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Un espectro recorre el Besaya. El espectro de una enfermera. Todas las videntes de la vieja Torrelavega se ha unido en santa alianza para acorralar a la enfermera, o monja, o lo que quiera que sea: el personal y los médiums, los de Juan XXIII y los de Julián Urbina.
Ha llegado el momento de que el espectro exponga al mundo sus intenciones y tendencias; que oponga a su leyenda de fantasma una declaración de principios. O eso debe creer, porque con ese objeto de comunicarse con el mundo ha empezado a manifestarse de diversas maneras. Encendiendo luces, abriendo puertas, dando golpes. La historia del Centro de Refugiados de Cruz Roja hasta nuestros días ha sido sino la de historia de sus diferente usos hasta que terminó como centro de acogida.
Gente latina y africana, mujeres y hombres, menores y adultos han pasado por sus dependencias durante décadas, hasta que el final se decidió cerrar el servicio; abandonar el viejo edificio y trasladar las funciones de acogida a unas instalaciones mejor equipadas.
Fue entonces cuando comenzaron a ocurrir cosas raras. El centro está cerrado al público y ya no cuenta con internos, pero el personal sanitario y de Cruz Roja¡, que sí que sigue trabajando allí, se ha encontrado con el espectro o al menos ha sido testigo involuntario de su presencia. De un tiempo a esta parte las ventanas de una planta cerrada se abren y se cierran sin que nadie pase por allí, se encienden luces e incluso se escuchan golpes o ruidos. Ver, lo que se dice ver, el personal no ha visto nada (o no quiere confesarlo), pero hay quien ha dejado claro que no tiene ninguna intención de pasar por esa planta.
Cuando poco antes de cerrarse el centro un interno juraba que se había encontrado con el fantasma debió temer que le tomaran por loco, pero al romper la espiral del silencio descubrió que no había sido el único. En los últimos años una mujer vestida con una cofia, al estilo de las enfermeras o de las monjas de principios del siglo XX, que para todos los gustos hay versión, ronda por las habitaciones e incluso se decidió a dirigirse a un usuario cuando el antiguo hospital estaba a punto de cerrar. «¿Es verdad que os váis?», le preguntó. «¿A dónde? ¿Y por qué?». La buena de la aparecida andaba taciturna; preocupada. No es que la fueran a dejar sola; es que ya se imagina el desahucio si en algún momento a alguien le da por demoler el edificio.
Una médium que ya había tenido hace años –o eso dijo– noticias del fantasma ha visitado la planta. Y ha avisado: cuando los espíritus comienzan a hacer esas cosas es que andan inquietos; que se quieren comunicar. No conseguirlo les puede resultar bastante frustrante. Tanto como para volverles más molestos y, si no peligrosos, al menos, desagradables.
Enclavado entre las calles Juan XXIII y Julián Urbina, en plena Inmobiliaria, el edificio sirvió como hospital gestionado por Cruz Roja hasta la entrada en servicio del de Sierrallana, momento en el que se reestructuraron las instalaciones para convertirlo en centro de acogida con el cambio de siglo. Su historia parece concordar –aunque después venemos que no– con la de una presencia vestida como una sanitaria o monja de época que por algún motivo –tal vez ahora quiera aclararlo– se quedara a vivir en la planta del hospital para toda la eternidad.
Las primeras instalaciones de Cruz Roja en Torrelavega fueron su casa de socorro y dispensario, inaugurada en 1925 y ampliada diez años después. Pero la historia del hospital de La Inmobiliaria es más reciente. Se inauguró en 1974 con el nombre de María Jesús Ruiz Capillas del Castillo, antigua presidenta de la Cruz Roja, para dar cobertura a toda una comarca que necesitaba un centro de referencia. Cumplió pronto ese cometido e incluso tuvo que duplicar su capacidad (de 56 a 110 camas) en 1986 tras quedarse como único centro hospitalario en la zona hasta la inauguración en 1994 de Sierrallana.
Precisamente la entrada en servicio del nuevo hospital fue la que propició la reconversión de su antecesor en el centro de acogida que ha sido durante aproximadamente dos décadas, hasta que cerraron unas instalaciones que ya solo acogen a los propios trabajadores y sanitarios de la ONG, pero no ya usuarios de ningún tipo.
Así que otro misterio, por si su propia presencia no lo fuera suficiente, es por qué la enfermera viste así. Tal vez sea muy aficionada a lo vintage, se trasladara desde la vieja casa de socorro o sea todo fruto de la sugestión, pero aquí es donde el relato hace aguas: hace cien años aquello no era un hospital. Tal vez alguien debería avisar a al espectro; no sea que ande despistado.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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