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Ya es invisible. Casi nadie le ve. Se ha mimetizado con el paisaje urbano. Casi, es poco más que un banco, parte del cemento bajo ... una cubierta de plástico. Desde hace un año –o más– la imagen se ha ido degradando, perdiendo color, como las viejas fotografías, hasta quedar en un trazo. Un hombre duerme sobre un banco en la Plaza de La Llama desde hace mucho tiempo. Comenzó, como suele ocurrir, acurrucándose una noche, hasta hacer de ese banco, de la calle, su «vivienda». Ha ampliado el catre recreciendo la bancada en la que ha apilado mantas, sábanas y un edredón. Por la mañana, el hombre, entrado en años, se levanta –no muy tarde– para lavotearse en una fuente cercana. Deja cuidadosamente apañada la yacija y se esfuma hasta la noche. Al principio, con pena; con el tiempo, con extrañeza; ahora con indiferencia, los vecinos ya ni se preguntan qué hace ese hombre ahí, por qué nadie lo socorre, qué argumentos hay para permitir la innoble acampada. Ninguna respuesta, a pesar de que la normativa municipal lo prohibe. Es más fácil mirar para otro lado. Los pasiegos dicen que de lo que no se habla, no existe. Y así, con disimulo, se le va enraizando en el asfalto, hasta hacerle invisible. Este hombre no es un mendigo. Es vecino de Torrelavega. No sé que jugarreta le habrá hecho la vida o que pifias habrá protagonizado, pero no es una sombra. Existe, está ahí, aunque se pase de largo. «A veces, el silencio es la peor mentira», replicó Unamuno a los falangistas que pedían la muerte de la inteligencia.
Hay muchas formas de crear y apoyar la injusticia, pero entre ellas, la más cínica, la más cobarde, posiblemente la más dañina, sea la del silencio. Si es cierto que ningún ser humano, debería estar condenado a vivir sin un techo acogedor, también lo es que nadie debe verse obligado a convivir con problemas que la Administración o la Justicia no son capaces de resolver. La imagen de este hombre, independientemente de que sea culpable o víctima de su mala suerte, es la expresión de un fracaso humano de pero también evidencia de la incapacidad y la irresponsabilidad de quienes, teniendo medios y autoridad, no lo evitan.
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Ana del Castillo
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