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Por todas las historias recordando la razón por la que el estadio se llama El Malecón, por los recuerdos de muchos vecinos cogiendo peces con reteles en su niñez mientras el río bajaba en tromba por en medio de la calle y hasta por los informes de Protección Civil alertando sobre el nivel freático para cuando se soterren las vías del tren, la ciudad de Torrelavega sigue teniendo muy presentes cuatro nombres propios: Sorravides, Río Indiana, Cristo –o Campuzano– y Tronquerías.
Son los arroyos que cruzan la ciudad y que, hasta hace nada, menos de treinta años y durante la época de lluvias –no siempre con la misma consistencia–, se desbordaban con frecuencia causando trastornos muy importantes. Son historias de cuando Torrelavega se inundaba: de cuando uno se asomaba a la ventana y veía el Sorravides fluir calle abajo; de todos esos comercios del casco urbano con tablas en las puertas o sacos de serrín; de un coche atravesando la calle Augusto G. Linares anegada; los garajes inundados... El archivo Bustamente Hurtado, que pone imágenes a este reportaje, habla por sí solo.
Episodios con huella Las crecidas de 1953, 1983 o de 1996 son solo algunas de las que se mantienen en la memoria colectiva
La solución El encauzamiento y desvío de los ríos se ejecutó desde 1997 a lo largo de dos años por la Confederación
Casi todos desde el Dobra Hoy, bajo el centro siguen fluyendo el Sorravides, el Río Indiana, Tronquerías y el Cristo –o Campuzano–
Y todas se sucedieron generación tras generación, como una constante, hasta que el Gobierno de España, a través de la Confederación Hidrográfica del Norte –ahora del Cantábrico– puso como tres mil millones de las antiguas pesetas para encauzar los arroyos. El nombre y el impacto de uno de ellos, el Sorravides, quizá el más caudaloso de esa red de afluentes que baja del Dobra, es el que ha quedado grabado con más fuerza en la memoria colectiva. «El agua se metía dentro del autobús cuando pasábamos por Cuatro Caminos», recuerda Cristina López, una de las muchas torrelaveguenses que, siendo niña y de camino al colegio, se acostumbró a atravesar las pozas, «piscinas gigantes», que se acumulaban en las zonas más perjudicadas. «Ahora se nos pondrían los pelos de punta».
Hay muchos detalles reveladores que comparten los vecinos y que ella, que vivía en la zona de los chalés de Sniace –junto a La Lechera–, recuerda muy bien. Uno es este:«Todos teníamos katiuskas. No quedaba otro remedio; ibas andando y había pozas en mitad de la calle. Se montaba una…». No tiene nada que ver con la moda del momento;era Torrelavega en esa época.
Imagínense salir de ver una película en el Concha Espina –como se podía hace décadas–, doblar dos esquinas y ver todo el cruce de caminos anegado y a sus vecinos con el agua literalmente hasta la cintura en algunas ocasiones. «Yo he visto pasar piraguas por la calle Teodoro Calderón», dice Katia Morales, otra vecina del centro y que se acostumbró a vivir con las riadas durante muchos años. Se acuerda de ver, de niña, a las señoras cruzando la calle Joaquín Cayón con ayuda de una cuerda, de las «lagunas» que se creaban en las zonas llanas de la zona tras bajar en tromba por la calle Pando, Augusto G. Linares, la Avenida de España –antes Calvo Sotelo–, también hacia el barrio de La Inmobiliaria... Y sí, lo de las katiuskas también le suena, y mucho, a más vecinos. «¿Con calzado bajo? Inviable caminar por la calle a veces. Es más, había muchos vecinos que tenían botas de pescador, de las que llegan hasta por encima de las rodillas».
Los afluentes del Saja-Besaya descendían con fuerza hasta aquella Torrelavega, levantada alrededor –y encima, de hecho– de una malla de arroyos desde que empezó a consolidarse como un núcleo de población y como una ciudad propiamente dicha en el siglo XX. Porque, ojo, hay constancia de riadas muy graves desde hace ya muchas décadas. La documentación recoge algunas de finales del siglo XIX y primeros del siglo pasado, además de algunas clásicas como la de 1953, 1983 y 1996.
Aquella fue una de las últimas antes de la obra de los encauzamientos y que Pili Argüello recuerda como si fuera ayer. Viviendo como ella en Cuatro Caminos, era imposible no ser testigo de aquello. «Teníamos que pasar agarrados, una cadena humana porque el agua bajaba con fuerza. Bajaba un chorro impresionante», recuerda, haciendo constantes referencias a «las botas de pescador», los «sacos de serrín» en la entrada del negocio familiar para evitar que entrara el agua… De todo. «Y eso era cada dos por tres. El Sorravides era impresionante verlo bajar. Recuerdo como reventaba en Pequeñeces y el agua salía como si fuera un géiser».
Naturalmente, la obra de los encauzamientos de los ríos que puso en marcha el Gobierno de España a través de la Confederación Hidrográfica fue «un antes y un después» para la ciudad, como enfatiza Argüello. Antes ya se habían hecho cosas. A principios de siglo, en los años 60, pero ninguna apaciguó tanto la relación entre Torrelavega y los arroyos como la de los años noventa.
Comenzaron en junio de 1997 y duraron como dos años. El Estado realizó encauzamientos de los ríos con una inversión de 2.534 millones de las antiguas pesetas, poca broma, construyendo lo que en su día se definió como conducciones prefabricadas de hormigón para desviar estos cauces. Hoy están bajo sus pies; en aquellos días, los torrelaveguenses veían aquellos grandes dados de hormigón posarse sobre el subsuelo de la ciudad para atajar este problema. En algunos casos, donde se pudo, se amplió también el cauce; en otros, directamente se desvió.
Así, toda esta marea de agua, que nace en el sistema montañoso al sur del municipio, la mayoría de ellos en la sierra del Dobra hasta desembocar en el Saja-Besaya, quedó controlada gracias a estas labores, una de esas actuaciones históricas que, quizá y únicamente con la construcción del Bulevar Ronda –que también se llevó a cabo en esa época, aproximadamente desde mediados hasta finales de los 90–, se eleva entre las obras más importantes y valoradas por los vecinos.
Eso no quiere decir, ojo, que no se hayan producido problemas de este tipo más adelante. De hecho, en las conversaciones para realizar este reportaje han salido a colación también los recuerdos del Saja-Besaya desbordado hace bien poco, en 2019, durante las grandes inundaciones que asolaron toda la comunidad autónoma, también Torrelavega.
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