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El primer libro que me impusieron como lectura nada más aterrizar en la Universidad, en 1974, fue uno titulado 'El derecho a la pereza', de ... Paul Lafargue. Pensé que se trataba de una novatada porque entonces había muy pocos derechos y si alguno colaba, no era precisamente el de no hacer nada.
Sin embargo, con aquel ensayo descubrí que el autor, desde su concepción extremada y únicamente marxista, defendía el ocio como antítesis del capitalismo proponiendo la consagración del tiempo libre personal a la cultura, a las ciencias, al arte, contraponiéndolo a la superproducción y al trabajo como primordial fin vital. El periodista, nacido en Santiago de Cuba en 1842, estaba muy lejos de atisbar algo que desembocaría en lo que hemos decidido llamar estado del bienestar.
Cuando los medios tradicionales de producción decaen, las ciudades tienen que contemplar la posible creación de otros medios que equilibren su economía, pero que, además, eviten el abandono de las urbes con las negativas consecuencias socioeconómicas, e incluso políticas, que esto supone.
Un español, Albert Saiz, profesor de la Federal Reserve Bank de Filadelfia, dirigió en 2008 una investigación sobre los efectos del ocio urbano, lo que dio lugar a un estudio titulado 'Ciudad bella: servicios de ocio y crecimiento urbano', que han aportado interesantes conclusiones. Los investigadores descubrieron que las ciudades americanas dotadas de espacios para el ocio del consumidor fueron capaces de atraer visitantes pero, sobre todo, lograron estabilizar, e incluso hacer llegar a nuevos habitantes. «Las personas son más ricas hoy que hace medio siglo, por lo tanto hay un énfasis en el sentido de hacer la ciudad más interesante para vivir y disfrutar, para la vida familiar y para el ocio», concluyó el investigador hispano-norteamericano.
Trasladados estos parámetros a las ciudades en decadencia industrial, sería conveniente analizar si, por ejemplo en Torrelavega, se está apoyando debidamente a los sectores ligados de alguna manera con el ocio. El comercio es uno de ellos. Sin ir más lejos, hace un par de semanas, asistimos a un auténtico aluvión de visitantes y de torrelaveguenses llenando las calles motivados por una acción comercial que incluía, además de un intento legítimo de promoción de las ventas, complementos de ocio que hicieron vibrar de nuevo a Torrelavega.
Es obvio que no se pueden llenar las calles diariamente de bailes, actuaciones y propuestas escénicas, por eso quizás habría que llamar a la reflexión sobre si Torrelavega dispone de medios de ocio capaces de atraer a los vecinos y fidelizar a los residentes.
Parece poco que un teatro municipal, una auténtica bombonera, quede constreñida a un festival de teatro en invierno, otro de aficionados y a la proyección de cuatro cortometrajes y un par de óperas. Juntándolo todo, da para poco más de un mes. Una sala de cine en la Casa de Cultura que por su tamaño más parece un vídeo club con pantallón. ¿Tan difícil es que la consejería y la concejalía de Cultura lleguen a un acuerdo para hacer del Concha la sala de cine de la que Torrelavega carece?
Una sala de exposiciones municipal y otra privada –la de El Diario Montañés, por cierto– tratan de suplir la carencia de ideas públicas. Por ejemplo, ¿no se podría gestionar que algunas de las meninas que están causando extraordinaria expectación en Madrid (por cierto, una de ellas decorada por el torrelaveguense Ángel Izquierdo) pudieran traerse a la ciudad?
El CN Foto, una magnífica ubicación expositiva, está infrautilizada. Invito a quien defienda lo contrario a sentarse en el acceso al edificio y contar el número de personas que a diario entran en el recinto a visitarlo; posiblemente, algunos días, le sobrarían los dedos de las manos. ¿Es que Torrelavega, desde decenas de siglos de existencia tiene alguna tara que le impide disponer de un pequeño museo que nos relate la historia de la ciudad y exhiba algunas muestras? ¿Seguirán las obras de arte, sobre todo pictóricas, deambulando por los despachos y estancias municipales?
¿Existe incapacidad para llegar a acuerdos con otras instituciones privadas –como por ejemplo el Casino– para revitalizarse mutuamente?
Para moverse hay que impulsar y quizás preguntarse por qué algunas ciudades prosperan más que otras y la respuesta podría ser, por ejemplo, que la elección de la ciudad en la que vivimos es consecuencia del consumo y el ocio más que de otros factores como el empleo. La autovía tiene cuatro carriles: dos de salida de la ciudad, pero otros dos de entrada.
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Ana del Castillo
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