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No corren buenos tiempos para la credibilidad. La redes sociales, la utilización torticera de verdades inventadas y anónimas –cortadas con el patrón de intereses espurios– ... está dejando al descubierto la debilidad de la palabra, la incertidumbre ante las promesas, en definitiva, la volición de engañar cuando se disfraza de mil maneras, consiguiendo algo hasta hace bien poco impensable: que la verdad comience a dejar de ser importante.
Hace dos años, en 2016, el Pleno municipal aprobó una ampulosa moción para fomentar la laicidad. Fue presentada por el PSOE, secundada por ACPT-Torrelavega Puede, con las abstenciones de Torrelavega Sí y PRC, y la oposición del PP. Al margen de la idea que cada uno tenga sobre la necesidad de conducir esta ciudad al terreno neutral en cuestión religiosa, el trasfondo de esta decisión –en absoluto baladí– ha llevado al incumplimiento de una promesa, burlando un asunto que se sabe resbaladizo. Con esa iniciativa se quería hacer llegar a los ciudadanos la intención de agrandar el artículo 16.3 de la Constitución que ya establece el principio de la aconfesionalidad del Estado.
La moción, aprobada por la mayoría de los concejales, insta a los poderes públicos a que se mantengan al margen de cualquier participación institucional en manifestaciones religiosas, algo que obviamente no cumple casi ninguno de quienes secundaron la propuesta por asentimiento o por abstención, ocupando cuando procede los sitiales reservados en las ceremonias.
Todo es, al final, una cuestión de postureo, neologismo con el que expresar formas de comportamiento y pose, más por imagen o por apariencia que por una verdadera motivación. En definitiva, disonancia cognitiva, definición psicológica para cuando las ideas se contradicen con las conductas produciendo una merma de la credibilidad.
La empresa alemana GfK Verein, especializada en la investigación de mercados, realiza cada dos años un notable informe sobre la garantía que a los ciudadanos les otorgan 37 tipos de profesionales. Para ello, muestrean 30.000 personas de 27 países de la Unión Europea y de los más potentes del continente americano, tratando de saber el nivel de credibilidad que les merecen determinadas profesiones, especialmente las más cercanas al individuo. El último trabajo es de 2016 y concluye que en España, las postreras posiciones en el rango de credibilidad ciudadana las ocupan los políticos (6%), los banqueros (19%), los alcaldes (21%) y el clero (22%).
Por el contrario, quienes no necesitan de la promesa en su oficio, obtienen la nota más alta de la sociedad: los bomberos son los que mayor confianza les merece a los españoles (un 97%), seguidos por el personal de enfermería (93%) y con el 92% agricultores, farmacéuticos y profesionales de emergencias sanitarias.
Parece quedar en evidencia, pues, que los ciudadanos han dejado de confiar en la palabra de los políticos, de los banqueros y de los curas, hasta el punto de que ni siquiera les censuran, simplemente se limitan a no creerles, al tiempo que van aprendiendo que el postureo ha ido desterrando la verdad y que si la gente no cree al mensajero, mucho menos va a creerse su mensaje.
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Ana del Castillo
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