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El éxito no suele ser estático, apuesta por el dinamismo y se encoleriza con los pesimistas, principio perfecto para quienes, eternizándose en los cargos, llegan ... a ahogar el futuro. Los largos mandatos, especialmente en lo público, pueden conducir al caudillismo, y en España sabemos de sobra para qué sirven los caudillos. Dilatados gobiernos pueden llevar al poder omnímodo, cuando no a desarrollar una suerte de tiranía –también en las democracias– porque para sostener un mando prolongado se precisan estructuras ajustadas a lo que le convenga al gerifalte de turno. El que se aferra a un mandato, o se empotra en una institución más de ocho o diez años, corre el riesgo de mimetizarse y en su empecinamiento frustrar futuras generaciones, capando la posibilidad de que surjan nuevos líderes.
Actualmente, la corporación cameral la preside Antonio Fernández Rincón, que lleva 26 años ligado a la institución –ocho de ellos como presidente– y que no optará a la renovación, no sé si tanto por desear un relevo como por haberse sentido amenazado por una candidatura que huele a distinto. Pero de ahí a pensar que iba a ceder las llaves de la Cámara sin presentar batalla, es ingenuidad. Los pretendientes a desbaratar este sistema deberían haber tenido en cuenta eso de que la sabiduría el diablo la tiene por viejo, no por ser Mefistófeles.
No todo es fácil en las sucesiones, y aunque la Cámara de Comercio necesita oxígeno, es preciso ser cautos –incluso algo desconfiados– ante quienes exhiben como activo querer poner las cosas en orden, porque ese orden suele ser controlador.
Los «nuevos» que tratan de asaltar los cuarteles de invierno camerales no deberían sorprenderse de que haya surgido una candidatura «de continuidad»; era previsible porque cuando los soldados van a la guerra, se reconoce al veterano porque lleva comida en el zurrón, mientras que el novato solo cartuchos en la canana.
Fernández Rincón abandona la Cámara dejando tras de sí un lastre económico importante y serias dudas sobre el futuro, aunque es cierto que no atribuibles solo a su gestión. Rodríguez Zapatero –quizás en uno de sus pocos aciertos en materia económica– libró en 2010 a los empresarios de la obligación de entregar parte de sus beneficios a las Cámaras. Hasta entonces, el dinero caía como un inagotable maná pero hoy, apenas son una docena las firmas las que pagan voluntariamente y, entre ellas, la que más aporta puede que no pase de 500 euros al año. Por eso, la supervivencia queda ligada casi exclusivamente a la subvención para cubrir los 300.000 euros que necesita anualmente para sobrevivir. Es fácil gobernar con dinero ajeno pero nada comercial ni empresarial. Eso, y un ERE a sus trabajadores que parece no tener fin. Los dos candidatos representan lo nuevo y lo de siempre pero ambos no deberían olvidar que ya no somos ricos y que el poder no tiene el suelo siempre encerado para deslizarse por él suavemente.
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Ana del Castillo
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