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MARIÑA ÁLVAREZ,
Domingo, 16 de enero 2011, 09:38
Ay, qué tiempos aquellos en los que nadie quería los 'praos' de Valdenoja en herencia, en los que bajar a Santander era una odisea, qué tiempos cuando las casas no se cerraban con llave, había más burros que coches y los jóvenes cuetanos se liaban a palos con los de Tetuán. Pero de pronto sobrevino el 'big bang' del 'boom' inmobiliario y las tierras denostadas las colonizaron gentes de fuera, un proceso que parapetó al pueblo detrás de las urbanizaciones de lujo, dejó millones en los bolsillos de muchos y plantó un muro invisible entre los que viven en Cueto y los que creen que residen en Valdenoja.
Han pasado ya treinta años desde que comenzó el declive, para unos, y el despertar, para otros, de un pueblo más sentimental que administrativo. Para el Ayuntamiento de Santander, Cueto no es más que un barrio, un compendio de calles, para los 'C. T. V.' (Cuetanos de Toda la Vida) es una cruel conquista de territorio y para los nuevos habitantes sólo un bello y tranquilo rincón donde vivir con vistas al Sardinero.
Con la boca chica, los de atrás y los de delante dicen que no hay problemas de integración. Pero no hace falta rascar mucho para que aquellos digan que los de Valdenoja son unos «pijos y nuevos ricos» y éstos admitan que aún les puede la «mala fama» que en su día tuvieron los otros. Allá hay unión vecinal y sentimiento reivindicativo, y acá hay muchas personas, una suma de individuos de distintas procedencias que no miran qué hay detrás de sus pisos.
Y como los cuetanos son guerreros, y no lo ocultan, han decidido levantar la voz para clamar en una nota enviada a los medios de comunicación por la asociación de vecinos que «Cueto somos para lo bueno y para lo malo, pese a quien pese», y quejarse otra vez de los clichés de siempre: «Si hablamos de delincuencia decimos Cueto, si hablamos de zona residencial decimos Valdenoja». Se definen a sí mismos como «gentes sencillas, modestas, honradas, trabajadoras...» y aflora cierto resentimiento contra los que «omiten» el nombre de su pueblo, «porque se creen más de todo que nosotros por residir o por alternar en Valdenoja».
Un pueblo con historia
Esgrimen siglos de razones. A ver por qué si en 1660 el canónigo suizo Pellegrino Zuyer localizó por primera vez el lugar de Cueto en un mapa de la villa de Santander, ahora se va a cuestionar dónde empieza y dónde acaba. Y yendo más atrás, se calcula que los orígenes de este asentamiento son de hace unos dos milenios, en tiempos de la ocupación romana.
Se dice que la fertilidad de sus laderas propició la continuidad de la población durante los siglos altos medievales y, ya en el siglo XIII, el lugar aparece documentado en la iglesia Santa María de Cueto. Hasta el hijo de Cristóbal Colón, Fernando, dejó escrito en 1522 que «desde Santander hasta Cueto hay una tierra de cerros y valles...».
Los actuales pobladores insisten: Cueto empieza, por lo menos, en la rotonda de Los Agustinos, y así queda bien claro en el cartel indicador que reclamaron al Ayuntamiento, después de aguantar durante años que el de 'Bienvenidos a Cueto' de Feygon fuera arrancado constantemente.
Y Cueto es todo lo que alcanza la vista desde la glorieta del Doctor Fleming hasta Monte, incluyendo el campo del Racing, la S-20, el puente de Las Llamas, el hotel Chiqui... Mientras que Valdenoja solo es «una simple calle», especifican, que va desde la Mutua Montañesa hasta Manuel González Hoyos. Ese trocito.
La canción de Luisita
No es una guerra nueva. Luisita Martínez -de 82 años- entona con gracia una canción que coreaban en la taberna de Kiko Vena, su abuelo (estaba frente a La Nuncia): «Y se creían los de Puerto Chico que nuestro Cueto era fácil de conquistar. Si ellos tienen muchos bocartes, nosotros tenemos lo principal. Nos atacaron por El Sardinero, y los de Cueto volvimos a contraatacar. Y hasta el túnel los llevamos, hasta el túnel de Tetuán» -el antiguo, se entiende-.
Luisita es testigo vivo de un Cueto de labranza que trabajaba de sol a sol. Ahora «hay mucho relax», pero echa de menos la vida de «pueblo-pueblo», cuando los unos entraban en las casas de los otros, siempre abiertas. Aunque el pasado no siempre fue mejor, y dice que la mala prensa de la gente del barrio «puede venir de los enfrentamientos ocasionados por la llegada de un asentamiento gitano».
Ahora todo quedó atrás, habla de reconciliación y clama que «pese a que tengamos mala fama, tenemos buen corazón». Pero la vena cuetana palpita. Ella también piensa que «nos quitaron el ambulatorio y hasta nos quieren quitar el pueblo». A su lado, otro veterano, José Emilio Rumayor, suelta sin tapujos que «en Valdenoja hay mucha tontería. Se creen que no son de aquí, cuando Cueto llega hasta El Sardinero».
