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Jay Cheshire era un joven de 17 años que vivía en Southampton (Gran Bretaña) y que en 2015 apareció ahorcado en un parque de su ... ciudad. Se había quitado la vida tras ser acusado falsamente de violación. Aunque la denuncia fue retirada, el joven no soportó la presión ni los juicios paralelos y decidió suicidarse. Un año después, su madre, Karin Cheshire, no superó la muerte de su hijo y se quitó la vida de la misma manera. El juez de menores Manuel Rico Lara (Madrid, 1931-2013) falleció sin que la sociedad saldara del todo con él la terrible deuda generada por su falsa implicación en el caso Arny –una supuesta red de corrupción de menores en Sevilla– de la que quedó absuelto en 1998 tras un calvario judicial de dos años. La calumnia es una poderosa arma de destrucción.
Quien lanza una insinuación malévola cree que las palabras no matan, que al final, se las lleva el viento, que de lo dicho, no queda nada. Y no. La palabra infame, la insinuación pérfida, hace un daño que el tiempo no sólo no cura sino que emponzoña más la herida que ya sin supurar, comienza a matar el alma, una forma de acabar con la vida. Cotillear, contar en voz baja, ir deformando la realidad, se hace sin miedo, porque la impunidad del anonimato es valiente.
En el Pleno municipal celebrado el 28 de junio pasado, un concejal acusó al equipo de Gobierno de maquinar para que una plaza de técnico en el Ayuntamiento de Torrelavega no se ocupe definitivamente «para guardársela a un familiar directo en consanguinidad de un miembro de este equipo de gobierno». Lo dijo el concejal David Barredo, que representa a Torrelavega Puede (Podemos). Como siempre, también en este caso, la infamia –maldad o vileza en cualquier línea– estuvo acompañada por la cobardía: sí al pecado pero no al pecador.
El concejal del PRC, Javier López Estrada, le advirtió de que se estaba buscando una querella por injurias, lo que acabó de pronto con la «valentía» del intrépido concejal. Quizás hubiese sido mejor haber dejado solo al difamador, haberle respondido con el silencio, porque el desprecio de la injuria y de la calumnia pueden ser un remedio más saludable que la discusión y la venganza, reflexión de San Francisco de Sales. Quizás la bondad del santo está lejos de la intención del anterior Fiscal General del Estado, Sánchez Melgar, quien asegura que «las difamaciones no deben ser gratuitas, deben ser pagadas, compensadas con una sanción». En todo caso, la maledicencia no desaparece, se dispersa por el aire como esencia pútrida, contra la que la habladuría no es más que un ventilador. No hay nada más veloz que la calumnia.
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Ana del Castillo
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