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Estos recuerdos han vuelto últimamente al debate dentro de la Corporación. Hubo un día en que la Plaza Mayor, también llamada Plaza Serafín Escalante, primero (1884), y Gilberto Quijano, después (1909) -denominaciones estas de uso más oficial que popular-, sí conformaba un eje fundamental ... en el día a día de la ciudad y sus vecinos. Era el corazón de una Torrelavega que, ostentara o no el título de ciudad (1895) todavía, ya ejercía con personalidad su papel como cabecera de comarca. En los últimos tres siglos, a la Plaza Mayor han acudido muchas personas, de cerca y de lejos, y para todo tipo de rutinas: comerciales, culturales, así como de ocio y encuentro en general, gracias a su situación ideal en el centro neurálgico de aquella ciudad que iba creciendo. Y vaya si creció. Y, con ella, también su plaza, objeto de remodelaciones y de una última, la de 1992 -en tiempos del alcalde José Gutiérrez Portilla-, de tinte modernista, que no ha terminado de cuajar. Casi rodeada por escaleras y barreras arquitectónicas, ha pasado a ser poco más que un lugar de paso para los vecinos, que la evitan.
Está ahora igual que hace casi 32 años. En el mismo sitio, pero lejos de ser lo que fue. Lo señalaba hace una semana la portavoz de Torrelavega Sí, Blanca Rosa Gómez Morante, partidaria de invertir en su reforma y fijarla en el Presupuesto de 2024. Pero el Gobierno (PRC-PSOE) no tiene pensado hacerlo de momento. Comparte el diagnóstico y, de hecho, regionalistas y socialistas nunca han ocultado su deseo de repensar este sitio insigne, pero la reforma de la Plaza Mayor no está ahora entre sus prioridades.
Igual que hace 30 años La remodelación de 1992, la última, supuso la vuelta del templete, eliminado medio siglo antes
Lastrada por las barreras El Consistorio planteó una mejora de la accesibilidad hace casi una década, pero nunca se ejecutó del todo
El intento más concreto y palpable se planteó hace ya casi una década, en abril de 2015 y por iniciativa de la Concejalía de Urbanismo, que elaboró una memoria con vistas a crear una plaza diáfana, sin escaleras y transitable de lado a lado. Sin barreras. Aquella propuesta se cifró en su momento en cerca de 1,3 millones, si bien esa estimación ha quedado totalmente desfasada.
Y en el olvido, en lo que respecta a la propia plaza. No obstante, y atendiendo a una visión de conjunto, se han hecho avances en las vías que la rodean. La peatonalización de las calles Ancha y Carrera (2019) fue importante y logró repensar y oxigenar un espacio que ahora conforman algunos de los metros cuadrados más caminados de todo el centro, pero los demás costados de la plaza siguen sin ser gratos para el peatón. En la fotografía principal adjunta a este reportaje, tomada ayer mismo, queda en evidencia la diferencia de altura que suponen las escaleras y las barreras arquitectónicas en general entre la plaza y las calles José María Pereda y Francisco Díaz.
Y si se dan unos segundos cuando caminen por ahí, pueden ver cómo, en cualquier momento del día, los vecinos prefieren rodearla a cruzarla. No siempre fue así. La Plaza Mayor ha crecido con los torrelaveguenses a lo largo de los siglos, desde que empezó siendo el descampado de un mesón hasta que se erigió como el sitio ideal para celebrar el mercado semanal -primero los lunes; después, los jueves-. Venía gente de todas partes. A comprar frutas, hortalizas, legumbres, enseres para el hogar, animales de corral... De todo.
No habían pasado ni diez años desde que estrenara su denominación actual en 1909, en tributo al abogado y diputado Gilberto Quijano, cuando llegó a su suelo uno de sus distintivos más queridos por los vecinos: el templete, en 1918. La Plaza Mayor lleva asociado a este unos años -no muchos, porque en 1942 se lo llevaron otra vez- con un marcado acento musical. Y es que en él tocaba la Banda Popular, todos los domingos después de la misa de las once y también tres días por semana en las tardes de verano.
Plaza Mayor, Plaza del Mercado, Plaza Principal.... Lugar recurrente para los niños y mayores, de juegos, de primeras citas y hasta refugio antiaéreo -bajo esta-, en la Guerra Civil. Fue después, en plena posguerra, cuando se produjo su primera gran remodelación (1942), esa que se llevó por delante el templete y cuyo resultado tienen grabado en la memoria de su niñez muchísimos vecinos torrelaveguenses. El quiosco volvería, aunque no en el centro sino en un costado, con la segunda y última reforma (1992). El acabado que esta dejó perdura hasta hoy, mientras su relevo parece eternizarse.
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