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Los historiadores locales José Ortiz Sal y Eduardo Castillo Ortiz acaban de presentar su libro 'Cinco siglos en Las Caldas del Besaya, historia de un balneario'. La obra permite al lector repasar lo ocurrido en el recinto termal durante los últimos siglos, desde su construcción ... a la actualidad, los momentos más relevantes y también los más oscuros, las sombras y las luces, porque de todo ha habido en los últimos 500 años en Las Caldas del Besaya, uno de los enclaves turísticos más antiguos de Cantabria, perteneciente al municipio de Los Corrales de Buelna.
–¿Cómo surgió la idea de hacer este libro?
–El libro, del que ya teníamos un esbozo, ha sido posible gracias a que hemos podido acceder a una de las ayudas a la edición que concede la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria.
–¿El balneario de Las Caldas del Besaya tiene tanta historia como parece?
–Sí, en su origen tenía 40 o 50 manantiales en la ribera del Besaya, que brotaban a 38 o 39 grados. Ese fenómeno geológico fue algo excepcional para los habitantes de la zona desde los tiempos más primitivos, aunque los usos terapéuticos que se le dieron a esas aguas sólo están documentados desde el siglo XVII. Inicialmente, los vecinos iban a beber y a bañarse en unas piscinas comunales que utilizaban para tratarse de diversas dolencias, desde piedras en el riñón a artrosis.
–¿Cuándo se inició la etapa moderna?
–Cuando se privatizó. Antes era del concejo de Barros. Hace casi 200 años pasó a ser una propiedad privada por avatares que contamos en el libro y pasa a ser algo así como el Cabárceno del turismo actual durante el siglo XIX y buena parte del XX. A este balneario acudían cada temporada unas 2.000 o 3.000 personas, muchas de ellas de gran relieve social, muy conocidas en aquella época. El tren y el camino de Castilla de toda la vida pasaban justo al lado del balneario y eso favorecía mucho la llegada de la gente.
–¿Qué visitantes ilustres destacan en su obra?
–Ha habido muchos y en el libro destacamos 20 o 30 por ser más conocidos. Uno de ellos fue la reina Isabel II y se conserva una bañera que presuntamente utilizó. Pero hay muchos más: Posada Herrera, Menéndez Pelayo, Ildefonso Cerdá, Largo Caballero, Federico de la Vega, Ángel de los Ríos, Amós de Escalante, José María Pereda, José Estrañi, Ramón de Campoamor...
–¿Han logrado recabar muchos datos de esa época?
–Sí, hemos hecho un libro sencillo de leer, didáctico y con unas 200 fotografías. Entre las imágenes más destacadas están algunas de la Guerra Civil, desconocidas para mucha gente. Por ejemplo, en el golpe de Estado de 1936 el balneario fue incautado por los servicios de asistencia social y se convirtió en un hospital del ejército republicano. Antes de que llegaran las tropas de Franco por el valle del Besaya, en su huida destruyeron el puente y buena parte del balneario, entonces un símbolo de la clase acomodada.
–Y cinco siglos después la historia de Las Caldas del Besaya continúa.
–Así es, después de tanto tiempo y de haber atravesado en ocasiones etapas críticas, el balneario sigue abierto. En las últimas décadas vive un nuevo renacer, gracias especialmente a los programas de termalismo social, que facilita la llegada de unas 3.500 personas mayores al año. Se ha abierto una nueva etapa de optimismo para una villa termal que, como casi todas, pasó por momentos muy difíciles en las décadas de los 70 y 80 por los cambios de preferencias de los clientes hacia otros destinos y tratamientos.
–¿El balneario mantiene alguna relación con el monasterio de Las Caldas?
–En el libro contamos algunas anécdotas, tras encontrar legajos muy curiosos. Por ejemplo, en origen, en los siglos XVII y XVIII, el balneario era poco más que una piscina natural, pero en los primeros años del XIX se decide hacer unos baños más dignos, con habitaciones separadas. Uno de los promotores de ese proyecto fue el padre Yurami, un dominico que antes de venir al monasterio de Las Caldas fue procesado y encarcelado por 'solicitante', es decir, varias mujeres le denunciaron porque en el momento de la confesión las requería ciertos favores libidinosos. El libro tiene curiosidades de esas, es divertido.
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