceptan la intervención social ya que se trata de un proceso lento por «la desconfianza» que presentan estas personas por su amplia trayectoria en la calle. El Ayuntamiento ha cifrado en unas 370 personas las que pernoctan en el aeropuerto, «la mayoría demandantes de asilo» (interior los reduce a 32) y solo ha registrado 71 como sin hogar, de las que se hacen cargo en su red de atención a personas sin hogar. Además, recuerda que las competencias de seguridad las tiene el Gobierno central. AENA insiste, por su parte, en que la asistencia social de los 'sin techo' corresponde al Ayuntamiento y que los aeropuertos no son infraestructuras diseñadas para habitar en ellos. Con todo, todas las administraciones involucradas admiten que están ante «un problema social» al que hay que buscar solución.
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