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Inés Revelo, su hija, Olga Angélica Ortiz, y su nieto, José Manuel, forman una humilde familia colombiana que se ha convertido en un ejemplo ... de integración en La Inmobiliaria, el barrio que acoge a más inmigrantes en Torrelavega. Después de escapar de su país por las amenazas de muerte de una guerrilla, han encontrado en la capital del Besaya lo que buscaban: paz, tranquilidad y alternativas para salir adelante. Siempre con una sonrisa, han basado su vida en el esfuerzo para no dejar nunca de formarse y trabajar.
Inés, al frente de su taller de confección de ropa, y Olga, especializada en marketing, gestión administrativa, diseño web y publicidad, tuvieron serios problemas durante la pandemia porque no podían salir de casa, ni siquiera «a buscar comida». Entonces decidieron desplazarse desde su ciudad, Cali, a una región «apartada», Putumayu, cerca de la selva del Amazonas. Como han sido siempre personas «muy trabajadoras», allí buscaron la forma de salir adelante con tareas agrícolas y ganaderas, además de las suyas habituales.
Una facción de las FARC llegó a atentar contra sus vidas en la región de Putumayu
Ahora viven felices en Torrelavega, donde estudian y trabajan para salir adelante
Es una zona subdesarrollada y Olga encontró empleo haciendo «registro fotográfico» para instalar antenas de comunicación en comunidades indígenas, lo que la obligó a viajar «en avioneta, lancha, burro...». Fue allí donde se topó con una de las guerrillas que operan en su país, Frente Carolina Ramírez, una de las facciones de las FARC, que la amenazó de muerte. «Nos hicieron un atentado, casi nos matan y tuvimos que salir corriendo», explica Olga.
En lugar de emplear el dinero que habían ganado en comprar una casa, que es lo que tenían planeado, adquirieron billetes de avión con destino a España, donde llegaron el 15 de marzo del año pasado. Su primer destino fue Valencia. Allí permanecieron durante ocho meses y tuvieron que pasarlas «verdes y maduras». «Hubo gente que nos estafó, que nos robó –señala Olga–, porque no encontrábamos dónde vivir. Buscar piso es muy difícil. Al final nos alquilaron un habitación por 400 euros al mes, pero estábamos hacinados y no nos iban a empadronar, algo esencial por la salud de mi madre y los estudios de mi hijo».
Después de «mucho buscar», un hombre de la localidad de Aldaya les alquiló una habitación por 150 euros al mes, con baño y derecho a cocina. Todo parecía ir bien hasta que empezaron a trabajar de nuevo y el dueño comenzó a plantearles problemas: «Nos subió el alquiler a 400 euros y quería que compartiésemos todos los gastos, así que nos sentimos abusados. Mi hijo también empezó a tener muchas dificultades con niños gitanos, así que busqué una salida desesperadamente».
Hace un año, Olga habló con una amiga colombiana residente en Cantabria y ella la recomendó venir a la región, así que decidieron emplear los 400 euros del alquiler en comprar de nuevo billetes, esta vez de tren. Una vez en Santander, acudieron a la Policía Nacional, dado que habían solicitado asilo por las amenazas de la guerrilla. Los agentes les sugirieron que pidiesen refugio en Cruz Roja, en Torrelavega, y tuvieron suerte: «Fue una bendición, porque hay muchas solicitudes. Nos dieron alojamiento y comida en el hotel Regio, lo básico para poder mantenernos».
Como no podían trabajar, dado que eran solicitantes de asilo, decidieron dedicarse a seguir formándose para abrir el abanico de posibilidades a la hora de buscar empleo. «Está muy bien que te ayuden para empezar, pero no nos gusta ser mantenidas», afirma Olga. Sin embargo, su madre empezó a tener problemas de salud porque «le caía mal» la comida en el Regio y decidieron «tocar la puerta» del párroco de la iglesia de La Asunción, Juan Carlos Rodríguez, que las abrió una nueva posibilidad: vivir y trabajar en un albergue para peregrinos en Santillana del Mar.
Allí permanecieron entre julio y octubre, haciendo camas y limpiando. Gracias a una de esas «bellas personas» que van conociendo, ahora viven felices en un piso y siguen trabajando y estudiando para alcanzar sus objetivos. Inés ya tiene preparado en una habitación su taller de arreglos de ropa y confección, y ofrece sus servicios en el teléfono 634 013 515. Mientras trabaja en un restaurante de comida rápida y hace páginas web en casa, Olga sigue formándose para ser autónoma y también facilita su teléfono: 634 013 674. El pequeño de la casa, José Manuel, estudia en el colegio Mayer, donde le apoyan «con amor y dedicación». No piensan regresar a su país: «Sería sentencia de muerte».
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Ana del Castillo
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