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Los feriantes, instalados en la Finca del Roble, aprovechan las mañanas para realizar las tareas cotidianas. Alberto Aja
De feria en feria, una vida nómada entre caravanas

De feria en feria, una vida nómada entre caravanas

Los feriantes de las fiestas de Torrelavega tratan de hacer una vida «lo más normal posible» en el Barrio Covadonga

Jueves, 15 de agosto 2024, 02:00

Una semana aquí y otra semana allá. Un día el calor seco de Mérida y al siguiente la lluvia de Torrelavega. Una vida ajetreada y cambiante, pero que para muchos feriantes es la tónica habitual desde que tienen uso de razón. Para algunos es una vida dura, pero para otros de agradecer. La caravana en la que recorren la mayoría de provincias de España es su hogar, y las tareas del día a día no difieren demasiado de las que haría cualquiera en su casa. Lavar, planchar, hacer la compra... Pero cada semana en un lugar de España. Y con nuevos vecinos, con los que hay buen rollo, siempre que las caravanas estén cerca una de la otra. Esta vez se han instalado en el Barrio Covadonga.

Ese buen rollo se palpa entre Hugo y Omar, cuyos asentamientos están a escasos metros. Omar lleva tan solo cuatro meses siendo feriante, oficio que encontró en una bolsa de empleo después de estar trabajando en el campo en Albacete. A pesar de lo duro de la vida ferial, se muestra agradecido y no necesita nada más que comida y su caravana. «Por ahora estoy bien, no pido nada más». Este año ha estado en Galicia, Tenerife y León, y la semana que viene vuelve a tierras gallegas, a Lugo. Sin duda, lo que más disfruta de este trabajo es el «conocer todos los rincones de España». De otra manera sería «imposible ver tantos sitios». En esos lugares, también conoce gente de todos los países, lo que le resulta «muy enriquecedor». «Hay gente de España, de Colombia, de Guinea..., culturas de todo tipo». En su caso, comparte caravana con sus compañeros de trabajo, y como no podía ser de otra manera, eso es algo que une. «Acabamos siendo como hermanos», concluye.

La familia, principal aliciente durante la vida nómada.

También hay gente que acude con su familia. Este es el caso de Hugo, que ha venido acompañado de su hijo, con el que comparte caravana. «De esta manera no me quito de pasar tiempo con él», comenta. Estar fuera de casa y lejos de la familia se hace más liviano de esta manera, pero aún así, Hugo afirma que es «duro». De todas formas, tal y como cuenta, se lo toma con filosofía y «disfruta mucho esta vida». Lo que más, al igual que su vecino de caravana Omar, «ir de aquí para allá y conocer mundo».

Hugo no es feriante como tal, es el conductor de la empresa que lleva las norias por toda España. Esta semana le ha tocado la capital del Besaya. «Me gusta mucho el sitio, hay un parque con un río por el que puedes pasear y está la playa a 20 minutos». Hugo es de Morón de la Frontera, una localidad de Sevilla, y tener el mar cerca es algo que agradece. «Ahora mismo en mi pueblo harán unos 50 grados. Esta temperatura da gusto, y con el mar al lado ya ni te digo».

Un feriante, recién levantado, explica su vida cotidiana.

Ese clima lo aprovecha para salir a correr cuando tiene tiempo, porque, como él dice «al final entre el camión y la taquilla, me paso el día sentado, y hay que moverse un poco». Esto es algo que compagina con las tareas mañaneras. «Al final haces lo mismo que harías en tu casa. Lavar la ropa, hacer la comida, ordenar la habitación... y si tienes tiempo descansar un rato o conocer la zona». Y es que las mañanas es el momento más tranquilo del día en el asentamiento, porque el verdadero ajetreo aparece a partir del mediodía, cuando amanecen los feriantes.

Según Hugo, es complicado ver movimiento antes de las 13.00 horas, porque en la feria «trabajan hasta tarde». «Es un trabajo más nocturno que diurno», concreta. Aun así, por la mañana también hay trabajo que hacer en la feria. Un trabajo del que se encargan Elena y sus amigas, entre otros. Cada mañana abandonan el campamento para limpiar y revisar el buen funcionamiento de las atracciones que la noche anterior tanto hicieron disfrutar a los torrelaveguenses.

«Después de comprobar las barracas venimos a comer, nos duchamos y sobre las 17.30 volvemos a la feria para abrir». Elena afirma que lleva toda una vida dedicada a esto, una tradición que ha pasado de generación en generación. «Nuestros abuelos se lo inculcaron a nuestros padres y nuestros padres a nosotras». Por eso tiene claro que «el que viene a trabajar a la feria sabe lo que hay, no es para todo el mundo». Hay veces que el asentamiento está lejos de la feria, otras veces no hay espacio suficiente, e incluso en ocasiones se pueden quedar sin electricidad.

«El pasado domingo, con 40 grados en la calle, se estropearon los generadores y nos quedamos sin electricidad durante todo el día». También señalan el mal estado del suelo del asentamiento, que favorece las inundaciones. «Hace dos años, por la lluvia, se llenó todo de agua. Tuvimos que ponernos bolsas en los pies para poder salir». Pero a pesar de la parte negativa, Elena y sus amigas creen que es un trabajo muy «satisfactorio». Se sienten orgullosas de poder ayudar a la hostelería y también a otros servicios como los taxis, pero, sobre todo, lo que no tiene precio es el trato con la gente: «Lo que más disfrutamos es la alegría del público y poder convocar a toda una ciudad».

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