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Alumnos, profesores y angituos estudiantes posaron este martes en el patio del colegio de los Sagrados Corazones, uno de los dos centros de la congregación en Torrelavega Luis Palomeque

Siglo y medio educando a Torrelavega

La Congregación de los Sagrados Corazones recibe la Medalla de Oro de la ciudad en homenaje a su labor social, educativa y religiosa

Miércoles, 29 de marzo 2023, 07:34

El Ayuntamiento de Torrelavega ha otorgado la Medalla de Oro a la Congregación de los Sagrados Corazones al cumplirse 141 años de presencia en la ciudad, a donde llegaron el 18 de abril de 1881. Hace ya 141 años. Desde entonces han sido miles las alumnas que se formaron en el colegio de 'las madres', ahora mixto.

La llegada a la ciudad de las congregaciones femenina y masculina de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y de la Adoración Perpetua, obra del insigne párroco de Torrelavega don Ceferino Calderón, ha sido, es y sigue siendo siglo y medio después determinante en la educación de miles de torrelaveguenses. Primero, llegaron las 'madres' y tiempo después, los 'padres'. Trabajaron en la educación religiosa en el ámbito escolar dando, además, respuesta a la aspiración de las casas pudientes que deseaban que sus hijas disfrutasen de una educación católica y de cierta élite, aunque don Ceferino les impuso como condición crear una sección para niñas sin recursos –que se abriría en la calle Argumosa– y que dirigió la Madre Dolores Durante. También hacía una visita semanal a aquellas escuelas en las que se permitía la entrada de un cura.

Torrelavega no tenía ninguna escuela confesional, por lo que don Ceferino se puso como objetivo el asentamiento de alguna congregación religiosa tanto para la enseñanza de niños y de niñas. La Congregación de los Sagrados Corazones, fundada por la aristócrata gala Enriqueta Aymé de la Chevalerie, había salido de Francia a fundar en el extranjero ya que la Ley instituida por Jules Ferry –un político francés, activista anticlerical, que fue ministro de Instrucción y presidente del Consejo de Ministros– priorizaba la escuela pública y laica sobre la religiosa, propiciando una época de persecución de las órdenes y congregaciones en el país vecino.

A finales de diciembre de 1880, dos religiosas (Mère Egidie, Priora General, y Mère Mª Teresa Teijeiro de los Ríos), atravesaban los Pirineos, enviadas por Mère Angèle Chauvin, superiora general, llegando a Miranda de Ebro. La misión que se les había encomendado era fundar en España, a sabiendas de que varios obispos de nuestro país requerían congregaciones religiosas educativas. Don Ceferino, conocedor de esta circunstancia, les pidió, en nombre del obispo de Santander, que eligieran Torrelavega como destino para crear un colegio e internado para niñas de toda la provincia.

Atendieron la petición del párroco y el día 18 de abril de 1881 dejaron Miranda camino de la villa, a donde llegarían al día siguiente de la mano de la Madre Josefina Lamarca. Esta religiosa, nacida en 1849 en Valparaíso (Chile), como Teodolina Lamarca Coronell, en una familia adinerada, entró en la Congregación tras la muerte de su esposo, siendo enviada a Francia, y desde allí a España. Tras fallidas gestiones en Madrid y Santander, la institución optó por Torrelavega, ya que don Ceferino se había puesto a disposición de las religiosas. Ni que decir tiene que la fundación local –casi todas las religiosas eran de países americanos, pertenecientes a familia ricas– fue un gran acontecimiento para la Congregación: fue aquí, en Torrelavega, donde se fundó el primer asentamiento de los Sagrados Corazones en España –a Santander no llegaron hasta 1904–.

Legado

Antes de que la institución religiosa se instalara, en la ciudad no existía ninguna escuela confesional

Traslado

La alta demanda forzó a las monjas a mudarse de una casa en la Plaza Mayor a un chalé en Julián Ceballos

Pioneras

Torrelavega fue la primera fundación de las religiosas de los Sagrados Corazones en toda España

Es más, era la primera que la rama femenina de la Congregación de los Sagrados Corazones se establecía en Europa, fuera de Francia. Los inicios fueron muy duros para aquellas mujeres. Acostumbradas a una vida refinada, fueron abriéndose camino en la ciudad donde, en un primer momento, se instalaron en una sencilla casa situada en el número dos de la Plaza Mayor, dispuesta por el párroco. La entrada de estas monjas en la ciudad no fue acogida con júbilo ni recibimiento especial. «Los vecinos de aquella primera casa nos hicieron penosísimos los principios de la fundación. Tuve que luchar mucho con la desconfianza del público por lo que constantemente repetía al señor mis apuros: Señor, ayúdame pues nada deseo, nada quiero mas que a ti», relataba la Madre Josefina Lamarca en una carta a sus superioras.

Además, las religiosas, pertenecientes en su mayoría a familias adineradas y aristocráticas, se encontraron con un panorama, para ellas, desolador. La vivienda que les había proporcionado, en primera instancia, don Ceferino, distaba mucho de los lugares donde habían vivido: «La casa que nos recibió no tenía ningún mueble, sólo un montón de hojas de maíz con las que llenamos los jergones para descansar aquella noche. Nuestra cena consistió en los restos de las provisiones del viaje y nuestras sillas fueron las cajas o baúles que habíamos traído. Mi único consuelo era ver, entre tanta privación, la alegría más completa de las primeras religiosas y de admirar cómo ofrecían al Señor cuantos sacrificios se presentaban, aceptándolos con la más religiosa generosidad», relataba la Madre Fundadora.

