
Secciones
Servicios
Destacamos
Torrelavega, como cualquier otro asentamiento urbano, pasó, a lo largo de los siglos, por tres procesos que fueron conformando lo que actualmente comprendemos como ciudad: de lugar, a barrio; de barrio, a aldea; de aldea, a villa, y de villa, a ciudad. Nos vamos a limitar a describir cómo era la vida de nuestras gentes cuando se produce el tercer paso que significó la transformación de aldea a villa, cuando se perfila sutilmente, aunque todavía muy lejos del concepto de comunidad. Para ello, hay que recurrir a algunos de los tratados que con mayor pulcritud y rigor han ahondado en la historiografía local de los últimos tres siglos de la mano de Serafín Fernández Escalante, Aurelio García Cantalapiedra y Miguel Ángel Sánchez. Cada uno de ellos, con distintas formas e indagaciones, nos han trasmitido nuestro origen.
El primer estado urbano, seguramente, se remontaría al siglo XIII donde físicamente, lo que siete siglos después llegaría a ser Torrelavega, no era más que un lugar, un edificio aislado –la Torre de la Casa de Vega–. Ya en el siglo XIV, se conformaría como barrio, con el asentamiento de algún pequeño edificio ocupado por familias –ajenas a los señores de la Vega– que desarrollaban una actividad agrícola de subsistencia. Así transcurren los decenios hasta llegar a 1700, que es cuando los investigadores ya encuentran referencias a la comunidad como 'Villa de la Vega', aunque siendo aún una agrupación de humildes casucas que empiezan a crecer en torno a las imponentes piedras de la Casa del Infantando. Vivían tranquilos, con una sencilla producción agrícola y ganadera para autoconsumo, y ajenos a las guerras, que, como la de Sucesión –que trajo los Borbones a España– quedaron lejos de estos predios.
Fue en ese momento, cuando la que evolucionó como 'Torre la Vega', 'Torre de la Vega' y 'Torrelavega' comienza a pergeñarse en comunidad bajo el Señorío. Es fácil imaginar, pues, un territorio físicamente hosco pero que va tomando forma. «Una apacible aldea», como la imagina el historiador José Luis Casado Soto, donde se enfilan en hileras de casas unos barrios (nada que ver con el concepto actual) que toman el nombre según su situación: Tras la Torre, La Plaza, el Majuelo (hoy el Bulevar Demetrio Herrero), la Puebla, el Nogal, el Regato, la Calleja, los Corrales, el Hospital, la Seguía, la Quebrantada… Quizás esta relación pueda llevar la imaginación de un enclave grande y poblado. Nada más lejos de la realidad.
El Catastro de Ensenada, que es el documento que en 1749 aporta la primera información fiable de la poblaciones del Reino, nos cuenta que entonces, la que aún era aldea, tenía la mayoría de sus casas de una sola planta, y muy pocas con dos, las que pertenecían a la clase la clase más acomodada; vivían aislados del resto de los territorios por la falta de caminos. ¿De qué vivian nuestros ancestros? Pues de hortalizas, frutales –especialmente manzanos– de los que se extraía la sidra, mieses de trigo y algo de ganado. Hasta la proclamación de la Constitución de 1812 los territorios bajo el gobierno de los reyes estaban regidos por corregidores. Allí donde existía el realengo –los que dependían directamente del rey– era el propio monarca quien designaba al corregidor. No ocurría lo mismo en la Villa de la Vega, ya que aquí era el Duque del Infantado el que tenía potestad para su nombramiento, entre otras irrefutables prerrogativas.
Tenía poca importancia demográfica y económica pero sí administrativa. La amplia comarca dependía también del Duque del Infantado, formando el Mayordomado de la Vega, que comprendía los concejos de Barreda, Cohicillos, Ganzo, Dualez, Polanco, La Montaña, Viérnoles, Tanos, Lobio, Pando, Campuzano, Torres, y la propia Vega, a la que se añadían los de La Honor (Onor) de Miengo. No existía parroquia y la iglesia-capilla era de propiedad, como casi todo, del Duque del Infantado.
El primer hito importante para la villa llegó en 1748 cuando Felipe V ordenó la construcción de un nuevo camino de Castilla –entrando por La Quebrantada (actual Cuatro Caminos)– para conectar Santander con Reinosa, y desde allí a Alar del Rey. El también llamado Camino de las Harinas, desde 1753, traería profundos cambios a los habitantes de la villa, siendo punto de salida hacia su evolución social, geográfica y económica. Había que atender aquel 'trajín' que convertiría con el tiempo al concejo en un cruce de caminos. Se abrió en la que hoy es la Plaza Mayor, una casa-mesón para hospedaje. El trasiego de personas –después también desde Asturias a Bilbao– obligaría, además, a pertrecharles de suministros, comenzando así la villa a convertirse en un lugar de llegada y salida de mercancías, parada y fonda, lo que le concede el privilegio de disponer de un mercado semanal en 1767.
Resurge la construcción naval y afloran las ferrerías, entre las que destacó 'La Rucha' de Viérnoles –iniciada mucho antes por emigrantes vascos– o la alfarería, para proporcionar vasijas como contenedores. El Duque del Infantado no se iba a quedar atrás en tanta prosperidad y anticipa industrialmente el futuro estableciendo una fábrica de hilados y tejidos que levantó en en 1793 cerca de donde confluyen los ríos Saja y Besaya (actual La Lechera). Esto dio lugar a la formación de trabajadores tejedores que después se instalarían por su cuenta adelantando el comercio. Esta fábrica funcionó hasta la entrada del ejercito de Napoleón.
En 1811 las Cortes de Cádiz decretan la abolición de los señoríos, con lo que acaba el de La Vega. En 1834, ya erradicados los corregidores, Torrelavega se erige en cabeza de partido. La nueva Ley de Ayuntamientos facultó a los pueblos a agruparse libremente. Así, la municipalidad quedóo integrada por Barreda, Dualez, Campuzano, Sierrapando, la villa de Torrelavega, Lobio, La Montaña, Ganzo, Torres y Tanos. Viérnoles se constituyó como ayuntamiento independiente. La villa prospera y ya en 1840 se le reconoce como el segundo centro económico más importante de la provincia de Santander. Este avance llevó a que en 1842 se instituyese la feria de ganados en La Llama. El que había sido Mesón de la Villa, se constituye como primera sede del Ayuntamiento para un censo de unas 1.300 almas.
Fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando se produjo un empujón ya que en 1856 la Real Compañía Asturiana de Zinc comenzó a explotar la mina de Reocín después de que, por casualidad, Jules Hauzeur descubriera el gran filón.
En 1858, llegó a Torrelavega el primer tren procedente de Los Corrales de Buelna y solo dos años después la villa ya tenía 1.669 habitantes, 4.882 uniendo los pueblos que la conformaban.
Publicidad
Álvaro Machín | Santander
Guillermo Balbona | Santander
Sócrates Sánchez y Clara Privé (Diseño) | Santander
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.