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El Barrio Covadonga, de Torrelavega, pierde hoy a uno de sus emblemas. El Bar Jaime cierra después de más de seis décadas de vida compartida con los vecinos. Sus propietarios, los hermanos Evaristo y Jaime Fernández, se jubilan, lo mismo que la mujer del ... primero, Marisa Peñil, que clausura la pequeña tienda que tiene la familia en la parte posterior del bar, Autoservicio Angelines. Ellos crecieron a la par que el populoso barrio y sus gentes, de las que esta semana se han despedido entre recuerdos y no pocas lágrimas.
«17 de noviembre. Este día cerraremos tras una vida compartiendo con todos vosotros ratos buenos y menos buenos, pero aquí, día a día», señala el cartel que colocó Marisa en la puerta del bar y después publicó en las redes sociales. «Nos vamos con una mezcla de alegría y tristeza -añade el escrito-, pero ya es tiempo de comenzar una nueva etapa en nuestras vidas y solo podemos pedir salud». Y lanza un último mensaje: «Ha sido un placer disfrutar de tantas y tantas personas a lo largo de nuestra vida, las que están y las que ya no están. Gracias a todos y cada uno de los clientes y un recuerdo especial para nuestros padres, Jaime y Angelines, porque sin ellos nada de esto hubiese sido posible. Un abrazo y nos vemos por el barrio».
Todo empezó a principios de la década de los sesenta, cuando Jaime y Angelines, un joven matrimonio de Hornedo (Entrambasaguas), vieron un anuncio en El Diario Montañés y decidieron iniciar una nueva etapa. «Primero alquilaron lo que hoy es el bar Campeón -explica Evaristo-, que era el primer bar del barrio. Mi padre venía de ser agricultor y mi madre de ayudar a sus padres en una tienda mixta. Después, a los cinco años, en 1967, compraron a pocos metros lo que hoy es nuestro bar».
Sus hijos, Evaristo y Jaime, mellizos, llegaron al barrio con dos años, cuando apenas había edificios y las calles eran de barro. Fue una etapa dura a la vez que ilusionante: «Solo estaban los bloques de Amancio Ruiz Capillas y el nuestro, el que llamaban de las 24 viviendas. Compramos la segunda televisión del barrio y la gente se sentaba en cajas de Coca Cola o Kas para ver los toros, el fútbol y cuatro cosas más. Entrabas en los portales y las puertas estaban abiertas».
Lo mismo ocurría en el bar, donde Jaime y Angelines siempre se mostraban acogedores. «Mis suegros ayudaban a todo el mundo. Respondían cada vez que un vecino necesitaba algo», apunta Marisa entre lágrimas. También emocionados, Evaristo y Jaime recuerdan que aquel barrio, en el que «ni siquiera había escuela o una iglesia», fue saliendo adelante con mucho esfuerzo, lo mismo que el bar.
Con los primeros ahorros, sus padres realizaron una notable mejora del establecimiento, situado a pocos metros de la fuente luminosa del distrito, pero Jaime poco lo disfrutó. «Estaba muy ilusionado y muy orgulloso de sus hijos. Decía que tenía el mejor bar del mundo, pero falleció de cáncer al año siguiente», indica Marisa. Fue entonces, hace 39 años, cuando Evaristo y Jaime cogieron el testigo: «Eran otros tiempos. Se alternaba más. Venían cuadrillas de obreros y muchas lo hacían corriendo para coger sitio y jugar la partida. Aquí nos daban la una, las dos o las tres de la madrugada».
Su madre falleció hace dos años y se mantuvo «al pie del cañón» en su pequeña tienda, Autoservicio Angelines, hasta el final. «Mi suegra fue muy valiente», afirma Marisa, siempre dispuesta a atender a esos vecinos que «cuando menos lo esperas te piden una docena de huevos o una barra de pan». Lo mismo hacían su marido y su cuñado en el bar, en el que promovieron mil iniciativas, como equipos de fútbol o fútbol sala que se hicieron famosos en Torrelavega. El Bar Jaime siempre estuvo ahí, empujando, y mejoró en paralelo a su entorno. «El barrio tuvo mala fama por la droga en los años setenta y ochenta, como ocurrió en tantos sitios, pero ahora es la envidia de esta ciudad, sobre todo gracias a la Asociación de Vecinos, que es muy competente», concluye Evaristo.
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