Secciones
Servicios
Destacamos
Torrelavega ha sido tradicionalmente una ciudad vinculada a la industria y el comercio. Esas dos áreas fueron las que ayudaron a alcanzar su mayor desarrollo y esplendor económico en el siglo XIX. Corría el año 1895 y fue entonces cuando la regente, María Cristina, le concedió el título de ciudad. Pero fue mucho antes cuando se tiene conocimiento de los orígenes de este lugar como asentamiento. Es lo que se conoce, en tiempos del medievo como Lugar de la Vega, Aldea de la Vega, La Vega o Corral de la Vega, según la escasa documentación que da testigo de aquella época. Correspondería a los siglos XIII y XIV y a lo que se conoce como la fundación del solar de la Vega cuando lo que es hoy día Torrelavega no era mas que una mies, una especie de meseta en mitad de la nada.
El licenciado en Geografía e Historia y autor de varios libros sobre el origen y la historia de Torrelavega, José Ortiz Sal, destaca que la mayor parte de los documentos manuscritos que informan sobre la historia de la ciudad en la Edad Media se conservan en archivos del Estado, como el Archivo Histórico Nacional o la Real Academia de la Historia. «Los historiadores también han utilizado antiguas fuentes impresas que dan noticia de los principales protagonistas de la fundación del solar de la Vega y de algunos hechos relevantes de su biografía, que en la mayor parte de las ocasiones son ajenos a la realidad económica y social del antiguo poblado de Torrelavega», apunta.
Los únicos símbolos que quedan del pasado medieval de Torrelavega son el escudo del Ave
María y la imagen de la Virgen Grande. Las antiguas grandes casas fueron vendidas a Ignacio Saro, quien aprovechó probablemente parte de los materiales para construir en 1870 la gran torre de cinco pisos en piedra de sillería que aún se conserva en el llamado Pasaje de Saro. Más tarde, la antigua iglesia parroquial llamada de Santa María de la Vega y Nuestra Señora de la Consolación, fue derribada por mandato del Frente Popular en el año 1936.
Los recuerdos arquitectónicos del pasado medieval desaparecieron pero cuando los torrelaveguenses comenzaron a proyectar una imagen de identidad común, en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX, recurrieron a dos de los vestigios más antiguos y representativos de la
antigua villa: el escudo de los Garcilasos y la imagen de la Virgen Grande. En cuanto a la imagen de la Virgen Grande, esta talla era la antigua que veneraban los torrelaveguenses en la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación que fue derribada en 1936.
El historiador recuerda que sus gentes residían habitualmente lejos de la villa y sólo de vez en cuando visitaban la localidad, dejando la gestión cotidiana del señorío en manos de distintos empleados designados para la defensa de sus intereses. «La identificación primaria de esas fuentes y la explicación de su contenido nos es conocida gracias a los trabajos de investigación de historiadores como Mateo Escagedo Salmón, Rogelio Pérez Bustamante y Javier Ortiz Real», agrega. En cuanto a la denominación, señala que el nombre medieval es 'La Vega'. La elección de este nombre, según Ortiz Sal, se corresponde con la imagen del lugar. «La Vega es un topónimo oronímico, es decir, un nombre de lugar que responde a la orografía del terreno. El terreno bajo comprendido entre los ríos Saja-Besaya y los pueblos del entorno era y es una vega; de ahí el nombre propio de La Vega para denominar ese territorio en la Edad Media», comenta. Para el historiador el topónimo Mies de Vega hace referencia a una particularidad del terreno, «un lugar extenso y llano especialmente dedicado a cultivos y prados segaderos que ocupaba una gran parte de la superficie de la villa».