«¡Hasta aquí!»
Para la presidenta de la Asociación de Vecinos del lugar, María José Pérez, existe en la localidad «una sensación de pérdida de la identidad», motivada por el crecimiento de Santander hacia el Norte, «que nos está absorbiendo. Pero aún tenemos fuerza para decir ¡Hasta aquí!». El vicepresidente, Manuel Abascal, lamenta que «cuando se habla de Cueto es en términos de pueblo rebelde y conflictivo. ¡Si hasta los taxistas tienen una fijación contra nosotros y no nos quieren traer cuando salimos por la noche¡».
Muchos cuetanos se forraron hace años con la venta de sus prados. Pero, ojo, «no se convirtieron en nuevos ricos», remarca Manuel, no como los 'del otro lado' o 'del ensanche', a los que espeta que «vienen con cuatro duros, se piensan que tienen más, pero están hipotecados. Y los de Cueto no». Los que se hicieron ricos arreglaron sus casas de siempre, unifamiliares y con su huerto, para nada tentados con los modernos bloques de pisos con piscina y pista de pádel que brotaban a pocos metros.
Todo esto lo cuentan los vecinos ante el local de la asociación, donde estaba el consultorio cerrado de sus desvelos. Sentados en bancos llenos de musgo en la Plaza del Colojón -«o del cojón», bromean- comentan lo caros que son unos chalés construidos allí mismo, que se han quedado sin vender y por los que pedían «cien o ciento veinte millones de las antiguas». Parece que no coló el reclamo de la constructora: 'Se venden adosados a un kilómetro de Valdenoja'.
La calle Diego Madrazo podría considerarse la 'frontera' entre el Cueto más rural y el otro residencial. Hay unos cuantos bares en los que alternan los recién llegados y los oriundos. En Arsenio Odriozola está el 'Sacacorchos-Valdenoja' -otra vez-. Leonor Fernández Fonteche y José Ángel Sierra son una excepción. Aunque desde finales de los años setenta regentaban la farmacia de Cueto, vivían en el centro de Santander. Pues hace unos años compraron un terreno «de ellos» y se hicieron una casa.
Ahora se declaran «encantados de la vida. Los cuetanos son muy buena gente, y esa mala fama, inmerecida. Antes que si había alguno que conducía sin carné, que si droga... pero no más que en otros barrios periféricos». El matrimonio charla con María Ángeles, que hace el mismo tiempo que vive en González Trevilla -lo nuevo-, y piensa que las nuevas generaciones sí han venido al mundo libres de prejuicios: «Mi hijo tiene amigos de Cueto, la integración de los niños es mayor. Aunque unos y otros vamos a los mismos bares, la verdad es que la gente no se mezcla. Los de Cueto ahí, y los de Valdenoja aquí». Existen, dicen, «bares mixtos», como el Manhattan, «donde prima el respeto absoluto». «Aunque no se mezclan», insisten.
«Alto Sardinero, qué estupidez»
José Sanz vive en la calle La Pereda y confiesa que a la gente le dice «que vivo en Valdenoja, y sé que no es cierto». Pero sin acritud, «es una forma de llamar a lo nuevo, si no la gente no se entera». Y de pijerío y nuevos ricos, nada: «Aquí lo que hay es mucha apariencia, como en general en todo Santander». José procede de Pérez Galdós y asegura que «jamás» ha dicho que ahora vive en el Alto Sardinero, «qué estupidez. Viviría en El Sardinero si me lo pudiera permitir».
Chusja también dice siempre que vive en Valdenoja aunque sea mentira, pero explica que está encantado con sus vecinos de Cueto: «No hay ninguna diferencia entre ellos y nosotros, yo tengo excelentes amigos de Cueto de toda la vida». Aporta un dato curioso sobre la 'particularidad' de los cuetanos: «Son endogámicos», pero del resto, «hay más mito que verdad».
Un «pique de broma»
Cuando hace sol, la terraza de La Tertulia se pone de bote en bote. Milagros Gómez vive en la calle Del Ingenio, ubicada en «Valdenoja», para ella. «Dicen que no queremos usar la palabra Cueto, pero a mí eso me da igual». Sin embargo, Andrés Machín, que vive en la Avenida Cantabria -bien abajo- dice que es «de Cueto» y defiende a ultranza a los cuetanos: «Es una gente encantadora y sanísima».
El dueño del bar, Cristóbal Delgado, conoce el «pique, pero siempre en broma» que enzarza a unos y otros. Ya lo apunta el concejal Santiago Recio, que también vive por 'lo nuevo': es una «reivindicación romántica» (la de defender a muerte el nombre del pueblo ) que no puede frenar el progreso.
Los de Cueto de pura cepa tampoco están contra el avance. Los de la asociación de vecinos muestran orgullosos las obras de su arteria principal, Inés Diego del Noval, con anchas aceras, llena de pivotes y farolas. «Nosotros también queremos tener un Paseo de Pereda».
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