

Secciones
Servicios
Destacamos
JAVIER VEGA
Martes, 5 de julio 2011, 02:31
Todo el mundo ha oído hablar de la crisis de 1929 que disparó la Gran Depresión; pero es menos sabido que la Gran Depresión estuvo constituida por dos crisis, una en 1929 y otra en 1937, separadas por una efímera recuperación económica. Obsesionados por evitar que se repita la historia nos debatimos hoy entre dos posiciones encontradas, dos interpretaciones contrapuestas de aquella historia, que tratan de imponerse como 'la solución' al problema. Como tantas veces en la vida (ya lo advertía Aristóteles) es probable que la salida más apropiada de nuestra crisis se encuentre en una solución intermedia, pero el hecho de reconocerlo no garantiza que esta solución termine por imponerse. Forma parte del sino trágico de la humanidad repetir la historia cuando más denodadamente se lucha por evitarlo. ¿La razón? Que las posturas contrapuestas devienen irreconciliables, termina por imponerse una de ellas... y vuelve a repetirse la historia.
A mediados de 1933 el desempleo había alcanzado en USA su cota más alta y comenzó a recuperarse; en un solo año descendió del 25% al 15% y continuó descendiendo hasta el 11% en 1937. Se produjo entonces una segunda crisis, en un año el desempleo volvió a remontar hasta el 20% y ya no se recuperaría hasta la entrada de EE UU en la II Guerra Mundial. La causa de esta segunda crisis está asociada con el triunfo de una de las susodichas posiciones; pero la llegada del conflicto mundial terminó por imponer la tesis contraria: la 'economía de guerra'. Concluir de ahí que la primera tesis era errónea y la segunda no, sería algo precipitado. El error estuvo en imponerse. Economistas tan prestigiosos e independientes como el actual director de la Reserva Federal, creen que la recesión de 1937 hubiera podido evitarse de haber consensuado ambas posiciones.
En efecto, el monetarismo (esa es la primera de las tesis) acierta al afirmar que en caso de crisis sistémica lo primero es salvar del naufragio al sistema financiero inyectándole fondos. Y, a continuación, dejar que los bancos hagan lo contrario de lo que venían haciendo: acumular reservas y restringir el crédito, hasta reparar los estragos que provocaron. El problema del monetarismo es que tiene un miedo cerval a la inflación y al incremento de la deuda pública. Exige a los bancos centrales que suban los tipos de interés en cuanto suben los precios de las materias primas y presiona a los gobiernos para que recorten los estímulos fiscales y los programas sociales, sin contemplar la posibilidad de que ello anule la recuperación como ocurrió en 1937.
La tesis contraria, sostenida por los keynesianos, también acierta al decir que el gobierno tiene que actuar de forma subsidiaria mientras la iniciativa privada se lama las heridas. Hay que mantener los tipos bajos y seguir estimulando la economía hasta que se afirme la recuperación. Su problema es que no solo se niegan a reducir el presupuesto sino a reducir el despilfarro; no solo critican a las grandes corporaciones sino que demonizan a los empresarios; exigen subir impuestos, eliminar desgravaciones fiscales, perseguir el fraude, regulaciones estrictas. todo lo cual aumenta la incertidumbre de empresas grandes y pequeñas e inhibe sus inversiones. La desconfianza de los monetaristas hacia las actividades del gobierno tiene su exacta correspondencia en la desconfianza hacia las grandes corporaciones por parte del keynesianismo.
Como digo, la tesis monetarista está a punto de volver a imponerse. Tanto en Europa como en USA se ha pasado, de debatir medidas para estimular el raquítico crecimiento económico, a discutir la eliminación de estímulos fiscales y el recorte de programas sociales. Este es el error que, de acuerdo con el análisis de la Reserva Federal, se cometió en 1937: exhaustos por los déficits presupuestarios que ocurrían año tras año, el gobierno decidió que había llegado el momento de limitar el gasto a los ingresos que se fueran percibiendo; subieron los impuestos (se duplicaron para los ricos), aumentaron las cotizaciones a la seguridad social, disminuyeron drásticamente las inversiones en obra pública... y se volvió a entrar en recesión.
No pretendo sembrar la alarma sino recordar que existe otra posibilidad, una alternativa situada en algún punto entre los dos extremos. Ni dejar fuera de juego a la mitad de la juventud durante los próximos diez años (sin trabajo o con trabajos precarios) ni esperar a que un conflicto mundial fuerce una 'economía de guerra' que nos saque de la crisis. Un 'ni-ni' en positivo, para contrarrestar tanto 'ni-ni' de signo contrario. Si es preciso habría que sacrificar una pronta salida, pero 'en falso', de la crisis en favor de otra consensuada. Una salida que permita a los gobiernos seguir aplicando medidas de alivio a los más desprotegidos, mientras se supera esta coyuntura que lleva camino de resultar igual o peor que la Gran Depresión. Y una salida que permita, a la vez, desarrollar una nueva política para recomponer el tejido industrial, reconstruir las instituciones financieras y que los empresarios -grandes y pequeños- recuperen la confianza inversora. Una salida, en fin, que no descarte moderados incrementos del déficit, mientras recorta el despilfarro presupuestario.
El problema es que esto no se puede hacer sin consenso.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.