Sobre la época destaca que en el corral de la Vega, en los alrededores de las grandes casas de los Señores de la Vega, vivían de media entre 20 y 50 vecinos o cabezas de familia en el periodo comprendido entre los siglos XIV y XVI. La cantidad de población de este pequeño núcleo era muy parecida a la que tenían otros pueblos del llamado Mayordomado de la Vega, que se corresponde aproximadamente con las actuales localidades integradas en los municipios de Torrelavega, Polanco y Miengo. Lo único que distinguía a La Vega de otros pueblos cualquiera de esa jurisdicción era que en su suelo estaban las grandes casas, la sede de la Administración Pública señorial de la época. «Desde esos palacios se gestionaba la recaudación de impuestos, el gobierno y el cumplimiento de las leyes de esa jurisdicción. Aquí eran juzgados los vasallos del Mayordomado que quebrantaban la ley y aquí estaba la cárcel para cumplir las penas. Los funcionarios encargados de esta administración señorial, incluidos los curas de la parroquia, eran designados o contaban con la aprobación de los señores de la Vega», apunta.
Según Ortiz Sal, el vecindario tenía una economía de subsistencia basada en el aprovechamiento de los recursos naturales más inmediatos. Cultivaban algo de cereal para hacer el pan, tenían pequeñas parcelas con hortalizas y árboles frutales y prados para el ganado menudo. El ganado vacuno, cuando no subía los puertos de Campoo, pastaba también durante buena parte del año en La Viesca, en Santa Marina y en La Llama.
Además de la agricultura y la ganadería, el historiador local subraya que tenían una importante fuente de recursos en los productos del monte. Las ordenanzas de la villa de los siglos XVI y XVII redactadas específicamente para la gestión de este importante recurso dan testimonio de unas antiquísimas tradiciones. Estas ordenanzas vigilaban estrechamente los aprovechamientos del monte Cado, una importante masa forestal que disfrutaban en común acuerdo los concejos de La Vega, Lobio, Sierrapando y Campuzano al menos desde el siglo XVI.
En 1895 le fue concedido a Torrelavega el título oficial de Ciudad, pero Ortiz Sal afirma que se desconoce en qué momento exacto es considerada como Villa y tampoco hay una fecha fija para datar su fundación en la Edad Media. Las fuentes históricas no permiten saber quién puso la primera piedra del solar de la Vega ni sobre el lugar exacto del primitivo poblado. «Asumimos que fueron los fundadores del linaje de los Garcilaso quienes colocaron el nombre de La Vega en el mapa político de la época con sus gestas y construyendo una torre o casa fuerte donde hoy está la iglesia de la Virgen Grande. Pero también es preciso tener en cuenta una tradición recogida en algunas crónicas de los siglos XVIII y XIX, según la cual el origen de Torrelavega estaba el monte de la Hilera o Aguilera y la 'selba' de Santa Marina, por donde quedaba la ermita dedicada a San Bartolomé, donde había estado la primitiva parroquia antes de ser traslada a la capilla de la Casa de la Vega junto al Sorravides», relata. Asimismo, Ortiz Sal hace referencia al también historiador de Viérnoles, Gregorio Lasaga Larreta, que apuntó esta nota en el año 1896 en uno de sus libros. «Es tradición, y aún la he visto en los papeles de la casa como nota adicional que en el sitio o monte de la Hilera o Aguilera, que viene a estar en el intermedio del barrio de San Bartolomé y el ferrocarril de Alar a Santander, ocupado hoy por caseríos, existió una torre o casa fuerte con su capilla de Santa Marina, y que de allí procede la casa que se fundó más tarde la villa».