Un chalé en Julián Ceballos

Siempre con el apoyo de don Ceferino, las religiosas se fueron adecuando a la entonces villa y sus circunstancias. Empezaron a dar clase a un pequeño grupo de niñas, pero la demanda de educación fue aumentando, tanto en el colegio privado como en el gratuito, por lo que comenzaron a pensar en conseguir un edificio más grande. Así, levantaron un elegante chalé, con un amplio jardín, en una finca situada en la calle Julián Ceballos número 23, que compraron a don José Argumosa, donde establecieron la nueva casa y colegio. El traslado lo hicieron durante las vacaciones de 1883. Al año siguiente, obtuvieron el reconocimiento y la autorización para impartir enseñanza por parte del Ministerio de Fomento, hecho efectivo a través de una Real Orden de 23 de octubre de 1885. Cuatro años después de la llegada de la Congregación a la capital del Besaya, el objetivo de don Ceferino se había alcanzado.

El colegio seguía creciendo, por lo que, en 1917, se construyó frente a la casa una nueva escuela gratuita para poder atender a más de 200 niñas cuyos padres deseaban una educación cristiana de este tipo para sus hijas, una docencia, sin embargo, que no podían costear. De ahí que los gastos fueran sufragados con una suscripción pública. El edificio se situó en la calle Argumosa, siendo levantado en base a los planos firmados por el facultativo de Minas, don Eduardo Pondal, el 8 de febrero de 1916.

El precio que instituyeron para educar a las señoritas de Torrelavega era en el internado de 700 pesetas al año; la media pensión, 450 pesetas, a las que había que añadir las clases 'de adorno', piano, canto, dibujo, idiomas… Las externas, por su parte, pagaban 16 pesetas (el salario medio de un trabajador era de unas 75 pesetas mensuales).

La Madre Lamarca fue la superiora de Torrelavega hasta 1898 cuando se trasladó a Madrid para fundar en Fuencarral, regresando a Torrelavega, para morir, en 1930. Don Ceferino fue testigo de un hecho que, en aquellos años, fue considerado hasta milagroso. Sucedió en Torrelavega el 11 de diciembre de 1894. La Madre Lamarca venía padeciendo desde 12 años antes serios problemas de estómago; el mal se iba agravando hasta el punto de tener que guardar cama durante cuatro años sin poder ingerir apenas alimentos. La dolencia se acentuó por una fuerte gripe que hizo temer por su vida.

En esta situación crítica llegó al convento un sacerdote que le propuso encomendarse a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Así lo hizo, con gran fe. Al tercer día de la extrema gravedad, invocó una vez más a la Virgen, produciéndose el hecho presuntamente milagroso: su curación. El médico que le había asistido en Torrelavega durante los largos años de su enfermedad no salía de su asombro, afirmando incluso que era un verdadero milagro. Poco después, el 21 de enero de 1895 y durante el pontificado del Papa León XIII, Roma publicó un documento que concedía pública veneración a la imagen milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en la capilla de las religiosas de los Sagrados Corazones de Torrelavega. Como era habitual en estos centros católicos contaban con capilla, en el propio colegio, construida siguiendo referencias góticas. Tenía anexo un claustro, que había proyectado el afamado arquitecto laredano, don Joaquín Rucoba (el mismo que levantó, entre 1890 y 1906, el histórico Ayuntamiento en el Bulevar Demetrio Herrero) en 1903. Los años iban pasando, y el éxito de la Congregación seguía demostrándose con hechos y reformas:en 1944 se pidió licencia para elevar el colegio con una tercera planta.

Por su parte, también fundaron en Santander, en la calle Menéndez Pelayo, con las mismas características que el de Torrelavega, aunque cerró sus instalaciones trasladándose sus alumnas a colegios de nuestra ciudad.

Desgraciadamente, el conjunto arquitectónico cayó bajo la piqueta para, con el dinero de la venta del amplio solar, construir el nuevo colegio en Sierrapando, obra de otro afamado arquitecto, el Padre Francisco de Paula Coello de Portugal y Acuña Goicorrotea y Gómez de La Torre, más conocido como Fray Coello de Portugal. Han sido miles de alumnos los que se han formado tanto en el Colegio Sagrados Corazones como en nuestra Señora de La Paz. Su historia es también la historia de Torrelavega.

El Concha Espina acoge el acto de homenaje este miércoles, a las 20.00 horas

El Ayuntamiento de Torrelavega entregará la Medalla de Oro de la ciudad a la Congregación de los Sagrados Corazones este miércoles a las 20.00 horas, en el Teatro Concha Espina. El acto, al que asistirán el presidente Miguel Ángel Revilla y el alcalde, Javier López Estrada –además de otras autoridades municipales y regionales– sigue a la aprobación por mayoría de este reconocimiento en el Pleno municipal del 30 noviembre. Ayer, en la víspera de este tributo a la institución religiosa, tanto el primer edil como la concejala de Protocolo, Cristina García Viñas, se rindieron ante la trayectoria de la Congregación, cuya historia ha ido pareja a la de la ciudad hasta ser, ponderaban, un «referente» en Torrelavega: «Han sido más de cien años de historia compartida en los que el compromiso y la relación con la ciudad ha ido creciendo y evolucionando a la vez que lo hacia ella, adaptándose a las nuevas necesidades y afrontando los nuevos retos desde la colaboración y el trabajo».

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