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Ya han pasado 139 años desde que, siendo apenas una casa de acogida para enfermos y ciudadanos necesitados de ayuda en general, el Asilo de Torrelavega emprendió un viaje fundamental para entender la historia de la ciudad, la comarca y toda Cantabria. Pero esa trayectoria, ... ya elevada a lo más alto por la asistencia y el cuidado que proporciona a mayores, pequeños y personas de todas las edades con alguna discapacidad, es mucho más que eso. La Fundación Asilo San José es, además, una de las más grandes instituciones del entorno, conformando una especie de pequeña ciudad dentro –y fuera– de la propia capital del Besaya. Lo que en aquel año 1885 empezó siendo un humilde hogar para los vecinos enfermos y pobres, casi un siglo y medio después no sólo es uno de los centros sociales más destacados y equipados en el norte, sino un engranaje perfecto de cuidados compuesto por más de 1.600 personas. Algo más de un millar de estos son los propios usuarios, que se distribuyen en los diferentes espacios y centros de la Fundación; el resto, esas cerca de 600 personas, está integrado por la plantilla de trabajadores. Cuidadores, médicos, psicólogos, enfermeras, terapeutas, cocineros, personal de limpieza, docentes… Y todo, sin contar con las religiosas, que dan continuidad a la misión que, hace casi siglo y medio (1881), decidió emprender el párroco local y artífice de esta gran familia, Ceferino Calderón.
1.600 personas
más o menos dan vida a la Fundación: un millar de usuarios y 600 empleados.
20.000 metros cuadrados
ocupa la institución entre todos sus espacios ubicados en la ciudad.
9.000 euros o más
invierte el Asilo en carne todos los meses; entre 6.000 y 7.000 en pescado.
Los datos dan una idea de lo que ha crecido esa misión:la Fundación invierte entre 9.000 y 10.000 euros en carne cada mes; de 6.000 a 7.000 en pescado; y más de 2.000 en leche –unos 800 litros por semana–. Estos son los números de una gran mesa en la que se sientan unas 1.300 personas a diario, entre residentes y parte de los empleados. «La comida es excelente», dice Mari Paz Martín (91 años) durante una visita de la hermana a cargo de la tercera edad, Epifanía Sarrasín, a su habitación como residente.
La ciudad de 20.000 metros cuadrados divide su vida en tres ramas: la de infancia, con unos 150 usuarios en el Centro de Educación Infantil; la de personas con discapacidad, con otras 560 entre el Centro de Educación Especial Fernando Arce, el Centro Ocupacional, el Centro de Día, la Residencia de Atención Básica, el Centro Teodosio Herrera y el Centro Especial de Empleo Seryman; y la de mayores, con unos 500 vecinos en la Residencia, el Centro de Día y en otros cuatro edificios ubicados en Sierrallana, Sarón, Anero y Arnuero.
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Visitar las instalaciones es verlos a prácticamente todos:desde la propia Mari Paz, encantada con el «hogar» que hace tres años encontró en la Residencia;Palmira Rivero, de 78 años, 63 de ellos haciendo de la Fundación su «familia»;hasta María Fernández (30), que fue alumna y ahora ayuda con la limpieza: «Estoy muy feliz aquí». Se puede entrar en ese hogar sin conocer a nadie y salir de él con mil historias y personas en la cabeza. Sara, Daniel, Borja, Alberto, Paula, Josefa, Emilia, Consuelo... Todos saludan y sonríen con simpatía en cada pasillo.
Y siempre se les ve bien acompañados. Por 'Epi', caso de muchos ancianos en el Asilo, pero también por compañeros de aula y todo tipo de profesionales: desde cocineras como María del Rosario Ramón;cuidadoras como Rosa Ruiz;profesoras como Marta Abascal; hasta la gobernanta del servicio de alojamiento en el Centro de Educación Especial, María del Mar Casanueva;o la directora del Centro de Día en el Fernando Arce, Bea Moro.
Gracias a todos, esta familia se traduce en un servicio de «calidad y calidez», como fijan el director del Fernando Arce, Francisco Linares, y la presidenta de la Fundación, Mercedes Izárraga: «Hacemos proyectos de vida; apostamos por las personas».
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