En cuanto al nombre, explica que fue imponiéndose paulatinamente en la segunda mitad del siglo XVII para distinguir esta villa de otros lugares con la misma denominación de La Vega. La Vega era un nombre muy común y la existencia de una gran torre señorial en este lugar propició la evidente fusión de Torre-La Vega. «Los curas que bautizan, casaban y enterraban a los vecinos de la villa en la primera mitad del siglo XVII inscribían los hechos en la Villa de la Vega. Sin embargo, en la segunda mitad de 1600 son cada vez más frecuentes las referencias a la Villa de Torrelavega cuando anotan esos mismos acontecimientos. A lo largo de 1700 el nuevo nombre de Torrelavega va ganando terreno hasta convertirse en el único y oficial», sostiene Ortiz Sal. Por su parte, los Garcilasos, en sentido extenso, fueron los fundadores del solar de la Vega, es decir los que construyeron las 'grandes casas' señoriales junto a la actual plaza de Baldomero Iglesias. Utilizamos este nombre genérico porque hubo tres de ellos, abuelo, padre e hijo, que llevaron sucesivamente el nombre de Garci Lasso en la primera mitad del siglo XIV. Por eso a veces los identificamos como Garcilaso I, Garcilaso II y Garcilaso III. Sin embargo, antes de estos tres relevantes personajes se han localizado otros cuatro ancestros de esta familia de quienes hay escasas y confusas noticias, lo cual nos podría llevar a situar el origen del antiguo solar de la Vega en la persona de Diego Gómez, titulado señor de la Vega en algún documento de los primeros años del siglo XIII.
Leonor de la Vega (ca. 1364-1432), hija de Garcilaso III y de Mencía de Cisneros, es un claro ejemplo de aquellas mujeres medievales de alta alcurnia que defendieron y aumentaron con inteligencia política y coraje los derechos y bienes de su señorío con el fin de legar la mayor parte de los mismos a su hijo Íñigo López de Mendoza, señor de la Vega y primer marqués de Santillana.
Nacida y educada en Carrión de los Condes, fue dueña de torres, palacios, castillos, ferrerías, molinos, titular de derechos de varios puertos, entre ellos el de Suances, de la sal de Cabezón, de la pesca de salmones, en definitiva, de los principales recursos económicos de la época en un territorio que se extendía por buena parte del centro y occidente de Cantabria, Campoo y Liébana.
Contrajo matrimonio cuando tenía solo 16 años con Juan Téllez, señor de Aguilar, Castañeda, Liébana, Pernía, Campoo de Suso y otras posesiones en las Asturias de Santillana, y un año después de enviudar, en 1387, casó en segundas nupcias con Diego Hurtado de Mendoza, viudo de María de Castilla.
Estos Garcilasos fueron acumulando poder en los siglos XIII y XIV gracias a las concesiones de los reyes de Castilla, a la política de buenos casamientos y relaciones señoriales, y a la acertada gestión de sus derechos y posesiones. Ganaron favores y altos cargos en la Administración de la Corona por su participación en batallas de la Reconquista y, sobre todo, por ponerse al lado de otros señores, de los reyes o de los pretendientes al trono en las luchas de banderías que impregnaron la historia medieval española, aunque también perdieron la vida por las mismas ambiciones. Los Garcilasos murieron violentamente en estas guerras fratricidas. Garcilaso I, 'el viejo', murió en el año 1326 en el monasterio de San Fructuoso de Soria, asesinado dentro de la iglesia junto a los caballeros y escuderos que lo acompañaban. Su hijo, Garcilaso II, llamado 'el joven', fue ejecutado en Burgos, en 1351, por orden del rey Pedro I con un castigo ejemplar: primero fue golpeado y herido hasta que murió, luego dejaron el cuerpo en la calle para que lo pisotearan unos toros y finalmente mandaron ponerlo en un ataúd sobre el muro de la ciudad durante largos días.
Garcilaso III, su hijo, murió poco más tarde, en 1367, en la batalla de Nájera, peleando en las filas de Enrique de Trastamara por la Corona de Castilla contra su hermanastro Pedro I, el mismo que había ordenado la muerte de su padre, Garcilaso II, en Burgos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Rafa Torre Poo, Clara Privé | Santander, David Vázquez Mata | Santander, Marc González Sala, Rafa Torre Poo, Clara Privé, David Vázquez Mata y Marc González Sala
Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.