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Una valla con candado es lo primero que separa al viandante de la planta baja del edificio municipal de la plaza Baldomero Iglesias. Detrás, una ... estructura sin uso desde 2020 espera su transformación. Será, si todo sale según los planes del Ayuntamiento de Torrelavega, el futuro museo del hojaldre, un espacio que promete rendir homenaje a uno de los emblemas gastronómicos de la ciudad. Pero antes, todavía queda camino por recorrer.
Municipal El inmueble de Baldomero Iglesias evidencia el desuso que sufre desde que fue desalojado por problemas estructurales
A la espera La reforma comenzará por la consolidación estructural del edificio, cuyas obras están previstas iniciarse esta primavera
El Diario Montañés ha sido testigo de la reapertura puntual de este espacio para una visita muy esperada: la de los arquitectos interesados en redactar el proyecto de rehabilitación interior. Desde su cierre, nadie ajeno al Consistorio había pisado el inmueble. Hasta ahora. Dos estudios respondieron a la llamada: Eterea (con sede en Sevilla) y Estudio GD (de Madrid).
El estado actual del edificio refleja sus cinco años de inactividad. En la planta baja, donde antiguamente se atendía el padrón, todavía se conservan las cristaleras originales de atención al público, separadas por una viga que, según informaron a las arquitectas, se mantendrá en la reforma. En este nivel, el deterioro es menor: aunque algunos listones del falso techo están levantados, dejando a la vista la estructura de vigas, la zona es la que mejor ha soportado el paso del tiempo. La última 'prueba de vida' en el edificio son los platos sucios del concurso de tortillas celebrado durante las fiestas patronales del año pasado, apilados y sin limpiar.
La visita continúa y, para acceder a la planta superior, hay que salir del edificio y entrar por otra puerta, un acceso provisional que desaparecerá con la reforma. Esa planta, que en su día acogió los servicios sociales, presenta un aspecto muy distinto. Las escaleras, de madera, chirrían al paso y están apuntaladas por una viga metálica. Aquí, la división original en despachos y salas de espera deja entrever lo que fue, pero también lo que podría llegar a ser. El suelo, el techo y las paredes evidencian instalaciones obsoletas, cables al aire y restos de mobiliario.
La visita también estuvo cargada de simbolismo: entre los carteles amarillentos con medidas anticovid y el polvo acumulado, se podía palpar el tiempo detenido. Pero esta realidad es solo el punto de partida. El proyecto de consolidación estructural del edificio, adjudicado a la empresa Tamisa por 434.390 euros y con un plazo de seis meses, transformará este espacio. Según el Ayuntamiento, las obras comenzarán esta primavera, aunque la partida presupuestaria aún está pendiente de cerrarse definitivamente.
Cuando arranquen los trabajos, lo primero será actuar sobre la fachada, mientras que el interior se vaciará por completo. La idea es dejar un espacio diáfano que permita libertad creativa a la empresa que se lleve finalmente la museografía -aun está pendiente la redacción de proyectos-. Lo que tampoco se conservará, a priori, será el ascensor actual, ya que serán los nuevos arquitectos quienes decidan su ubicación definitiva. Sobre la buhardilla superior, que antaño albergaba viviendas, aún no hay certezas. No formará parte del museo, pero el proyecto de reforma deberá incluir el acceso a ella. Aunque la zona no se visitó, se sabe que su uso aún está por definir.
A día de hoy, este edificio de Baldomero Iglesias es una cápsula del pasado reciente. Pero el plan no es solo restaurarlo, sino darle un nuevo propósito. El futuro museo del hojaldre no será únicamente un lugar expositivo. Desde el Ayuntamiento de Torrelavega se apunta a que se convertirá también en una pequeña escuela en torno a este dulce tradicional, con el objetivo de «formar a las nuevas generaciones de hojaldreros y mantener vivo un oficio muy ligado a la identidad de la ciudad».
De momento, la rehabilitación no ha comenzado y las incógnitas aún pesan más que las certezas. Pero si el proyecto avanza, pronto este edificio dejará atrás el polvo y el silencio para convertirse en un punto de encuentro con sabor a tradición. El contraste entre el abandono actual y el espacio que está por venir promete ser, cuando menos, visible. Solo queda esperar a que arranquen las obras y ver qué empresa acometerá el diseño interior. Entonces, comenzará a hornearse el que podría ser el museo más dulce de toda Cantabria.
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