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Torrelavega no revive a pesar de la aplicación de una política de trampantojo, esa engañosa ilusión óptica con la que se hace ver algo distinto ... a la realidad. Los macroconciertos, las bolas de colores, los abalorios, han demostrado que no sirven para lo que necesita, ya muy urgentemente, esta ciudad: la revitalización por la vía del empleo. Lo demás son zarandajas. Si el cinturón de la gran industria ha quedado reducido a cabeza de jíbaro, si las pequeñas empresas que le acompañaban han terminado en el Orecla, si las únicas grúas en las calles son las que se llevan coches –a las otras, a las de la construcción, ni están ni se las espera– el comercial se yergue como el único sector que puede dar esperanza de empleo o autoempleo. Los comerciantes han utilizado este periódico para volver a explicar que agonizan. Lo llevan diciendo desde que en 1992, cuando con la madre de todas las crisis –Sniace– se inició el desmantelamiento. Han elevado la voz pero quizás nunca con la contundencia que lo hicieron el domingo pasado desde estas mismas páginas: «Aparcar o cerrar el negocio». Y esta vez parece que va en serio.
Tratar de llegar al centro en un coche es una broma macabra. Ni para dos horas ni para un rato ni para cinco minutos. Los solares que los privados –no se olvide– han puesto a disposición del Ayuntamiento, a cambio de exonerarles de algún impuesto, han sido fagocitados por residentes; en el estricto casco urbano no existe nueva construcción, por lo que prácticamente ningún edificio dispone de garaje propio. La peatonalización ha ido expulsando el tráfico de la zona más comercial; la ampliación de la anchura de las aceras ha dejado esqueléticas las vías, anulando su capacidad de absorción de vehículos; las multas se han ocupado de hacer el resto.
Queda la OLA, el estacionamiento regulado que al parecer no hay redaños para poner en marcha. El primer intento serio lo hizo la Corporación presidida por Javier López Marcano (1999-2003) y fue baldío. Se ha vuelto a plantear con más interés, pero ahí ha quedado de nuevo. Huele demasiado a elecciones. El problema de los comerciantes del centro –y ya no tan del centro– no son los aparcamientos fijos. Necesitan que haya movilidad, que se pueda aparcar un minuto o una hora, que el potencial comprador de la comarca sepa que puede acceder al centro por un par de euros sin jugarse los nervios, perder el tiempo o ser castigado. El coraje consiste en hacer lo que sabes que es correcto a pesar de todo. El resto es pusilanimidad.
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Ana del Castillo
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